Creo en la palabra, la escucho, la acojo, me la guardo, la recuerdo. También la discuto, la completo, la complemento, la altero. Nunca la niego, o eso me gustaría.
Invitado por el colegio donde me inicié a la vida a celebrar no sé qué aniversario, participando de los eventos organizados, hice un recorrido por las clases donde recibí enseñanzas, aplausos, reconvenciones, aprobados y suspensos, premios y castigos. Ahora se llevan los medios audiovisuales, dijo el guía. Y nos hizo una demostración.
La pantalla enorme, la música, la película, la explicación, con ser el último grito educativo, me dejó completamente frío. ¿Cómo pretenden suplir aquella historia narrada, fuera profana o sagrada, con una “presentación”, que se dice ahora, movida desde un ordenador, que nadie puede interrumpir para pedir una explicación, aunque lleve música de fondo incluida?
Y ¡qué decir de la tiza, la pizarra y el borrador! Tanto servía para acompañar visualmente una explicación como para recibirlo en plena cabeza como proyectil si el profe te pescaba distraído o discutiendo con el compañero por haberse pasado invadiendo tu lado del pupitre.
La palabra es la palabra que sale de una boca, que está en una cara con ojos; que surge de un rostro que expresa alegría, entusiasmo, seriedad, misterio, empeño, convicción…
Y por si los ojos no fueran suficientes, ahí estaba el resto del cuerpo, su postura, su dinamismo, su volumen…
La palabra paseada no es lo mismo que la que se escucha de alguien que te habla desde arriba, o desde una silla tras una mesa enorme, o desde atrás, que te observa sin permitirte la réplica visual. Palabras que te horadan el cogote, o palabras que te entran por los oídos… y también por los ojos. Aquellas meten miedo en tu cuerpo; éstas te llegan hasta el corazón.
El teléfono nos pone en conexión. Pero sirve lo mismo para vender que para comprar, para encargar que para reclamar. Para conversar es necesario tener entre los ojos la cara de la persona interlocutora. Y si no, inventártela. El teléfono lleva a confusiones. Internet también.
Es lo malo de internet. No permite que nos miremos cara a cara. Y eso lo cambia todo, vaya si lo cambia.
Sí, creo en la palabra. Y también en el silencio, especialmente cuando está henchido de miradas que expresan lo que hay, que lo dicen todo.
Pelín nostálgico te percibo ¿no? Yo en cuanto al colegio y los sistemas de enseñanza quisiera haber podido vivir los tiempos más modernos, los míos no me gustan ni un pelo, lo siento.
ResponderEliminarLo de internet es una trampa mortal pero algo se puede atisbar de cada uno de nosotros, de unos más que de otros.
El teléfono es distinto, creo yo, es cuestión de aprender lo que los expertos llaman "la escucha activa"; poner toda la atención en la voz es fundamental y te dan un montón de información (yo hice un curso y aprendí y de esa manera establecía unas complicidades telefónicas muy útiles desde el punto de vista profesional).
Bueno la comunicación y tal... tú sí que sabes, este blog es la prueba.
Besos
Bien cierto, donde esté el contacto directo, sin tapujos y el calor humano nunca existirá ordenador ni teléfono que lo sustituya. Eso sí, la tiza de las pizarras antiguas me dejaba las manos perdidas. A cambio montábamos concursos de ver quien borraba más deprisa. Siempre se puede sacar el lado positivo si se pone empeño suficiente. Un abrazo sin polvo de tiza.
ResponderEliminarMe quedo con la elocuencia del silencio. Y creo que es necesario hablar todos el mismo idioma (o el mismo silencio).
ResponderEliminarQué me vas a contar, que me paso el día hablando de espaldas a una pizarra. Lo otro es una herramienta, que algunas puede ir bien, pero de lo que no hay que abusar si se quiere seguir siendo persona. A mí me encanta hablar, y me escuchan, no me lo puedo creer, y si les pregunto, contestan. Es como un milagro, ¿verdad?
ResponderEliminarMiguel Angel...acabo de escribir una entrada que se refiere a la comunicación, haciendo incapié en que el cara a cara es lo mejor....Internet es una incognita de los interlocutores, ni siquiera tenemos la imagen...
ResponderEliminarNos queda la palabra...y creer en la franqueza del otro que está detras de la pantalla...
Los silencios tambien son buenos y reflexivos.
La entrada que tengo escrita la publicaré igualmente...
¿estas en baja forma?...
Julia, eso del teléfono tienes que explicármelo, que lo entienda, que me puede interesar. “Escucha activa”, hum, curioso. Besos.
ResponderEliminaremejota, a mí la tiza me producía sensaciones gloriosas. El polvo sí era una pizca molesto, pero te daba una pátina blanca indeleble de por vida que resultaba venerable.
mariajesus, para mí el silencio sólo tiene sentido referido a la escucha. Lo que dicen los orientales del silencio me recuerda al vacío, que es imposible.
Lo del idioma tiene fácil solución: voluntad de comunicarse. Un ruso se entiende con otro ruso en su propio idioma. Un ruso que sepa español, es bobada que intente hablarme en ruso. Y eso por mucho que pretenda remarcar su identidad.
Clares, creo recordar que una vez hablé de las clases de Delibes. La palabra en él alcanza unos niveles… No creo que hagas milagros, es la palabra la que todo lo puede.
Anna, ¿en baja forma para qué? Tú sí que tienes palabra; y los silencios también los haces magistralmente. Espero para ya esa entrada que prometes.
quisiera rectificar una falta de ortografia en mi anterior escrito "hincapie" va con h.
ResponderEliminarpido disculpas.
¡Vaya unas horas de entrar a corregirr esa falta! Con las prisas que entramos y salimos, es fácil que se nos escape algún gazapo. Además una h como no suena, parece que está de más, aunque tenga su presencia.
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