Ayer fue la Ascensión

Cavilando a ratos en esta tarde pasada, en la que el sol brilló con toda intensidad, le daba yo al asunto de la “ida” de Jesús.
Cuando alguien se va, algo se rompe en el alma. Eso dice la canción. Toda partida tiene su tristeza, aunque quien se vaya lo haga para mejorar.
Pero tengo yo mis dudas en este caso concreto. Porque ¿quién se puede sentir satisfecho/a de que Jesús se nos marche?
Y, como digo, cavilando, fui haciendo un pequeño, y por lo demás superficial que de otra cosa no soy capaz, análisis de quienes estamos implicados en este asunto. Vayamos, pues, por partes:
1) Jesús había dicho muchas veces que tenía que marcharse. Que era del todo necesario. Lo había dicho mirando a sus amigos, que necesitaban crecer y madurar; no podían seguir agarrados a la teta, ni depender siempre y para todo de lo que el Maestro dijera o hiciera en cada caso. Lo mismo le requerían para resolver un problema de intendencia, “no hay comida”, que para atender un ruego, “mira que su siervo está enfermo”, que para arreglar un desaguisado por su propia torpeza, “no hemos podido curar a nadie”, que para llenar la barca de peces cuando ellos no habían sido capaces de pescar ni una carpa, “toda la noche hemos faenado y no hemos cogido nada”.
También lo había dicho pensando en sí mismo. “Tengo que marcharme porque he de ir a prepararos una casa donde todos quepais y estéis conmigo”. Se conoce que aquí no había encontrado la manera.
Lo dijo contando con que el Espíritu tuviera espacio para venir. Estando él, no lo había; todo estaba ocupado. Había que hacerle hueco.
Y lo dijo, digo yo, pensando en el Abba. Le había dado una encomienda. La había llevado a cabo y punto. Ahora todo volvía a estar en manos del Jefe. Lo mejor era quitarse de la vista.
O sea, Jesús pensaba que debía largarse de aquí.
2) Muchas personas necesitan que Jesús no estuviera.
Empleo adrede este tiempo verbal, en lugar del que sería correcto. Se acabó eso de que uno sude y el resto aplauda o pitorree. ¿Se acabó? ¿De veras?
No lo tengo yo nada claro. Dejo de ver el partido de Roland Garros, porque no puedo aguantarme la testosterona, digo la adrenalina. El público aplaude y jalea los fallos, en lugar de los aciertos. Lo mismo que en la cosa pública, igual que en la cosa religiosa. Demasiados mirando y tan pocos trabajando.
Me voy a nadar un poco, a competir contra mí y con el reloj. El agua será mi aliado.
Vuelvo de nadar. Nadal ha ganado, lo cual significa un triunfo también para sus seguidores. Se lo merecía(n), por saber sufrir. Aunque Federer era mejor.
También encuentro un resumen de la asamblea de Sol de las 12:00. Está puesta en su página. Estos chavales lo están haciendo muy bien.
Fe no és esperar,
fe no és somniar.
Fe és penosa lluita per l'avui i pel demà.
Fe és un cop de falç,
fe és donar la mà.
La fe no és viure d'un record passat.

No esperem el blat
sense haver sembrat,
no esperem que l'arbre doni fruits sense podar-lo;
l'hem de treballar,
l'hem d'anar a regar,
encara que l'ossada ens faci mal.

No somnien passats
que el vent s'ha emportat.
Una flor d'avui es marceix just a l'endemà.
Cal que neixin flors a cada instant.

Fe no és esperar...

Enterrem la nit,
enterrem la por.
Apartem els núvols que ens amaguen la claror.
Hem de veure-hi clar,
el camí és llarg
i ja no tenim temps d'equivocar-nos.

Cal anar endavant
sense perdre el pas.
Cal regar la terra amb la suor del dur treball.
Cal que neixin flors a cada instant.

Bien por los alemanes. Acaban de enterarse de que al enemigo lo tenían en su propia casa. Pero resultó más práctico disparar primero contra el vecino.
3) Está. Ni buscarle, ni echarle en falta. Simplemente, no estorba.
Termina la tarde con tormenta. La gente se recoge, que el lunes hay curro y cole. Todo parece funcionar. Bien, mal o regular, cada quien tiene su opinión. Es natural.
Si no van mejor las cosas, no será cuestión ni de mirar al cielo ni de echar la culpa al vecino. Tal vez sea que nos toca ahora la parte baja de la onda. Cuando nos toque la alta, ¿nos acordaremos?
En mi asociación tocan a rebato. Hay que celebrar el 35º aniversario. Faltan muchos que ya no están. Otros simplemente lo dejaron. Quedamos muy pocos. Lo que hay que hacer, a prorrateo. Mucho o poco, lo que sea. Ojalá fuéramos muchos más.
¿Cómo contagiar entusiasmo? ¿Cómo animar y enamorar? ¿Dónde están los jóvenes? ¿Se fueron todos a la acampada?
Tal vez nos falten profetas. “Ya no hay locos, compañeros, ya no hay locos”.
Está claro el mensaje, no podría estar más a la vista. Lo dijo aquel aragonés de voz fuerte y mirada huraña:
No cojas las acerollas
déjalas para el verano,
toma el camino de casa
que allí te espera tu hermano
y entre los dos hay que levantar (bis).

Una arboleda en el río,
una huerta en el secano
y al amigo que está lejos
atraelo de la mano
y entre los tres hay que levantar (bis).

Sobre la cueva una casa,
sobre el erial un paisaje
y al que se va a la vendimia
pagarle el último viaje
y entre los cuatro hay que levantar (bis).

Una esperanza segura
de que todo va adelante
y si alguien queda parado
decirle que es caminante
y entre los cinco hay que levantar (bis).

De toda la tierra entera
un lugar en donde quepan
los que caminan y esperan,
los que vuelven y se quedan,
y entre todos hay que levantar (bis).

Así ha sido siempre, o casi siempre. Al menos así me lo parece. Lo dijo muy bien un alemán que vivió en España, Dietrich Bonhoeffer, “etsi Deus non daretur”. Esto es la Ascensión:
“Dios, como hipótesis de trabajo, ha sido eliminado y superado en moral, en política y en ciencia…; pero también en filosofía y religión (¡Feuerbach!). Es pura honradez intelectual abandonar esa hipótesis de trabajo, es decir, descartarla hasta donde ello sea posible. Un médico o un científico edificante, piadoso, es un híbrido, un hermafrodita.
¿Dónde queda, pues, un sitio para Dios?, se preguntan ciertas almas acongojadas, y como no dan con ninguna respuesta, condenan toda evolución que les ha acarreado semejante calamidad… Ya te escribí sobre las distintas salidas de emergencia, que conducen fuera de este espacio que tanto se ha angostado… Cabría añadir aún el salto mortal para volver a la edad media. Pero el principio de la edad media es la heteronomía en forma de clericalismo. El retorno a este sistema sólo puede ser un acto de desesperación, que únicamente puede lograrse a costa de sacrificar la honestidad intelectual.
Y nosotros no podemos ser honestos sin reconocer que hemos de vivir en el mundo etsi deus non daretur. Y esto es precisamente lo que reconocemos… ¡ante Dios!; es el mismo Dios quien nos obliga a dicho reconocimiento. Así nuestro acceso a la mayoría de edad nos lleva a un veraz reconocimiento de nuestra situación ante Dios. Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona (Mc 15,34)!
El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios, es el Dios ante el cual nos hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda. Mt 8,17 (Para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias) indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y por sus sufrimientos.
Esta es la diferencia decisiva con respecto a todas las demás religiones. La religiosidad humana remite al hombre, en su necesidad, al poder de Dios en el mundo: así Dios es el deus ex machina. Pero la biblia lo remite a la debilidad y al sufrimiento de Dios; sólo el Dios sufriente puede ayudarnos. En este sentido podemos decir que la evolución hacia la edad adulta del mundo, de la que antes hemos hablado, al dar fin a toda falsa imagen de Dios, libera la mirada del hombre hacia el Dios de la biblia, el cual adquiere poder y sitio en el mundo gracias a su impotencia. Aquí es donde deberá entrar en juego la “interpretación mundana”.
¿Quién soy yo? Ellos me dicen a menudo
que salgo de mi celda
sereno, risueño y fuerte,
como un noble de su palacio.
¿Quién soy yo? Me dicen a menudo
que hablo con los carceleros
libre, amistosa y francamente,
como si mandase yo.
¿Quién soy yo? Me dicen también
que soporto los días de infortunio
con indiferencia, sonrisa y orgullo,
como alguien acostumbrado a vencer.
¿Soy realmente lo que otros dicen de mí?
¿O bien sólo soy lo que yo mismo sé de mí?
Intranquilo, ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,
hambriento de colores, de flores, de cantos de aves,
sediento de buenas palabras y de proximidad humana,
temblando de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio
agitado por la espera de grandes cosas,
impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,
cansado y vació para orar, pensar y crear,
agotado y dispuesto a despedirme de todo.
¿Quién soy yo? ¿Éste o aquel?
¿Seré hoy éste, mañana otro?
¿Seré los dos a la vez? ¿Ante los hombres un hipócrita,
y ante mí mismo un despreciable y quejumbroso débil?
¿O bien, lo que aún queda en mí semeja al ejército batido
que se retira desordenado ante la victoria que le ha sido arrebatada?
¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí.
Sea quien sea, tú me conoces, tuyo soy,
¡oh Dios!


[Carta a un amigo, Tegel 16 de julio de 1944. Resistencia y sumisión. Cartas y escritos desde la prisión. Libros del Nopal. Ediciones Ariel. Madrid 1971, pág. 209-210]

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