De pequeño en el pueblo nunca nos quedamos sin agua. Estaba el pozo. Luego pusieron una fuente y nos acostumbramos a otro agua menos sosa, que había que acarrear hasta la tinaja de debajo la escalera. Pero nunca nos faltó.
Luego, cuando llegamos a la ciudad, dependíamos de que el servicio urbano funcionase o no. La portera avisaba que iban a cortarlo, y hacíamos acopio para beber y para el retrete. Y si era largo el corte, nos aguantábamos.
El agua es un bien de primera necesidad, pero sólo nos damos cuenta de ello como, desgraciadamente, sucede con las personas: cuando ya no están.
He estado día y medio con el agua cortada, y me he enterado de lo que vale eso de darle al grifo. ¡La de veces que me lavo las manos! ¡Cuántos tirones le doy a la cadena del inodoro! Agua para hacer café, para fregar el suelo, para cocinar, para regar el jardín, para la lavadora, para la ducha, para fregar los cacharros… No entiendo cómo duran tantos los grifos con la de veces que se desenroscan y vuelven a enroscarse al cabo de una jornada.
Cuando dicen que hay pueblos enteros que se mueren de sed… no me es fácil ponerme en sus zapatos. Sólo si cuento las veces que el agua hace acto de presencia en mi vida en una sola mañana de un día cualquiera me estaré aproximando.
Luego sacaré a pasear a mis politos por el césped del barrio que tan generosamente riega nuestro ayuntamiento con el agua del río. En eso hay política de austeridad. Y a la noche iré a nadar en una piscina que requiere un millón de litros, o sea 1.000 metros cúbicos. ¿Escasez de agua? Nosotros no.
Pero está o no está el asunto en fase de solucionarse.
ResponderEliminarAntes nos pasaba muy a menudo quedarnos sin agua, porque se rompían las cañerías por el paso de los tractores, o por los hielos en invierno, ¡pero desde qué apareció el pozo!, una buena instalación... le das a la palanca y agua bien fresquita.
Besos