¡Qué sensación más extraña he tenido
hoy! No sólo por levantarme casi media hora antes de la habitual para acercar
al hospital a una vecina que tenía consulta en cirugía a primera hora; ni por
tratarse de un jueves que sigue a un miércoles festivo; ni por tener
enfrentados, en cuanto cedió la noche al día, una luna plateada y un sol rojo
brillante y deslumbrante; ni siquiera porque Gumi hoy se ha tomado sus
libertades haciéndome correr tras de él, sorteando montes y morenas, vadeando
arroyos, driblando postes, saltando vallas y aguantando cardos borriqueros
zurrándome las piernas a arañazos, antes de esperarme en una vaguada
tranquilamente echado cuan largo es. (Le he dado tantos azotes, que se relamía
de gusto. Menudo perillán, tunante y bandido es el buen perrito).
No. No ha sido por eso, ni todo junto ni de una en una circunstancia.
Ha sido porque hoy he vuelto a sentir el pasado
acercarse desde lejos.
Un paisano bloguero ha publicado sobre
la primera emisión de radio que se dio en mi ciudad, Valladolid. Parece ser que
fue por el año 1934. De ello daba cuenta el periódico local, hoy decano de la
prensa escrita, “El Norte de Castilla”.
Yo por entonces debía andar por los
espacios siderales, ni siquiera llegaba a ente de razón, era simple futurible.
Pero crecí, y, como los chavales de mi
edad, probé una radio galena, enganchada al jergón de la cama para que sirviera
de antena. Oye, no necesitaba enchufarse, sólo coger los auriculares y
colocarlos en las orejas. Entre ruidos, chasquidos, pitidos y graznidos, la voz
humana me llegaba como si estuviera al otro lado de la cama, aunque no.
Era elemental, sólo una cosa había que
comprar, y ahora no sé qué era ni qué forma y aspecto tenía. El resto era
puramente artesanal, y salía adelante copiando e imitando de unos y de otros,
porque aunque la audición era personal, el complot era en sociedad. Y sólo en horas nocturnas, bajo las sábanas y con la luz apagada, lo que le daba un aura de clandestinidad, intrepidez y rebeldía.
Me ha dado por buscar y lo he
encontrado. Recordando tiempos pasados, he aquí la radio galena de mi
adolescencia, donde oí por primera vez en mi vida Radio Pirenaica:
Mira anoche, Blaky uno de los gatos nos tuvo de rondón hasta las mil y una, otro tunante igual que Gumi, se ve que la luna les ha afectado.
ResponderEliminarYo me acuerdo del primer aparato de radio que compró mi padre en San Sebastián, era un Telefunquen, en la parte superior tenía un botón blanco que una vez apretado daba paso a un tocadiscos; la radio pirinaica la oía mi padre a hurtadillas en la cocina, cuando nos mandaban a la cama, mi madre le reñía susurrando: "Jesus, que tenemos muchos hijos, no vayas a meterte en líos", y mi padre le tranquilizaba. Todo esto lo oíamos, pero nos hacíamos las dormidas. En fin.
Besos
¡Ay, pillinas, os hacíais las dormidas, pero os enterabais de todo!
ResponderEliminarVaya qué completa era esa telefunken, con giradiscos y seguro que también con onda corta y onda larga. Ahí fue donde aprendisteis a organizar guateques, no me digas que no. En San Sebastián. Claro, luego en Vallecas, fue coser y cantar, digo bordar.
No es la luna, que va, es que Gumi es un gamberro. Sabes qué, me mira con el ojo chulo que tiene, el izquierdo, y parece que se ríe mientras me ve corriendo tras de él. Basta que le diga ven, para que se aleje más. Hace lo mismo que Moli cuando era pequeña. Ahora Moli no hace eso; ella se queda parada, mirándome, pero quieta. Si insisto, se sienta de culo. Y tengo que ser yo el que me acerque y con carantoñas la convenza. Entonces, cede y viene.
¡Ay, qué animalejos!
Besos