Desde que llegó septiembre nuestro amanecer es
ceniciento, porque el sol se oculta tras las nubes hasta casi el mediodía. A
pesar de todo, decidimos largarnos para el monte, por ver si encontrábamos
caza.
En que llegamos, desaparecieron Gumi y
Berto. Fue visto…
… y no visto.
Moli y yo empezamos a seguirles el rastro…
Ella se venía a mí preguntando…
… Yo le recriminaba que no cuidara debidamente de sus hermanos.
Tanto fue mi cabreo que tiré a ese musgo sin flash…
… y con flash. Peor así.
Esta fue la última, justo antes de dejar la persecución; teníamos hambre y no nos dio la gana seguir buscándolos. Tampoco teníamos futuro, a la vista de las circunstancias.
No les vimos
hasta mucho más tarde, cuando se cansaron de indagar qué bichitos se ocultaban en medio de tanta espesura.
El viaje de regreso fue feliz, como
mandan los cánones.
Llego a tiempo para ver como estos dos pendones se te dan a la fuga en menos que canta un gallo.
ResponderEliminarLos pendones nuestros no son los perros sino los gatos , que vuelven de sus correrías nocturnas a las 6 de la madrugada buscando el cobijo de sus colchonetas, después andan con heridas, no se sabe muy bien si de las correrías o de los pinchos del campo y hay que ir sacando pinchas de aquí y de allá.
En cuanto a tu entrada anterior,para mi, la casa tiene que representar un poco el cobijo de las presiones a las que nos vemos sometidos por los asuntos que nos impone la sociedad, así que cada cual tiene que sentirse cómodo y acogido en su madriguera, lo demás son paparruchas .
El balneario me ha ido muy bien, he dejado que se ocuparan de mi todo lo que necesitaba. Caminar por el nacimiento del río Mundo ha sido una gozada.
En fin me he sentido bendecida por la totalidad.
Besos