Mi caaaasa

     Lo peor de estos días pasados ha resultado ser el desmontaje. "Antes de" todo es hacer preparativos, pensando cómo hacerlo, buscando cosas, ingeniándolo para que resulte guay y barato. Con esmero se lleva a cabo, sin pensar -o pensándolo- en el tiempo que ello ocupe. Una vez todo dispuesto, ¡a disfrutaaaaar!

     Y se pasa bien, muy bien. Las Navidades son bonitas. A mí, al menos, me lo parecen. Pero duran poco, muy poco; apenas dos semanas o quince días. Y cuando acaban, hay que desmontar todo para dejarlo tal como estaba antes. De tal manera que "después de" todo parezca que sigue igual que "antes de"; ha sido como un paréntesis del que no queda ni rastro. Pero queda, vaya si queda.

     No voy ahora a enumerar las cosas que me han quedado, porque eso sólo tiene interés para mí y para los míos. Pero sí puedo deciros que en el salón comedor donde he sido incluido cariñosamente para festejar tres momentos cumbre de estos días, se ha mantenido instalada y extendida la enorme mesa en torno a la cual hemos compartido bocados exquisitos, charla distendida, risas sin medida, tragos que llenaban el paladar, chistes buenos y peores, y amistad y cariño extensivos (hay que ver la de cosas que caben junto a una buena mesa). Pero ya no está, ha pasado desmontada al trastero, -es un decir-, a la espera de otro motivo que festejar, que parece que no se va a demorar demasiado. También me ha quedado cumplido el punto 4 de mi carta a la reyes y alguna parte del punto 11. Del resto, se irá viendo. Y en cuanto al Niño que colocamos en la capilla con los pucheros y los aperos, la estrella blanca de porespan y los rótulos de las paredes, también ha quedado todo recogido y guardado cuidadosamente, a la espera de otra Navidad, que ya está al caer.

     Pero entre otras cosas que han caído estos días, está esta felicitación que me ha mandado un castromochino, a quien quiero corresponder como hijo bien nacido de aquel pueblo.
     Es la plaza mayor, con el ayuntamiento navideñamente engalanado, la fuente con su estrella en alto y un parque infantil en el mismo lugar donde hace la tira colocábamos nuestros taburetes para disfrutar de los cómicos que de tarde en tarde nos visitaban con sus juergas y teatro, en aquellas tarde-noches de verano. Los fuegos artificiales supongo que son eso, artificiales; lo mismo que la vela con muérdago y la ristra de bombillas que apagadas cincunvalan el cuadrilátero visual. Otra estrella sobre el balcón principal y la cinta luminosa en la fachada de la casa consistorial sí lucen, aunque no parezca una escena habitada… Ya decía mi abuelo materno que en Castromocho, cuando entrabas, no veías ni perros por la calle. No es que no seamos hospitalarios, qué va; es que somos lentos en salir de casa para recibir al recién llegado. Pero cuando salimos a la calle, ¡ah entonces!, entonces nadie nos supera en capacidad de acogida. ¡Pues buenos somos los de mi pueblo!

     Pero la sorpresa oculta que incluía esta felicitación está en esta otra foto, no importa que a la esbelta torre de Santa María le hayan cortado justo la punta y su veleta; es que no cabía en el encuadre. Lo que sí ha cabido, y de cuerpo entero, es mi casa. Esta que ahí aparece es; donde nací y donde aprendí a caerme sin romperme un hueso; el lugar que tengo pegado a mis recuerdos infantiles y donde indefectiblemente pasaba los veranos hasta que mi padre dijo: basta, no coges un costal más, esto para ti se acabó. Y se terminó. Pues bueno era mi padre.
     A lo que iba. Esa de ahí es mi casa. Mejor dicho, lo fue. Ya no lo es. Pero sigue siendo "mi caaaaasa".


     (Gracias Paco, ha sido todo un detalle. Feliz Año 2011)

3 comentarios:

  1. Bien por la musiquita. ¡Vamos de pueblos! No digo más. Un fuerte abrazo.

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  2. Yo no veo tu casa sólo la iglesia, ¿dónde está?.

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  3. emejota: es mucha maestría decirlo todo con las palabras justas. ¡Salud, maestra!


    Julia: es que esa torre ejerce mucho poderío. Si lo sabré yo, que crecí a su sombra. Mi casa está a sus pies.
    Besos.

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