Mirando puedes no
ver, pero puedes llegar a ver aunque no mires. Todo depende de cómo lo hagas.
Me refiero a eso de mirar.
Hay miradas… y
miradas. Miradas asesinas, se dice de unas. Parece que quienes las dirigen
mismamente estuvieran matando. Y hay también miradas que comen. Son golosonas,
anhelantes, ansiosonas, que pueden llegar inquietar y hasta perturban.
Yo, por ejemplo, miro
mucho pero no veo. En especial cuando voy por la calle, entre la gente. También
cuando estoy en misa, allá delante del personal, veo pero casi no; mirar sí,
discernir, distinguir, destacar, reconocer, no. A veces me ocurre que descubro
entre tanta cara una en concreto, pero eso me ocurre pocas veces. Estuve el
domingo, ¿no me viste? Pues, no, la verdad. Eso es lo normal.
Y en bici también me
ocurre. Te vimos y no dijiste nada, es un reproche que me hacen muchas veces.
Es verdad que entre vehículos y dándole al pedal no se me ocurre mirar a las
aceras; bastante tengo con driblar coches, autobuses y camiones. Pero claro que
miro para allá, como en un barrido de todo el panorama; pero no es mirada en
profundidad, sólo y a lo más en superficie.
Ya digo, hay miradas
y miradas.
Hay una mirada
empalagosa, que te llena de zozobra. Y una mirada despectiva, que dice mucho.
Hay miradas cómplices, y miradas acusadoras. Miradas reprobadoras y miradas
indulgentes. Miradas tiernas y miradas duras. Comprensivas e intolerantes.
Miradas que abrazan y miradas que rechazan. Miradas amistosas y miradas
aviesas.
En fin, todo un mundo
de miradas. Y a todas ellas estamos expuestos. Con ellas también nosotros
oteamos nuestro mundo, y el mundo externo que nos rodea.
En este juego del
mirar, hoy me apetece destacar la mirada de Moly. No suele mirarme, pero me ve.
No me mira, o al menos yo no percibo que lo haga, pero sabe perfectamente dónde
estoy en cada instante, y descubre, la muy bruja, por dónde deseo continuar.
Al principio esto me
inquietaba. ¿Dónde estará esta tía? me preguntaba malhumorado. ¡No hay amo de
perro que le ocurra lo que a mí! me reconocía pensando, cuando no la veía por
ningún lado. Alcanzado el final del paseo, allí estaba ella. De jovencita,
diciendo que aún era pronto, y mostrándose tozudamente esquiva hasta la
desesperación, mía por supuesto. Ahora, ya viejecita, dócil a aceptar que el
paseo tiene fin, y que mañana habrá otro, y pasado aún más.
Sólo me mira para
pedirme cosas: salir, pan duro, golosinas varias, ese hueso que ha olido. Y
cuando la achucho, como que se deja hacer; pero sigue sin mirarme, con la vista
perdida. Noto, sin embargo, que a mis caricias se relaja, se espurre, y deja
hacer.
En otra entrada hablé
de esto de mirar, mirarse, mirarnos. Apenas nadie la prestó atención. Me salió
profunda y muy gratificante, sin embargo, a costa de un día aparentemente
vacío. Otras que hice porque sí y sin mayor interés, han sido muy visitadas y
leídas. ¿Quién lo entiende? Yo, no.
¡Miradas churras, miradas merinas!Beso.
ResponderEliminarQuizá porque mirar y ver nos compromete, quizá porque aparentamos mirar pero sólo nos vemos a nosotros en el espejo.
ResponderEliminarDicen que a través de la mirada se ve el corazón de quien la habita.
ResponderEliminarNo es por descaro, me gusta mirar a los ojos por eso, y me gusta oler la piel por la misma razón.
Hay palabras, pero no suficientes para definir la ternura que estas dos mujeres me inspiran.
Abrazos
Hay veces en las que te leo y me dejas, masticando despacio lo que has escrio...hoy es una de esas veces.
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