Fiestas de La Cañada 2011 (VIII)

  
Hablando de un obsequio sorpresa, más bien bollo preñao
Mecachis, me falta la foto; ¡ónde andará, dónde! Eran un mogollón, casi 80, ¡ochenta! digo bien, personas allá arriba en el escenario, recibiendo el aplauso del público asistente porque formaron parte de las sucesivas directivas de la Asociación de Vecinos de La Cañada en los 35 años de su existencia. De algunos estaban en representación, porque ellos y ellas ya no son visibles entre nosotros. Fue un momento emocionante y jubiloso.
Nadie se bajó sin su obsequio, un simple envoltorio en papel de color azul con finas líneas plateadas. Unas personas lo recibieron según subían, otras ya estando allí y otras, pocas es verdad, tuvieron que reclamarlo porque la organización no daba sencilla y llanamente abasto. Pero cada quien bien que lo agarraba con orgullo y hasta con una pizca de pasión.
Durante el acto y después en el piscolabis todos los paquetitos permanecieron intactos. Ninguno fue abierto. Esa sorpresa, la de ver en qué consistía el contenido, queríamos vivirla a solas. Tal vez porque nos avergonzaba descubrirnos emocionados ante tanto personal.
También lo recibí yo, sin merecerlo; nunca fui de la directiva, aunque sí estuve a su disposición en cuanto pidieron y necesitaron. Tal vez por eso, y como fuera de programa, me lo concedieron. Todo un detallazo que agradezco.
El Alcalde de la ciudad, don Francisco Javier León, cuya presencia honró el acto, tuvo palabras cálidas que fueron acogidas con el mismo cariño que él manifestó. También fue agraciado con el obsequio. Lo mismo que los miembros de la corporación municipal que le acompañaron.
Pero a lo que voy. El tal obsequio resultó ser un “bollo preñao”. Nada que ver con esas figurillas de madera, huecas y vacías, que se contienen a sí mismas en tamaño progresivamente reducido, en un frustrante intento de contener otras cosas más valiosas. ¡No! No fue una “matrioska”. Era, es, más bien un joya de nuestra gastronomía popular. La apariencia pobre y simple contenía un tesoro de humanidad, la historia de un pueblo y esa prenda de futuro que ya tiene manos dispuestas a forjarlo y escribirlo.
Era un bollo preñao. Tan vistoso como esto, pero mucho más sabrosón, dicho con el mayor de los respetos hacia nuestra egregia tradición chacinera.
 
Lo que recibimos aquella tarde jubilosa de celebraciones, recuerdos y promesas de futuro está aquí, relatado con simpleza pero con mucho cariño. Apaguen las luces, empieza la función:
Como remate de estas fiestas, la tarde del domingo fue para los más pequeños. Lástima que de repente el tiempo se volviera cruel, y nos hiciera a todos volvernos para casa. Hubo, sin embargo, un pequeño grupo que siquiera empezó a disfrutarlo:

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