De colores



Tras haber estado durante tres domingos acompañándonos en nuestras celebraciones, este cuadro de Enrique Barquín Sierra pasa a ocupar un espacio de honor, el recibidor parroquial.


 
«Es duro e impactante, pero necesario», comentó alguien. Otra persona dijo algo así como «real como la vida misma», creo recordar.
Ambas cosas son ciertas. Enrique no se lo ha inventado. Es copia de una foto aparecida en un periódico. Si hay algo subjetivo es solamente el color, se puede comprobar.
Pero para dulcificarla, porque en blanco y negro es más impactante, según lo veo yo.
La vida es puro color. Así la vemos, así nos gusta. Pero cuando se trata de afinar el ojo, profundizar la mirada, aquilatar la percepción y, sobre todo, atender a la realidad, no lo hay como la escala de grises.
Mis recuerdos de la infancia y adolescencia son exclusivamente en gris. Las imágenes que me han llegado de antes de mí, también son en esos tonos. Únicamente a partir de mi juventud los colores han empezado a menudear: en la prensa, en la tele, en los libros…
Creo, sin embargo, que en África, y en muchos otros lugares del mundo, aunque nuestra vista se vea deslumbrada del colorido en los ropajes, en los adornos, en los paisajes, en la cultura, el negro domina sobre el blanco, y el arco iris parece que se ha quedado olvidado en algún lugar del alto cielo, privando a sus gentes de esperanza de futuro, ante un presente más aciago que feliz.
Manos Unidas nos lo recuerda cada año por estas fechas. Bien está el recordatorio. Bien está también la solidaridad, quizás un tanto pasajera, que despierta en mí y en otras muchas personas. Bien, cómo no, igualmente los aldabonazos que desde muchos colectivos se hacen a la sociedad y a nuestros gobernantes de disposiciones y acuerdos alcanzados en los foros nacionales e internacionales para contribuir al desarrollo de los pueblos empobrecidos.
No es suficiente. No porque lo diga yo. Porque es evidente, porque está clarísimo que no lo es. Porque el llanto de esos niños con toda seguridad podría evitarse, se debiera haber evitado.
Desconozco la causa de su lloro. Tal vez sea por hambre. O por miedo. O por encontrarse solos y desamparados. O por no saber el camino de regreso a casa. O por no tener a donde ir. O porque les duele algo, aparte del estómago vacío.
Lo hemos puesto justo a la entrada de los locales parroquiales. Para que sirva de recordatorio. Para que sea aldabonazo sobre nuestros corazones adormecidos. Para que nos moleste según entramos, cuando nos creemos habitar un mundo placentero y feliz. Para que esa imagen se quede pegada a nuestra retina, y no nos deje tranquilos. Para que nos convenzamos de que los colores que visten nuestro mundo, les están vedados a demasiados seres humanos, demasiados, como para que nosotros no nos decidamos a hacer algo.

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