El ingenioso hidalgo


Por estas palabras empieza el título de uno de los libros que adornan la cabecera de mi cama. En realidad es en la pared, justo encima para tenerlo todo al alcance de la mano sin necesidad de salir de ella, en una estantería de madera que me hice con restos de embalaje, dónde se alojan los libros que suelo utilizar para esperar a Morfeo, bien arropado y debidamente relajado, junto con las revistas a las que por subscripción me veo atado y felizmente esclavizado, que voy ojeando sobre la marcha y a salto de mata. Todo ello forma un curioso batiburrillo que es mejor que permanezca oculto, aunque creo que en cierta ocasión colgué aquí una foto a propósito de un regalo sabanil.
El título completo del libro en cuestión, ya lo habrán adivinado quienes esto lean, es “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Y pertenece a una edición de Espasa Calpe, fechada en 1982, que adquirí el 5 de enero de 1988. Así consta, puesto que por entonces tenía la costumbre de datar y firmar los libros que compraba. Tal vez fuera por el temor a perderlos. También a mí me ha ocurrido eso de… Oye, Míguel, ¿no tendrás por casualidad El Quijote? ¿Me lo prestas? Lo necesito para un trabajo. Luego de prestado, la memoria es frágil y que vuelva para casa se convierte en un empeño inútil. Así he dejado de tener muchos libros, ¡onde andarán!
Tengo otros ejemplares del Quijote. Ahora que lo pienso, uno en Austral, no sé de que fecha; tal vez heredado de mi hermano. También otro que editó El Norte de Castilla en 2005 con motivo del IV Centenario, para subscriptores, en cuadernillos que encajan en un pequeño estuche. Y por supuesto aún anda por casa el resumido que tuvimos en el colegio, apropiado para lectores incipientes.
Esta noche se me ha ocurrido echarle mano, y veo que tiene la señal en el capítulo XVIII de la segunda parte, DE LO QUE SUCEDIÓ A DON QUIJOTE EN EL CASTILLO O CASA DEL CABALLERO DEL VERDE GABÁN, CON OTRAS COSAS EXTRAVAGANTES.
Ahí me llegaba, cuando volví a releerlo de nuevo, ya no recuerdo en qué vuelta.
Que ¿por qué saco esto a colación ahora? Ahí va la explicación.
Tengo entre los libros de mi cuarto de estar/recibir una pequeña talla del manchego. Me lo regaló mi vecina tras un curso de control mental en el que participamos. En las sesiones finales se trataba de adoptar un consejero, o de ser adoptado por él, con el que en la más conseguible relajación entrar en diálogo sobre asuntos importantes. A mí me tocó ser apadrinado por Don Quijote, palabra. Llegó de pronto, y en aquel imaginario refugio de montaña en el que tras descender contando desde diez hacia cero me encerraba, allí estaba él, sentado en su recio butacón, junto al hogar y con la mirada alerta a mi llegada. Nunca le sorprendí, siempre acertó el momento en que yo abriría la puerta y de pronto le increpara o saltara de júbilo, según me fuera en la vida exterior y nada controlada.
Muchas fueron las charlas que nos tuvimos; más bien monólogos, porque el bueno de Quijano no hablaba demasiado; si apenas, sonreía. Siempre supe lo que me decía aunque no articulara palabra alguna. Cómo lo hacía, no lo sé; pero muchas cosas me hizo llegar desde una extraña fase rem que yo ignoraba que existiese.
De aquellos ya lejanos primeros ochenta apenas recuerdo cosas que no se concreten en lo físico, tales como derribo de paredes y apertura de ventanas, construcción de escaleras y destrucción de viejos cobertizos, instalación de luz o de calefacción; en fin, cicatrices que pueden percibirse por los sentidos. Personas que traté y aún trato, o que ya no están y echo de menos. Y papeles que escribí por entonces, de programaciones, de reuniones, de peticiones, de justificantes de subvenciones, de facturas…
Pero sucedieron muchas otras que no dejaron un reguero de garbanzos por el camino y sin embargo si no hubieran ocurrido, nada de ahora sería lo que es.
Y esta noche, al levantar la vista y dar con la pequeña estatuilla del Quijote, han venido a mi memoria.
¡No seas quijote!, alguna vez me han dicho; hace demasiado tiempo. Nunca lo he sido. Más bien, Sancho.

Sancho Panza es aquéste, en cuerpo chico,
pero grande en valor, ¡milagro estraño!
Escudero el más simple y sin engaño
que tuvo el mundo, os juro y certifico.
De ser conde no estuvo en un tantico,
si no se conjuraran en su daño
insolencias y agravios del tacaño
siglo, que aun no perdonan a un borrico.
Sobre él anduvo –con perdón se miente–
este manso escudero, tras el manso
caballo Rocinante y tras su dueño.
¡Oh vanas esperanzas de la gente;
cómo pasáis con prometer descanso,
y al fin paráis en sombra, en humo, en sueño!



1 comentario:

  1. Te diré que estas cosas que de vez en cuando se te ocurre hacer, por ejemplo, escribir al margen -derecho o izquierdo- y en vertical ¡¡¡¡¡me vuelve tarumba!!!!!, y me desespera. ¿Por qué lo haces? ¿tiene algún misterio, que no se me alcanza, escribir lo que sea así? claro, yo ya te digo: no lo leo, ni lo intento, es un esfuerzo tremendo, ¡ponlo en cristiano, porfa!.

    Besos

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