Hace unos días leí este artículo. Mi primera reacción fue extraña. Sentí que te dirigías a mí a pesar de que citabas a un obispo. También me equivoqué, porque no era a Munilla, obispo de San Sebastián, sino a Iceta, obispo de Bilbao, a quien te referías. En un principio estuve a punto de mandarte un mensaje, como ya lo hice en otra ocasión, y que tuviste la deferencia y el detalle de contestar. Luego me retuve. No me atreví.
Ahora veo tu escrito multiplicado por esta pradera inmensa de Internet. Estás en todos los sitios. El eco de tu voz habrá llegado a las estrellas. Y eso hace que este intento mío sea un extraño alarde de tonta audacia, un atrevimiento rayano en la locura, y desde luego una postura nada correcta políticamente. Aún así, yo tampoco quiero callarme.
Hermano Arregui, te has pasado. Respondes con el Evangelio, pero intuyo que no lo haces desde el Evangelio. Sé que Jesús no lo haría como tú lo has hecho. El Jesús de Nazaret en quien creo no habría mirado a ese obispo de esa manera, y casi estoy seguro que mientras tu escrito viaja por estos espacios siderales, Él está callado, tal vez escribiendo sobre la arena de este suelo, no sé si pensando, tal vez orando, quizás sólo y apenas con la mente en reposo, esperando que todo amaine y entremos en un silencio que repare corazones heridos, almas desgarradas, sentimientos encontrados…
Las palabras de ese obispo a una pregunta, -tal vez sincera, tal vez torticera, allá él o ella-, de un(a) periodista, que han salido publicadas, sabes que tienen que ser así, porque si hubieran sido de otra manera, ese mismo Evangelio al que apelas serviría para decir a las víctimas que aguanten, que sufran en silencio, que no reclamen, que esperen a la otra vida, que aquí como que no pasa nada, que Abba es insensible a su dolor aunque él diga que siempre perdona, y que en resumidas cuentas, ya disfrutarán en el cielo de la paz que ahora reclaman.
Citas hermosos textos, dulces palabras que salen de la boca de Jesús. Incluso pones las últimas: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Te condueles de que este mundo exija castigo, que el culpable antes de ser absuelto deba reconocer su mal y pagar por él, y apelas al plus de utopía del Evangelio, la Buena Noticia del Reino de Abba, sin el cual esto que ahora vivimos no será sino un campo de batalla, donde "ojo por ojo y diente por diente".
Comprendo que hablas de la Justicia de Dios y de nuestra justicia. Pero las quieres comparar, y eso no puede ser. De sobra sabemos que hay tal distancia entre ellas, que nunca lograremos superarla. La Justicia es salvación; la justicia es reparación. La Justicia es liberación y abrazo incondicional; la justicia es reconocimiento y satisfacción del derecho conculcado. Y es condicional, cómo no ha de serlo. Dónde quedarían, si no, las víctimas, dónde pondríamos a los victimarios. No, esa distancia entre Justicia y justicia sólo la puede salvar Abba Dios.
Y te recuerdo, aunque no hace ninguna falta, dónde andan esas víctimas que requieren sanación, pero que necesitan para ello una medicación adecuada y una terapia a medida, y siempre y por encima de todo un cariño y una acogida que nunca serán suficientes: niños violentados y explotados, mujeres salvajemente tratadas y ninguneadas, trabajadores con salario de muerte o sin salario, personas difamadas y puestas en la picota, jueces torpemente expedientados, políticos honrados defenestrados por intereses interesados, personas buenas de todas las edades y de todos los colores del arco iris que pintan absolutamente nada y son carne de cañón. Pueblos enteros a quienes apenas les llegan unas migajas de esta opulenta mesa en que nos servimos ricas viandas, que antes eran de ellos, y ahora ya no. No me olvido de los muertos y machacados por razones de raza, pueblo, lengua, religión, opción política… Como ves la lista puede ser infinita, y no seré yo quien la pretenda poner completa. Tú sabrás mejor que yo cómo hacerlo.
Si has querido decir apenas qué lejos estamos aún de llegar a "ser perfectos como lo es nuestro Padre del Cielo", te lo acepto. Y estoy contigo.
Si has pretendido dar una lección de sensible dulzura frente a unas palabras que te han parecido duras, inhumanas, acristianas, indignas de quien las pronunció y de la institución a la que representa, entonces, hermano Jose Arregui, creo que Jesús, dejando de escribir, se levanta ante nosotros y nos dice muy, pero que muy serio: «El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra».
Y acabo, que no soy persona de palabra fácil, ni erudita, ni sé decir cosas tan bonitas como tú. «El Evangelio del perdón primero», terminas diciendo que «gritan todas las cosas desde lo más hondo de sí».
No estoy de acuerdo. Eso no lo gritan las cosas, eso lo grita Dios. Y su grito dolorido es su Palabra, es Jesús, y es en Él en quien hemos sido tod@s reconciliad@s con Él, el Abba de nuestro hermano Jesús.
Míguel, tienes que leer de nuevo el texto de Arregui. O no lo has pillado, o no lo pillo yo, pero creo que ha utilizado la respuesta del obispo como excusa para hablar del perdón predicado por Jesús. No lo juzga, quizá pide que desde el ser cristiano hay que ir más allá de lo que van las "personas normales", los políticos, los que no somos tan creyentes, o agnósticos o directamente ateos.
ResponderEliminarEl obispo contestó "políticamente" para no meterse en jardines, es lo que se pretende desde la jerarquía ¿no?, los obispos son una especie de "delegados del gobierno de la ICAR".
Arregui aboga por que los obispos, los curas, los creyentes en general -eso creo- se pronuncien como tales desde el Evangelio y él así lo ha manifestado con el texto y las citas.
Quien no quiera eso y seguir, también en esto del perdón a Jesús, ya sabe, debe salirse del club (esto es de mi cosecha, así lo pienso). El perdón es algo muy central en las religiones como él muy bien indica. Que es difícil, claro, él también lo dice, pero eso no es óbice, cortapisa ni valladar para que si uno es, es, y si uno sólo quiere ser a ratos y con condiciones pues no vale, oye.
Pero, además, ¿de qué te extrañas? ¿por qué te indignas tanto? te expresas como lo haríamos algunos -yo por un por ejemplo- sectarios, justicieros y bastante primarios. Tú eres un hombre de fe y un hombre de Dios, aunque seas hombre, debes estar por encima de... y Arregui lo está y se expresa desde el intento muy serio de vivir con arreglo al Evangelio, incluido lo que es impopular, políticamente incorrecto... pero cristiano.
Yo creo que debes reflexionar sobre lo que has escrito y lo duro que tú mismo eres con Arregui cuando dices que no habría mirado a ese obispo de esa manera, entre otras lindezas (tú para político o diplomático no valías, ya te lo digo, guapo).
Por cierto, echo de menos, aunque sea con recortes de "corta y pega", una entradita a tu señor alcalde (con minúsculas porque a semejante cenutrio no se le debe más).
Con mi cariño y un saco de besos.
Por cierto, he visto que has vuelto a poner la cita del tiempo pero de aquella manera, ¿no?; se dice "tempus" en latín, una es que es muy ignorante en lo tocante al latín; te diré que en el colegio de San Sebastián, las monjas, en el Bachillerato, a las niñas que estábamos predestinadas a ser "trabajadoras por cuenta ajena" en lugar de la clase de latín (que p'aqué, mire usté) nos daban doble clase de francés para que fuéramos unas buenas secretarias (?), así que yo salí ganando porque siempre tenía matrícula de honor ¡toma ya!, aunque el francés no me ha servido para nada en el ámbito laboral, sí en el cultural.
ResponderEliminarSiguen los besos
Después de leer el artículo y leer tu entrada, solo me viene a la cabeza; MIguel Angel perdona a Arregui porque no sabe lo que dice.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, y mira que no soy creyente.
Julia, sólo por tener la suerte de leer tu largo, ancho y profundo comentario, ya me doy por contento de haber escrito esta carta. Y es que además, tienes toda la razón. Si un cristiano no está dispuesto a perdonar, que devuelva su carné. Si no pone el perdón por delante, y la otra mejilla, y no se adelanta a entregar la camisa cuando alguien le pide la chaqueta, tampoco está imitando a Jesús.
ResponderEliminarEso lo sabe muy bien el obispo, y José Arregui sabe que el obispo lo sabe. Pero en tanto el obispo no puede olvidar a las víctimas del terrorismo, por ejemplo, José Arregui no puede olvidar tampoco a ese obispo.
Me costó sangre, sudor y lágrimas escribir esta carta, y ahí estará hasta que me convenzáis de que no debe estar.
Por otra parte, está muy bien que sepas francés en lugar de latín. Yo ni lo uno ni lo otro, ya ves. Pero la frase “Tempus fugit” viene puesta en los relojes antiguos y en los modernos que parecen viejos.
Del alcalde de mi ciudad prefiero no hacer ninguna mención. Nunca nos hemos tratado.
Y ya sabes que te quiero, y que te mando un montón de besos.
Encarni, tranquila, no niego mi perdón a nadie, sepa o no sepa lo que hace. No sabes cuánto celebraría no tener razón en este caso.
¡¡Pues después de visto y leído todo creo que, efectivamente, este señor, responde en su artículo con palabras del Evangleio pero sin el Espíritu del Evangelio. Si el hecho de pedir perdón (de palabra) no va acompañado de obras (arrepentimiento del daño causado, deseo sincero de repararlo, muestras públicas de cambio interior, etc) sigue siendo un gesto hipócrita y farisaico. Eso creo haber entendido. A los fariseos Jesús les llamó de todo menos bonito. Un abrazo y ¡feliz domingo!
ResponderEliminar¿Crees de verdad que Arregui olvida a las víctimas en favor de su magistral discurso evangélico? No me parece que lo creas porque, además, no son contrapuestos: se puede y se debe desde el cristianismo hablar del perdón como él lo hace y estar con las víctimas asistiéndolas en todo aquello que precisen. Esto creo yo, que no creo.
ResponderEliminarBesos, bondadoso amigo.
Mi pequeña reflexión desde mi reducido mundo interior. Comprendo tu indignación y la comparto.
ResponderEliminarComo bien dice el teólogo, es posible perdonar sin arrepentimiento por parte del agresor. Una madre perdona una y mil veces a su hijo, tantas cuantas le muerda la mano a ella o a sus hermanos. Pero sería una madre imprudente si olvida que su hijo muerde cuando quiere algo. Una buena madre recriminará y castigará a su hijo, hará todo lo posible para conseguir que deje de hacer daño y lo hará por amor y porque es su obligación. Sus hermanos no podrán perdonarle hasta que cese el dolor de los mordiscos.
Algo me ha llamado la atención en el artículo del teólogo (aparte del buen de las palabras de los Evangelios, con los que sin duda todos estamos de acuerdo) es el uso que hace de la palabra amansar, que la usa en todas sus formas.
Viene a decir algo así: San Francisco con su mansedumbre consiguió amansar al lobo y junto a los mansos paisanos vivieron todos felices.
Me asalta una duda ¿Se amansa a las fieras y a los hombres? No sé, lo buscaré en el diccionario.
Me pregunto si San Francisco con su mansedumbre amansó al buenazo del lobo ( pobrecito) mientras le mordía la mano..... Tanta mansedumbre me da mucho que pensar.
¿por qué todos nos creemos publicanos? y los demás son fariseos.
ResponderEliminarSi las palabras de Arregui,las hubiera dicho un sencillo cura chileno, hablando de su jerarquía.
¿habríamos reaccionado igual?
Un saludo.
Mónica, también te deseo feliz domingo. Esta tarde al leer de nuevo todo esto creo que Jose Arregui no carece de espíritu evangélico, y no está pidiendo que perdonemos farisaicamente; pero si el perdón tiene que resultar sanador, también ha de ser liberador, del propio sujeto y del perdonado. Perdón gratuito sí. Incondicional no. Si no se recibe por la parte ofensora no termina de hacer su tarea sanadora/liberadora. ¿Me podré quedar tranquilo porque ya he perdonado, sabiendo que la otra persona sigue siendo mi enemiga?
ResponderEliminarJulia, pues claro que Arregui no olvida las víctimas, por eso precisamente he escrito esta carta, porque lo que dice no se compadece con lo que he leído de él estos últimos años.
No te pases, Julia, no te pases. Besos.
ISABEL B., eres inteligente, ya lo sabes. Se puede amansar cualquier cosa, incluso animales y personas; pero dejan de ser lo que son. Por eso a Moly, Berto y Gumi no les quiero hacer animales de circo; claro que en el pecado llevo la penitencia. ¡Qué bonico y qué bonito sería que porque concedo mi perdón la otra persona cayera rendidamente convertida! Sería un milagro, y yo no soy un taumaturgo.
Eso sólo lo puede hacer Dios.
izara, no hay tal disyuntiva. Todos de la misma pasta, eso es lo que está sobre la mesa. Del caso hipotético no puedo decir nada.
Mi reacción, tal vez poco afortunada y mal razonada, sólo tiene explicación porque si Arregui miró a ese obispo, yo me miré a mí. A una pregunta semejante, yo también habría respondido como lo hizo Iceta. Es posible el perdón, claro que sí. Y gratuito, por supuesto. Pero compromete al perdonador a convertir al perdonado; te liberas de la venganza, del odio, del resquemor, pero liberas al otro convirtiéndolo. Y si no lo consigues, no hallas la paz, sigue rogando al Abba que lo perdone. Eso es para mí el significado de las últimas palabras en la cruz: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen». Esa paz, creo yo, la encontró Jesús al descansar confiado en sus manos: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».