800
Es un número como otro cualquiera. Un
ocho y dos ceros. Sin puntos ni comas. Pero resulta bonito. Incluso,
fantaseando un poco, son cuatro ceros. Uno encima de otro, y dos pegados a
continuación.
O sea, ¡la naaaaaaaaaada!
Pero antes de los ceros hay un almacén
de setecientos noventa y nueve, que apilados unos encima de otros, se podría
llegar muy alto.
¿Dónde va el señor? Al siete, siete,
siete. Tranquilo, no saldremos disparados por el tejado, por encima del suyo
aún nos quedan veintitrés para frenar.
El ascensorista lo tiene todo
controlado. No en vano lleva más de tres años practicando. Es verdad que nunca
ha entrado en la sala de máquinas. Ni siquiera sabe dónde está, si abajo del
todo, arriba del todo o hacia el medio. Tampoco le importa. Él sólo aprieta
botones y la máquina actúa.
Sin embargo cuando está de más,
esperando que alguien entre y pida subir o bajar, piensa. Y se le ocurren cosas
raras, extrañas digamos.
Una de ellas es si los frenos fallaran
y el motor no parara, ¿qué haría el ascensor? Se estrellaría contra el foso,
eso seguro. Pero, y si en vez de bajando, fuera subiendo, ¿aterrizaría en la
azotea o saldría disparado hacia el espacio?
¡Bueno!, tal vez tenga adosado un
airbag en el suelo, y la bajada sin frenos esté resuelta. Pero el acople de un
paracaídas en el techo no solucionaría la subida despendolada si la caja no
cesara de ascender y llegara al éter; no se abriría.
Según lo que dicen las ciencias, una
vez que se supera la gravedad de la tierra la inercia la llevaría a surcar los
espacios siderales. Y ya allí arribota, ya puede uno desgañitarse, que nadie le
va a oír. Sí, sí, aunque grites ¡socorro!, o marques con las llaves de casa
contra la pared el consabido ese o ese, no tendrías nada que hacer, se reconoce,
pensando, el pobre ascensorista.
Y que conste que no es en sueños, qué
va; a él no le suceden, o si sobrevienen mientras duerme, no los recuerda. Esto
es despierto, bien espabilado mientras aguarda que alguien requiera que apriete
el botón para subir, para bajar o para estar un rato solo. Es sabido que un
ascensorista no debe iniciar nunca una conversación, ha de ser sumamente
discreto y guardarse las cosas por más que vea u oiga extraordinarias sandeces.
Él, a esperar que le digan.
Y como a veces espera mucho, porque
además de maniobrar con el ascensor, es también algo portero, tanto de día como
de noche, alguna que otra vez, dándole a la pelota se pregunta qué tipejos o
tipejas habitarán allá afuera, sea arriba, sea abajo, sea por los laterales…
¡Nadie!
No hay absolutamente nadie, se
responde. Si hubiera habitantes en alguno de los pedruscos que componen la vía
láctea o la constelación de
andrómeda o el carro o el oso pardo, ya habrían dado señales de vida. No
importa lo lejos que estuvieran. Habida cuenta que serían listos, -para serlo
más que nosotros no hace falta esforzarse demasiado- no hubiera sido obstáculo
la distancia planetaria o sideral, sabrían acortarla como fuere.
¡Más le hubiera valido a Jiménez del
Oso ser ascensorista que no susurrante metemiedos, que encima lo fue en blanco
y negro!
En cuanto a los carl sagan de turno,
mucha imaginación, y mucho tiempo disponible, eso es lo que tienen. Si hubieran
trabajado de verdad, no habrían dicho tantas cosas sin sustancia, por más que
parezcan bonitas y hasta casi reales.
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En fin, espero que en la siguiente,
dado que resultará un número aún más bonito, tenga algo serio que escribir. Por
ejemplo, hablar del 15O. Tengo curiosidad por ver qué se me ocurre.
Has empezado con un 8, que es como el infinito de pie, y dos ceros, que, si se dan la mano o se cogen del brazo, podrían ser también el infinito. Dos infinitos que podrían ser diferentes o ser el mismo infinito. Y has acabado con el 15O, que no es un infinito, aunque sí un indifinido de horizonte insondable. ¿Será una premonición en realidad? Seguramente, porque en medio ha habido un viaje.
ResponderEliminar¡¡800 entradas!!
ResponderEliminarHasta me he mareaó y todo...
La verdad es que eres el bloguero más prolífico que conozco. Y al menos desde que yo te sigo todo todito lo que escribes merece la pena leerlo. Así que...¡¡a por las 8800!!
Son muchisimas entradas 800, ¡cuanto escribes, Miguel Angel!
ResponderEliminarMañana el grito de todos se ha de oir en el mundo entero.
Un abrazo.
Miedo me das, Juan, cuando razonas a tu manera. Tus conclusiones casi siempre son correctas. Del infinito y de la nada ya sabes que muy poco podemos decir, no son magnitudes que podamos observar ni manejar. Del 15O de momento es percibible, porque es limitado y finito. Pero mucho me temo que precisamente por eso es dirigible y manejable. ¿Tendrás razón y habrá que embarcarse, de todas todas, en ese viaje? Según y para quienes puede que no tenga retorno, y por eso hay que pensarlo…
ResponderEliminarCarmen, gracias por tus buenos deseos. No tengo prisa ni me he puesto meta alguna. Mientras sigan ocurriéndome cosas seguiré publicando.
Anna, está bien que se grite, y que lo escuche todo el mundo. Pero con gritos sólo no se cambia casi nada. Yo quisiera ver esa masa humana fermentando por doquier, por todos los rincones del planeta. Esa sí sería muy buena noticia.
Un saludo cordial. Abrazo no, por si te manco.
Huy,no, Miguel Ángel, del infinito sabemos mucho. Ahora podemos manejarlo como quien maneja un paquete de arroz para hacer una paella. De la nada, empezamos a saber algo; por ejemplo, que la materia no sea sino una manera de manifestarse la nada, es decir, que quizá estemos hechos de retales de nada, que cada vez que hablamos, detrás de cada palabra, está la nada.
ResponderEliminarEl viaje... Lo has iniciado tú con el pretexto del ascensor y me ha parecido un hermoso viaje. Así que no entiendo ahora tus prevenciones. Un viaje no se piensa, se hace. Tú, que eres cristiano de los de Jesús, lo sabes perfectamente. ¿Acaso no fue a Mateo, el recaudador de impuestos, al que le dijo Jesús "sígueme"? Y lo siguió, sin pensar en lo arriesgado del viaje.
Vale, Juan, supongamos que ya el saber humano, -los listos, claro; que los que no lo somos nos debatimos en la duda, razonable o irrazonable-, ha alcanzado el infinito y tiene agarrada la nada. Todo está controlado.
ResponderEliminarPero viajar, todavía sigue siendo una temeridad. A mí cada vez que me lo proponen o que a mí se me ocurre, me lo pienso. Por una sencilla razón, Juan, una razón muy simple: mi mochila cada vez abulta más, y mis piernas cada vez pueden menos. No digo que no corra como una liebre y que no nade como un delfín, pero también te digo que mi cama es mi cama, y me gusta su dureza y consistencia, y leer antes de dormirme, y poder entrarte cuando editas y publicas… y adelantarme al sol cuando amanece, y salir al patio a barrer las hojas. En fin, que hay cosas que no me gustaría perder. Todo viaje es una aventura, y hay que dejar algunas cosas… En fin, tú ya me entiendes.
De todas las maneras, que jodido arquero estás hecho. No pegas puntada sin hilo…
Pasiones, piojos, dioses y matemáticas, capítulo 4. Lo del infinito lo explica tan claramente, que puede entenderlo cualquier ignorante, incluso tú y yo.
ResponderEliminarEl viaje de nuevo: yo sé que estás en ese viaje desde hace tiempo, y sé, como tú sabes, que para muchos viajes no hace falta moverse de casa y que, en otros viajes, la casa, incluso el jergón y la conexión a internet, están donde tú estés, porque tú eres la casa. No te voy a recordar aquello -¿o sí?- de "destruid este templo y yo la reconstruiré en tres días".
Recuérdame cosas, Juan, no te cortes. No es difícil en los viajes quedarte parado; ya sabes, hay lugares frescos y agradables que te invitan a estar; el cansancio, la falta de compañía, la lluvia, el sol, en fin, es más cómodo a veces no seguir…
ResponderEliminarEsa frase que se cita tanto de que el camino es estar andando, no siempre convence. Necesita uno llegar a "algún lugar", en vez de estar siempre llegando…
Recuérdame dices, pero mi problema es la memoria. Yo no sé si estoy en el camino correcto, sé que estoy en el camino, -porque, aunque lo pones en duda, comparto la convicción del poeta de que se hace camino al andar, porque no habla del camino físico-, y que todos los caminos conducen a Roma. Sé que estoy en la caverna de Platón y que me guío por las señales de las sombras y por los reflejos que produce la luz. Sé que un día sales de la caverna y reconoces los paisajes. Y sé que tú estás en el camino correcto, da igual el que sea, el de ayer y el de hoy, porque tienes un corazón que no se equivoca, aunque tu cabeza (tú lo dices) a veces se confunda (la mía se confunde con frecuencia). Sé que estás con quienes tienes que estar, porque te sientes de ellos, aunque eso te cueste algún disgusto. Así que no me preguntes, estoy aprendiendo. ¿Que te sientes débil y frágil? Claro, es que eres humano. Y fíjate, esto lo tengo seguro: ser hombres es lo mejor que nos ha pasado.
ResponderEliminarUn abrazo.