Está claro que para Dios los relojes no existen. O sí, pero no los usa. El tiempo es cosa nuestra, y de alguna manera tenemos que medirlo, habida cuenta de que ya no somos capaces de hacerlo con el cuerpo. Tan educados y civilizados hemos llegado a ser que los instintos naturales, -por no decir animales para no ofender-, se han devaluado o están escondidos, tal vez para aparecer cuando menos sean necesarios.
El caso es que ya está aquí el reloj.
Llegó el buen señor a media mañana, apenas acababa de despedir a la entrevistadora, y estaba yo descansando del duro trabajo de responder a sus preguntas con aproximaciones que ni iban ni venían. Y tras el saludo va y dice “aquí está el reloj”. Espero que continúe, y continúa, “póngalo donde le parezca, en la sacristía o en la escalera”.
Se acerca al coche, abre el capó, y se hace a un lado para dejarme sacarlo. “Lleva dos pilas, y se cambian por la parte de atrás, abriendo una trampilla que lleva”.
“Lo ofrecido es deuda que hay que cumplir”.
“Hombre, no”, respondo. “Usted no se había comprometido; únicamente vino a hacer una propuesta”.
“No, no, era de obligación”.
Me indicó que la péndola estaba suelta y que había que colgarla de su sitio. Atendí a sus explicaciones, y nos despedimos, pero antes le indiqué en qué lugar lo iba a colocar. ¿Quien calla consiente, o se somete? Quiero creer que consintió.
Se fue. Volví a terminar mi cafelito, el mismo que estaba tomando tras la encuesta de marras, y me dispuse a tomar pesos y medidas para colocarlo en la pared.
El título de este escrito es altamente pretencioso. Pero es sabido que en las iglesias se conservan objetos que de puro antiguos se han vuelto intemporales. Yo he podido comprobarlo al visitarlas. Incluso en los libros de Fábrica constan datos sobre las circunstancias en que fueron adquiridos, donados o sencillamente encontrados. De modo que voy a iniciar una tradición, por si este pequeño y moderno templo se extiende a lo largo de los siglos: colocaré en el interior del reloj una nota en la conste nombre del donante, y fecha.
Y cuando dentro de muchos años alguien quiera saber, que mire y lea.
Pues ya está a buen recaudo, Miguel Angel.
ResponderEliminarTú si que te acordarás de este reloj y los que entren en el blog, salvo que este medio, dentro de unos años, no se convierta en una reliquia(palabra santificada), lo leeran tambien.
Reza por mi para que el dolor de este Herpes Zoster que me ha salido se vaya pronto.
Un abrazo.
Pero qué cosas te pasan Míguel, lo de la encuesta, después lo del reloj de marras, menos mal que te dan tiempo para tomar un cafetito.
ResponderEliminarDe tu propuesta no quiero hablar, llevo una semana tocada, con mucha labilidad emocional, muy inestable.
Besos
Si hubo un tiempo para el pecado original, un tiempo para la redención, un tiempo para estar a la derecha de dios o ser arrojados al infierno, tiene que haber un tiempo en el que dios maneje estas cosas, aunque no sea con un reloj de pulsera ni un reloj de iglesia. Por cierto, no durará tu iglesia, el signo de los tiempos que vivimos es el del rápido agotamiento de las cosas. Nada dura, todo fenece rápidamente. Hoy sólo dura lo que está en la memoria, es decir, aquello a lo que el tiempo no afecta.
ResponderEliminarAnna, reliquia, no; sólo exvoto, sólo eso. Generalmente en los templos hay cosas que la gente da para cumplir una promesa o voto, o para pedir algo. Cuando pasa el tiempo, el objeto se convierte en propiedad comunal, y quien lo entregó se olvida, sin más.
ResponderEliminarNo ocurre así con los herpes zoster, que duelen hasta en el alma. Cuídate, porfa.
Laurita, levanta ese ánimo y no des cuartelillo a la tristeza. Sabes que a él no le parece nada bien que estés así. Besos.
Juan, no te voy a decir que cada instante es una eternidad, porque me lo rebatirías en un segundo. Pero no aseveres lo que no puedes demostrar. Y de la memoria… ¡es tan frágil!
Y ya sabes cómo voy a terminar, y no hablo de mi pequeño templo parroquial. Creo en estas palabras, “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”, porque quien las dijo dio su palabra, que no falla.
Por fin te ha endosado el reloj y tus feligreses estarán mas al tanto de la hora que de tu homilía.Un abrazo.
ResponderEliminarHoy en día, José Luis, la gente mira más a su reloj de pulsera que a los de pared. Y la homilía se mide más por el contenido que por su duración. Generalmente van en relación inversa, de modo que cuando el asunto no está bien enfocado se emplea más tiempo, quizás demasiado.
ResponderEliminarY endosado, pues no; del mismo modo que se aceptan dineros como donativo o aportación voluntariosa, también tienen su derecho a hacer entrega de otras cosas. Por ese procedimiento hemos hecho el edificio, le hemos remodelado, y lo hemos amueblado. Así mismo han llegado cuadros, pila bautismal, etc. Y así se paga la electricidad, el gas, el agua. La limpieza, por ejemplo, no se paga, se hace. Y así cada quien aporta lo que puede. Un saludo.