El crucifijo que llevo colgado de mi cuello me lo trajo la Michel. Sólo me lo quito para nadar. Sólo por ese motivo no lo llevo puesto. Y no es que yo sea muy de crucifijos de colgar. Creo que si me pongo a contar, tengo suficientes con los dedos de una mano.
De pequeño algo llevé, pero ahora no recuerdo si fue medalla o crucifijo. Lo perdí. Creo que era de plata, seguro que regalo de primera comunión o de algún cumpleaños. Ya no sé. Y desde entonces no hubo cruz de mi colgada hasta que me hicieron cura, mucho tiempo después, cuando al salir de la ceremonia solemne de ordenación llegaron unos cuantos y me colgaron esta que ahora pongo:
Era demasiado importante, y también excesivamente grande para llevarla bajo la ropa, y algo ostentosa para llevarla por fuera, así que desde el principio pende encima de mi cabeza cuando duermo en mi cama. Ese es su sitio, y ahí la quiero tener.
Volvió a pasar el tiempo, mucho, mucho tiempo, y llegó esta cosa, que me trajo Alicia de El Salvador. Recuerdo de los mártires de la UCA, año 1989:
La llevé hasta que se deshizo, y luego fue reemplazada por otra igual, que volvió a traerme Alicia del mismo sitio, y que duró casi lo mismo que la primera; están juntas ahora, encima de mi cabecera de la cama.
Pasó otro tiempo sin tener nada, que tampoco es que me esfuerce demasiado por tener ahí colgante alguno. Hasta que llegó la Michel y me regaló esto:
Hace puede que dos años que me la dio. Y ahí sigue, que parece que es más consistente y está hecha para gente como yo, descuidada y descreída (es broma, pero algo iconoclasta sí que debo ser).
Esto me da pie para recordar a la Michel. El artículo que la acompaña se lo pusimos en el barrio, que ella vino sin él: Michel.
Michel era una jovencita, leonesa, del páramo, alegre como unas castañuelas, dispuesta para todo, valiente y atrevida que más parecía osada. Llegó para regentar la pequeña escuela del barrio, y para colaborar en lo que hiciera falta: conducir, guisar, escribir, hacer encargos, organizar actividades y excursiones, animar a la asociación, dar catequesis, llevar, traer… y para cumplir aquí su tiempo obligado de noviciado. Michel es monja.
Hizo sus primeros votos, -y creo que fue la primera y en lo que parece la última en hacer esta cosa en La Cañada-, en la campa que existía en las inmediaciones, ante vecinos, familiares y allegados. Yo fui quien canónicamente los recibí. Tuve ese honor. Hicimos fiesta, por supuesto. Y la gente, encantada de que Michel hubiera dicho lo que dijo, aquello de aceptar los tres votos de castidad, pobreza y obediencia. En lo que sé y a lo que parece, sigue en ello.
El caso es que la Michel nos sorprendió un día con que se quería ir a misiones. No dio pie para discusión alguna. Lo dio por hecho, y lo aceptamos como tal. La cosa parece que estaba ya muy madura, con destino final y todo, así que sólo nos cupo organizar la despedida y llenarle la mochila con lo mejor que nos pareció, lo necesario y mucho más, hasta reventar.
Quiso, sin embargo, el diablo que, cumplida debidamente una despedida a su nivel y categoría, y estando ya en el aeropuerto de Barajas dispuesta para embarcar, alguien vio que la mochila estaba demasiado llena, y la birló. Michel tuvo que volar al otro lado de la mar con lo que sus compañeras y compañeros de despedida se quitaron para que siquiera tuviera algo que ponerse, ya se sabe quita y pon. Michel llegó al viejo Nuevo Mundo con una mano delante y otra detrás. Como si volviera a nacer.
Ha pasado mucho tiempo. La Michel ya sólo es la Michel aquí y para nosotros, que allá tiene nombre propio. Ha hecho allá muchas cosas, ha sufrido también penalidades, pero se ha curtido en la brega. Y la reclamaron para cumplir otra tarea, esta vez en África y en puesto de mucha responsabilidad. No me está permitido decir más.
Si de América me traía cada vez que venía pequeñas cosillas de artesanía popular, venía con algo para cada persona que ella conocía, qué capacidad esta muchacha; de África esta vez que vino me trajo este crucifijo, justo el que llevo puesto:
Y ya digo, no me lo quito nada más que para nadar.
Como es posible que la Michel alguna vez pueda tener acceso a internet y visitarme en el blog, le voy a hacer un guiño cariñoso, y recordarle sólo una pequeña anécdota, de las muchas que me tocó vivir con ella.
Esto era que tuvimos que desplazarnos a Gijón para participar en un curso de jefes de campamento, porque nos obligaban a tener titulación para hacer nuestras actividades con la gente del barrio. Era el curso que mejor nos venía por cuestión de fechas, que no de cercanía. Y allí nos fuimos. Dejando a un lado el follón que montamos con nuestras particularidades en un contexto de recato, obediencia, sumisión y pocas ideas, en un momento de relajo quisimos visitar el puerto. La Michel, ni corta ni perezosa, conducía la cirila con garbo, como lo hacía todo. Callejeamos por la ciudad sin mayor problema. Yo, como mayor y con más experiencia en la conducción, de vez en cuando le pedía un poco de más despacio, pero ella era muy suya. Avistamos el puerto y para allá enfiló el cacharro sin dejar de pisar. Michel, para que eso es aduana. Pero ella a lo suyo. Cuando llegamos a la garita la pava siguió como si nada, hasta que la pegué un grito como los que suelo dar, y frenó; frenó por fin, y a tiempo, porque ya salía el civil con la metralleta en ristre. Michel, mujer, que ahí tienes que parar, que esa señal es aduana, ¡¡¡A-D-U-A-N-A!!! Y ¿qué es eso?, me pregunta la buena de ella. Pues que tienes que parar en seco. O nos ametrallan.
El susto fue lo que fue. El civil muy serio nos pidió documentación y referencias, pero nos dejó seguir en paz. Y en paz, aunque con nervios, visitamos el puerto de Gijón.
La Michel era así. Ahora seguirá siendo una buena pieza, esté donde esté, y viéndome, si es que tiene la oportunidad.
Querido Miguel Ángel, con que interés he léido tu entrada, relatando los regalos que te han ido haciendo y como no podía ser de otra manera la mayoría Crucifijos, y por cierto preciosos.
ResponderEliminarCon que gracejo cuentas las cosas de la Michel: Entiendo que se ha ido, pero no te preocupes las personas buenas nunca se van del todo y ella te guiará y estará pendiente de ti.
¡Seguro!
Como lo está tu amiga monzonera que se acuerda mucho de su Miguel Ángel.
He estado el puente del Pilar por la montaña.Mal tiempo pero...
Un abrazo inmenso como el Mondarruego.
Vaya con la Michel (pero es nombre de chico ¿no? será Michelle?).
ResponderEliminarEspero de corazón que allí donde esté, en ese continente que me tiene... no sé cual es el calificativo, unas veces sobrecogida, otras angustiada, otras sorprendida, bueno muchas cosas me tiene, que le vaya todo lo bien que le pueda ir tratándose de lo que se trata y haciendo lo que hace.
Bonito homenaje a la Michel y precioso crucifijo, uno así hasta yo me lo colgaría -es un decir- pero algunos llevé en mis buenos tiempos y medallitas y colgantes hippies...
Otra misión cumplida, un día más he acudido a la cita con prontitud.
Besos
Es sencillo y suave, bueno parece muy suave en la foto.
ResponderEliminarEn algunos sitios de Africa las mujeres tienen negocios ( cooperativas) de artesanía en la que realizan crucifijos, gorritos tejidos con ganchillo, collares, pulseras, cestos, cajas y un sin fin de cosas que una vez vendidas a los turistas les dan para mantener de forma adecuada sus casas, la Iglesia en estos casos está muy involucrada en estos proyectos, quizá tu querida amiga te haya enlazado con alguno de estos proyectos.
Tampoco yo me lo quitaría de encima.
Besos
Descansa en paz.
ResponderEliminarMaría Luisa, qué va, si es por el número el regalo que más me han ofrecido es el vino de esta tierra. Y como no bebo, igual que entran botellas, salen.
ResponderEliminarMe alegro que visites los valles pirenaicos, que los tienes bien cerquita. Un abrazo fuertote.
Julia, el apodo deriva de su apellido, y por supuesto es chica, ya ves qué artículo llega: la Michel.
Besos y a por otra.
Laura, sí, por aquí tenemos algunas cosillas de África: cuadros hechos con arena de colores, pinturas, tallas de animales, y un Cristo precioso adosado a un cristal… De Senegal nos trajeron un Belén casi de tamaño natural. De Sudamérica, ni te cuento.
Besos.
emejota, ¿qué tal la piscina? Gracias, duermo como un bebé.