Mi amigo tenía un gallinero


Bueno, tanto como gallinero no, sólo catorce gallinas. En realidad, trece más el gallo. Se las regalaron, porque no valían ya por viejas, eran el desecho. Pero mi amigo no quiso que murieran, y las cogió y se las llevó pal prao. Y allí las gallinas escarbaban, retozaban y ponían huevos. Las trece cada día, sin faltar. Que digo yo que por qué las desecharían… ¿Sería tal vez porque comían demasiado? Porque poner, vaya si ponían. Tal vez fuera por dejar espacio para otras más jóvenes y más productivas. Pero aún así, más que poner huevo por día… ¿Se usan ahora gallinas que pongan dos o más?, me pregunto yo a mí mismo. En esa proporción, me temo que muchos de los que conozco no vuelven a trabajar en lo que les quede de vida, desde luego que no.
El caso es que mi amigo comía y regalaba huevos. “Que digo que no te olvides de los huevos, coges una docena, que son frescos”. Eso nos decía a sus amigos. Y vaya si lo hacíamos, eran huevos… Ni comparación con los insípidos del super. Y encima, regalaos.
Las catorce gallináceas se lo pasaban pipa; bajo las patas de los caballos, entre las pacas, encima del estercolero, en la orilla del arroyo, sólo principio de un río, el Bajoz; y ponían donde les petaba, en cualquier parte. Te encontrabas huevos en el prao, en el comedero de las ovejas, entre la paja, junto a una puerta, hasta en la chopera. En fin, ya digo, en cualquier sitio. Y había que ir con cuidado, porque pisar un huevo, ¡manda huevos!
Un día apareció muerta una gallina. “¡Ostras pedrín!, aquí pasa algo”, se dijeron mi amigo y sus amigos. Y se pusieron a indagar. Nada vieron. Otro día fueron dos. Otro más, tres. Algún día  vigilaron hasta altas horas, pero ni así consiguieron impedir la tropelía. ¡Hasta el gallo feneció!
Hoy ha sido la última. Sin cabeza, así apareció. Ya sólo quedan tres.
En principio se diagnosticó ataque de gatos. Y se les puso a prueba, con cepos y trampas mil. Los que cayeron fueron seriamente amonestados y puestos de nuevo en libertad, que, aunque a mi amigo le gustan mucho los toros, no es nada cruel ni sanguinario. Pero los ataques continuaron. Entonces se tomaron otras medidas, encerrando a las gallinas tal que entre rejas. Pero ni por ésas; seguían cayendo.
Está más claro que el agua. “Ha sido una comadreja, no puede ser otro animal”, dijo alguien al parecer entendido. “¡Maldita alimaña!”
Así que ahora las tres pobres gallinas están aún más encerradas, tras una tupida alambrera, que las protege (?) pero las encierra a perpetuidad. O eso, o morir; no hay otra.
Estoy a la espera de la solución que, para el enemigo mortal que le ha salido, prepara mi amigo; que vuelvo a repetir, no es ni brutal, ni sádico ni desalmado. Pero, ¿qué se puede hacer con quien te priva de tan ricos huevos, al tiempo que descabeza tus gallinas?
Pues no te digo más, que ahora le ha dado por meter veinte pollos tomateros. Seguro que encuentra un remedio… definitivo para siempre jamás. Amén.

2 comentarios:

  1. Cuando tenga un poco mas de ánimo y menos sueño te contaré lo que nos ha pasado con el pavo Federico del corral de aquí y su conversión a Federica y como han ido desapareciendo los doce huevos que estaba empollando.

    Hoy teníamos que haber tenido pollitos, pero ¡ya ves la falta de conocimiento nos ha llevado a este fracaso!

    Otra vez será.

    Buenas noches.

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