-«Eran muy normales, buena gente, un pareja modelo», dicen los vecinos; «y los niños, una preciosidad». Y resulta que la madre ha asesinado a sus dos hijos en lo que parece con fría y calculada premeditación. Ahora no recuerda nada, o se escuda en alguna argucia legal para no hablar.
Este episodio real tiene a mi ciudad, Valladolid, conmocionada.
¿Qué es lo que pasa al otro lado del tabique? Mientras unos se divierten a un lado, al otro se trabaja sin descanso, con profesionalidad, dedicación y un alto sentido de la productividad. El tiempo es oro, hay que aprovecharlo.
Una sola ocupación no basta. A la tensión propia de una actividad frenética se añaden las inesperadas, las que provocan intereses inconfesables, envidias y egoísmos; las fuerzas ocultas echan una mano; no todo va a ser sufrimiento.
No obstante, nuestros personajes no son máquinas: aman y sufren, tienen ilusiones y aspiraciones, tratan de ser felices como cualquier hijo de vecino.
El mundo se ha vuelto loco. La prisa es el motor, la razón de vivir. Hoy todo se ha convertido en artículo de consumo inmediato, de usar y tirar. ¿A las personas se las usa y se las tira? Al otro lado del tabique trata de mostrar, por medio del humor, un mundo acelerado, desbocado, a punto de estrellarse, en el que unos personajillos, porque nadie se fijaría en ellos, tratan de sobrevivir aferrándose a unos sueños que aspiran a hacer realidad.
Lo que parece un guión de una comedia, -“Al otro lado del tabique” tan sólo es una comedia para pasar el rato… no más…-, es una realidad que nos está comiendo a todos por los pies. No sabemos qué pasa al otro lado, quien habita, cómo vive, o como muere…
Es verdad que los tabiques parecen de papel, que se oye todo, pero no se entienda nada. El vecino de al lado es un gran desconocido. Ni le conozco, ni quiero conocerlo. Ahora es así, sin más.
Antes era de otra manera. Eso hemos hablado esta tarde un buen grupo de parejas con hijos e hijas de nuestra catequesis. Sin tirar cohetes, hemos recordado a vuela pluma detalles de cuando la calle era para jugar, la casa para hablar, la familia amplia y hogareña; los vecinos eran compas de trabajo, de barrio y de juergas; el barrio, nuestra casa.
No volverán aquellas golondrinas, no volverán; pero nadie dice que no podamos colgar nidos nuevos bajo los alares del tejado de la nueva casa que estamos deseando habitar. En un momento nos ponemos a pensar en los cimientos…
Esta manera de vivir no es buena, no señor. Hay demasiada angustia en muchas personas que se sienten desamparadas y lo están. ¡Pobres! . Pues sí, habrá que remangarse y empezar a poner ladrillos nuevos.
ResponderEliminarBesos
Esa es una buena razón por la que emigre para vivir en lugares de pequeña población. Desde los 25 vivo en lugares donde todo el mundo se conoce. De otro modo mi sistema nervioso difícilmente habría podido aguantar. Un fuerte abrazo.
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