Hay miradas, y miradas

El dios mira con ojos tenebrosos...


El dios mira con ojos tenebrosos. Cuídate del discurso de los que quieren reflejar en sus palabras esa sombra. No abras tu corazón a los que se construyen con la mudez intocable del dios una sordera. No ven la claridad que mira esa negrura, no conocen que inclementemente calla el dios porque hablamos, porque hablemos. Más que su verdad ausente el dios está en los frescos cursos con que nos lava de ella. Nada saben de él quienes no supieron en la propia risa conocer la suya.
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Amiga, mira al dios...


Amiga, mira al dios inanimado sin nosotros. Eras tú, era yo quien revestidos de su forma la movíamos, el dios no tiene rostro. Iremos de la mano ante su faz de sombra y estaremos allí hablándole a una máscara. Sabremos que de nosotros dos nacía su violento prestigio, que detrás del temblor éramos aún amigos, que entre hermanos hacíamos hablar al no fraterno dios. Y le haremos ofrenda, sabiendo bien que cada vez que cae esa ardorosa sombra que cambia la mirada, es él quien nuevamente surge entre nosotros, sagrado simulacro, divino ilusionista danzando por los bordes, ropaje nuestro de fulgor que no nos pertenece. Porque ¿Cómo sin él tú y yo retrocederíamos el paso necesario para hablar con su máscara, para dar un rostro a su peso vacío? Y sabemos también qué precio da a nuestros coloquios, qué tibieza a las manos enlazadas la máscara distante de borrado rostro y la burla cruel de su mirada ausente.
Tomás Segovia. Poesía (1943-1997)

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El mendigo y el zapatero

Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo,
buscó la casa del zapatero y le dijo:
- Hermano, soy muy pobre, no tengo una sola moneda en la bolsa y éstas son mis únicas sandalias, están rotas, si tú me haces el favor…

El zapatero le dijo:

- Estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a dar.

El Señor le dijo:

- Yo puedo darte lo que tú necesitas.

El zapatero desconfiado viendo un mendigo le preguntó.

- ¿Tú podrías darme el millón de dólares que necesito para ser feliz?

El Señor le dijo:

- Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo.

El zapatero preguntó:

- ¿A cambió de qué?
- A cambio de tus piernas.

El zapatero respondió:

- ¿Para qué quiero diez millones de dólares si no puedo caminar?

Entonces el Señor le dijo:

- Bueno, puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos.

El zapatero respondió:

- ¿Para qué quiero yo cien millones de dólares si ni siquiera puedo comer solo?

Entonces el Señor le dijo:

- Bueno, puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos.

El zapatero pensó poco:

- ¿Para qué quiero mil millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos?

Entonces el Señor le dijo:

- ¡Ah, hermano! Qué fortuna tienes y no te das cuenta.
Facundo Cabral. Cuento

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