Miércoles después del Miércoles de Ceniza


Desde Japón

Hoy es 16 de Marzo, y el terremoto que asoló la costa este de Japón ocurrió el 11. Sin embargo, los daños sufridos desde entonces no sólo se conocen mejor sino que van en aumento, especialmente con las explosiones, los incendios y las fugas radioactivas de las centrales nucleares de Fukushima.                 
Me piden que cuente “desde dentro” de la Vida Religiosa y Japón cómo estamos viviendo esta tragedia para la que adjetivos como dantesca o apocalíptica no son bastante expresivos. Aunque, ¿qué puedo decir?... Vivo en la provincia de Chiba pero lejos de la costa y a varios cientos de kilómetros de la zona más devastada. Aquí sufrimos el terremoto (el más fuerte experimentado por mí en los más de 30 años de misionera en Japón) y sufrimos algunas de sus consecuencias… pero son poca cosa si lo comparamos con lo que vemos en TV. Verdaderamente no sé qué decir…
Así que entro en Internet, en la página de la Iglesia católica, para informarme. La Diócesis de Sendai que es la que ha sufrido todo el peso de esta catástrofe cuenta que algunas de sus iglesias han sufrido derrumbamientos y desperfectos… pero son pocas. Una religiosa de esa zona informa que todas las Hermanas de las 13 Congregaciones femeninas repartidas en 31 casas están bien. El Obispado nos dice que un misionero canadiense ha muerto de un ataque al corazón provocado por el seísmo.
La Diócesis vecina, Saitama, también informa de desperfectos en sus iglesias, y de algunos fieles que han tenido que dejar sus casas y utilizar los refugios.
En Tokyo una parroquia ofrece ayuda psicológica y espiritual para hacer frente al stress de estos momentos. Eso es todo.
Sigo escribiendo, pero a mano. Ha comenzado un apagón eléctrico que durará tres horas. Están programados y repartidos por zonas para paliar de alguna manera la falta de energía provocada por los accidentes en las centrales eléctricas.  Por las calles transitan menos coches ya que no se puede comprar gasolina. Los trenes también funcionan bajo mínimos. En los supermercados las estanterías están vacías… y la gente, toda, lo acepta sin quejas ni estridencias… es nuestro modo de solidarizarnos con los que están sufriendo mucho más que nosotras.
Vuelvo a mis pensamientos sobre la Iglesia y la vida religiosa en Japón tan minoritaria ¿qué hace en estos momentos?... ¿Cómo afronta la tragedia?... la únicas imágenes que acuden a mi mente son la de la sal y la levadura… en medio de todos, sencillamente, viviendo y sufriendo juntos. Pienso en esta Iglesia y esta vida religiosa que es la mía mientras veo por la ventana el pequeño campo de juegos del Jardín de infancia que regentamos. Mañana es la ceremonia de fin de curso y las profesoras están alineando sillas y poniendo flores para organizar un salón de actos al aire libre, ya que el edificio se resquebrajó con el temblor y es peligroso usarlo. Todas trabajan uniendo esfuerzos para volver lo antes posible a la normalidad… Imagino que también las tres universidades, diez colegios de enseñanza secundaria y tantos parvularios de las Congregaciones Religiosas y las parroquias en la Diócesis de Sendai, estarán igualmente uniendo esfuerzos, trabajando juntos, católicos y no católicos, Hermanas y laicos, dando lo mejor de sí mismos… porque el Reino de Dios es de todos y entre todos nos vamos acercando a él.
No somos los protagonistas… la Administración, las múltiples ONGs, las asociaciones de vecinos… funcionan perfectamente, están muy bien organizadas… lo que nosotras podemos hacer es colaborar con ellos como unas ciudadanas más, como un grupo más. La Vida Religiosa por aquí no tiene poder… desde abajo, como todos, con todos, va aprendiendo y enseñando, dando y recibiendo… compartiendo. Esta es la imagen de Iglesia y de la Vida Religiosa que también ahora, en medio de la tragedia, sigue válida. Somos vecinos de la gente, sin más privilegio que esa luz de esperanza que la fe pone en nuestro corazón. Decía ayer por Televisión una señora: “Lo he perdido absolutamente todo. Sólo me queda la vida… pero tal vez hubiera sido mejor perderla también”. ¡Si pudiéramos estar cerca de estos agujeros de desesperación callada para dar la mano!… Esa es nuestra humilde misión: optar por la vida, acompañar esperanzadamente. En cada parroquia, en cada comunidad, estar con las puertas abiertas, ofrecer, esperar… el anuncio del Evangelio en Asia se hace no a gritos sino en susurro… como se dijo hace bastante tiempo. Y ahora, tal vez ni eso… ahora es tiempo de silencio respetuoso, dolorido… para acompañar el sufrimiento que nos rodea.

Celia Fernández
Chiba ken. Nagareyama

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