La mano que mece la cuna

He visionado algunos trozos de película de las muchas que he encontrado, no hay tiempo para todo, sobre la actuación de la policía catalana ante la acampada del 15M o Tomalacalle o Democraciarealya, o como se lo quiera denominar. Me espanta ver una porra enarbolada contra quien sea, pero a mayores contra gente pacífica que no ofrece violencia. Y ya es un alivio, sólo uno y pequeñito, que no muestren su cara los animalitos, o más bien animalazos, que de verla seguro que me horripilaría aún mucho más.
Comprendo que, para ejercer la función de despejar la calle, una democracia, cualquier tipo de gobierno, requiera de gente fuerte y voz de imperio, no pusilánimes ni blandengues especimenes.
Pero con cuánto gozo celebraría que la policía que me tenga que atender, a las duras y a la maduras, por la buenas o las malas, a las bravas y a lo manso, no fuera precisamente lo más energúmeno y cabestro que pueda existir en esta sociedad tan avanzada.
No consigo imaginarme a ese papá o a esa mamá, el o la de la porra en la mano, luego en casa todo dulce acariciando a su prole.
Pobre padre o madre que para corregir algún error, al educar o al menos intentarlo, ejerza alguna torpeza física sobre la niñez a su cargo. Podría caer sobre su cabeza todo el peso de la ley. Y la ley es dura.
Papá estado, sin embargo, se lo puede permitir.
¡Qué pena!

1 comentario:

  1. Yo tampoco me lo puedo imaginar, pero es que la realidad es más poderosa que la fantasía. Hitler, cuando regresaba a su casa, acariciaba a su perro y escuchaba plácido una sonata al piano. Como él, Goebbels y todos sus adláteres. Goebbels, incluso, llegó a tener seis hijos a los que trataba tiernamente. Los monstruos no son de otro mundo, están entre nosotros y los criamos nosotros.

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