Esa luna lunera, cascabelera

La cosa estaba anunciada debidamente por todos los medios al alcance de cualquier hijo/hija de vecino/vecina. Quiero decir que era un clamor: el día 19 de marzo de 2011 la luna alcanzaría su perigeo respecto de la tierra. Es decir, se iba a acercar a nosotros tanto que casi sería posible tocarla con los dedos. O darle un cariñoso beso, Ramón dixit, mientras cerca vuelven a sonar tambores bélicos.
Así me la imaginé, mientras me informaba por la tele.
Pero no fue tanto, aunque casi se le aproxima. Al dirigirme este atardecer a la piscina la vi casi tan grande como aparece en esta fotografía.
Mientras braceaba en el agua, intentando no fallecer en el empeño de nadar entre una multitud de mocetones de ambos sexos con aletas que daban miedo, pensaba si yo sería capaz de captar con mi cámara una instantánea de la luna en todo su esplendor.
En cuanto llegué de regreso a casa, tiré de digital y… esto fue lo único que conseguí.
Habida cuenta de que soy absolutamente incapaz de lograr algo mejor, sigo tirando de copiar cosas en la red y continúo con mi disertación.

Yo con la luna no tengo mayormente relación. Pero intuyo que ella conmigo sí. Quiero decir que no dependo de ella, que me da lo mismo si está en creciente o en menguante, si está llena o está nueva, si se deja ver o se oculta púdica y vergonzosa. Yo a lo mío.
Por supuesto que si al salir muy de mañana, aún la veo de frente en el horizonte mientras el sol amanece por mi espalda, me alegro porque, haga frío o no, el día que empieza va a ser luminoso; no hay fallo. Y si por la noche la descubro presidiendo un cielo oscuro, lamento que su luz no me deje apenas ver estrellas; pero aún así, cuando cierro la jornada, duermo tan a pierna suelta que no me importa que ella se enseñoree de todo, y que su luz me llegue hasta la cama.
Yo disfruto cuando el cielo, sin luna, enseña toda su riqueza. Recorro con los ojos la vía láctea y trato de distinguir entre osa y osa… y poco más, no soy gran cosa oteando el firmamento. Con esa vista en la retina me he dormido muchas noches de verano, vivaqueando en campamentos, incapaz de hacerlo dentro de una tienda. Desde fuera vigilaba la hacienda mucho mejor.
La luna no ha inspirado mis sueños, cuando los he tenido. Tampoco me ha traicionado nunca, jamás me sentí tentado por ella, su seducción no consiguió hacer mella en mí. Al contrario que el sol, que sí que ha hecho todo eso y mucho más, porque el astro rey vaya que me influye y me importa, y de qué manera.
Pero tengo que reconocer que la luna algo pretende de mí, me sigue y me persigue, aunque sea en vano, al menos hasta ahora. Tal vez algún día me encuentre, y yo esté debidamente preparado; y lo que hasta ahora ha sido vulgar displicencia se trastoque en amable camaradería. Entonces tal vez nazca en mí el poeta que nunca he sido, y empiece a soñar, y entre ensueños emule a los grandes que lo han sido, porque eran capaces de volar y tener al tiempo los pies bien sujetos contra el suelo.
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando. 

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.

Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

Cómo canta la zumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.
Federico García Lorca.
ROMANCE DE LA LUNA, LUNA
A Conchita García Lorca

No hay comentarios:

Publicar un comentario