Premiando la fidelidad

He recibido, como cualquier otra persona internauta, un mogollón de mensajes con las más variadas presentaciones sobre flores, paisajes, ciudades del mundo, carreras de coches, fieras de África, mascotas; anuncios interesantes y también tediosos; chistes graciosos y aburridos, sesudos artículos de prensa y documentos sobre los muchos avances de la ciencia; comentarios políticos, sociales y religiosos; vídeos musicales y recados de cosas que tengo que hacer.

Os ofrezco sólo una pequeña muestra de todo ello; no es una selección, sino seis pequeñas cosillas cogidas al tuntún del almacén general que me he visto obligado a vaciar porque ya no me cabeeeeeeeeee…

Recibidla como mi premio a vuestra fidelidad a esta casa, disfrutadla y que el mes que viene nos sigamos leyendo y escuchando.



I


II


III


IV


V


VI

ELLA está gravemente herida




Él le trae comida y se ocupa de ella…




La vez siguiente que él regresa con comida, se da cuenta de que ella está ya muerta…




Él trata de moverla, quiere que reaccione; pero todo es inútil…



Él no se conforma, se para a su lado y grita con todas sus fuerzas para que ella despierte y se mueva…



Finalmente, viendo que ya no puede reaccionar, se queda quieto mostrando su desolación…


Se dice que las fotos de los dos pájaros han sido tomadas en la República de Ucrania,
donde un pájaro trata desesperadamente de salvar a su compañera…

Millones de personas se emocionaron al ver estas preciosas fotos en Europa, en América, en todo el mundo…

Se dice que el fotógrafo cedió estas fotos por un precio módico a un periódico famoso de Francia, y todas las copias del periódico fueron vendidas el día en que se publicaron.



EL AMOR NO TRATA DE ENCONTRAR A ALGUIEN CON QUIEN VIVIR





SINO DE ENCONTRAR A ALGUIEN CON QUIEN NO SE PUEDE DEJAR DE VIVIR






¡AMIGO (A)!

Cien años no son nada

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra:
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.



* * * * *



Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombre jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.


(Miguel Hernández. Orihuela, 30 de octubre de 1910 – Alicante, 28 de marzo de 1942)

Dios de la vida. Orando con Karl Rahner

Esta entrada va de homenaje a una persona muy especial, a quien no conocí, pero que me ha influido de manera muy especial. Lo hizo entonces, cuando estudiaba y él era el referente máximo de todos los saberes teológicos. Lo hizo después, pasados los terrores de exámenes orales y escritos para sacar un título que se nos exigía, cuando en la calma de la lectura reposada y reflexiva accedí más y mejor a su pensamiento, a su reflexión, a su vida interior. Y lo siguió haciendo cuando, llevado por la muerte de este mundo de los seudovivos, su persona, su saber y su enseñanza fueron puestos en solfa por petimetres, eso sí de muy alta alcurnia, que más bien envidian su enorme dimensión humana, cristiana, teológica… y que ¡qué más quisieran ellos que servirle para suela de zapatos!

Me refiero a Karl Rahner

Decir quién es Rahner mejor que yo, lo hace Víctor Codina en este trozo de un artículo muy bueno, aunque un poco largo. Es del año 2004, y se titula

El misterio absoluto de Dios. (Karl Rahner) (Biografía)



En este año se ha conmemorado el centenario del nacimiento y 20 años de la muerte del jesuita K. Rahner, llamado por algunos "Padre de la Iglesia del siglo XX", o "el gran teólogo del siglo XX". Fuera de sus muchos escritos, las huellas de su pensamiento teológico han quedado registradas en varios documentos del Concilio Vaticano II. En este texto, un discípulo del teólogo alemán esboza algunos rasgos de su personalidad y de su aporte a la Iglesia. Innsbruck es una bellísima ciudad austriaca, a orillas del río Inn, rodeada por altas cadenas montañosas alpinas siempre nevadas, famosa estación de esquí y sede de juegos olímpicos de invierno. En esa ciudad, en el curso 1961-1962, fui discípulo del jesuita Karl Rahner.

De mediana estatura y recia complexión, Karl Rahner impresionaba por la seriedad de su rostro y la profundidad de su mirada. Un tanto arisco, sin la bonhomía de su hermano Hugo, ocultaba sin embargo un sentido alegre de la vida, una fina ironía y una cordialidad que fue creciendo con los años. Un día nos desconcertó pidiéndonos a los jesuitas extranjeros que estudiábamos era Innsbruck estampillas para un asilo de niños que solía visitar. Muy metódico en su vida, se levantaba muy temprano, oraba y celebraba la eucaristía y a primeras horas de la mañana ya estaba trabajando en su habitación. Preparaba sus clases por escrito, pero una vez en el aula prescindía de sus papeles y, paseándose, improvisaba nuevas reflexiones. Esto sucedía mucho más en los seminarios y en los coloquios del viernes en la noche, donde se sometía a toda clase de preguntas. Muchos de sus escritos son fruto de estas elucubraciones espontáneas que luego dictaba a sus amanuenses. Tenía entonces 57 años, y estaba en plena madurez intelectual y en una fase de gran creatividad teológica.

Karl Rahner nació en Friburgo de Brisgovia, Alemania, era 1904. Ingresa en 1922 a la Compañía de Jesús, era la que ya estaba su hermano mayor Hugo. Después de sus estudios de filosofía y teología en Pullach, junto a Munich, y en Valkenburg (Holanda), completa su formación filosófica bajo la dirección de Heidegger. Estudia a Kant, Maréchal y Heidegger para un trabajo sobre el conocimiento según Santo Tomás. Su obra Espíritu en el mundo no es aceptada como tesis en filosofía. Pero Rahner pasa de la filosofía a la teología, estudia los Padres de la Iglesia y la espiritualidad antigua, se gradúa con una tesis de teología sobre el origen simbólico de la Iglesia del costado de Jesús, se especializa en la historia de la penitencia y comienza a enseñar teología sistemática en Innsbruck en 1936. Después de la ocupación nazi y de la clausura de la universidad de Innsbruck, Rahner pasa a Viena donde desarrolla una intensa actividad en el Instituto de Pastoral y luego como párroco en un pueblo de Baviera.

TEÓLOGO VIGILADO Y DESPUÉS HONRADO

Terminada la segunda guerra mundial, enseña de nuevo teología, primero en Pullach (1945-1948) y luego en Innsbruck donde es nombrado profesor titular en 1949 y donde leccionará hasta 1964. En los años posteriores a la carta encíclica El género humano de Pío XII contra la "Nouvelle théologie", y en el ambiente de sospecha reinante, Rahner es vigilado por el Vaticano y no puede escribir libros sin censura de Roma. El cardenal Ottaviani le dijo que esto era un privilegio, para defenderlo de sus acusadores. Rahner le contestó que renunciaba a este privilegio... El obispo de Innsbruck Paul Rusch lo tenía por peligroso, y en cambio el cardenal de Viena, Franz Konig, lo nombró asesor personal suyo para el Concilio Vaticano II. En 1964 es llamado a Munich para sustituir a Romano Guardini en su cátedra de cosmovisión cristiana y filosofía de la religión. En 1967 pasa a la universidad de Munster donde se jubilaría en 1971.

Nombrado por Juan XXIII consultor de la comisión preparatoria del Vaticano II, Pablo VI le agradeció en 1963 personalmente su labor teológica y le animó a seguir su camino. Su influjo en el Vaticano II fue muy notable. De 1969 a 1974 fue también miembro de la Pontificia Comisión Teológica. En los últimos años de su vida continuó activo, asistiendo a congresos y diálogos, y fue nombrado Doctor Honoris Causa en varias universidades. Muere en Innsbruck en 1984 a los 80 años.

Su producción escrita sobrepasa los dos mil títulos. Publica 15 volúmenes de Escritos de Teología, las Cuestiones disputadas, Misión y Gracia; inspira y colabora en Sacramentum mundi, el Diccionario de Teología e Iglesia, el Manual de Pastoral, la colección Mysterium salutis y la revista Concilium. Al final de su vida hace una síntesis de su enseñanza en el Curso fundamental de la fe. Su estilo es difícil incluso para los alemanes. Su hermano Hugo decía, con su fina ironía, que cuando fuera viejo traduciría la obra de su hermano Karl al alemán. Karl Rahner es uno de los teólogos más famosos del siglo XX, "el gran teólogo del siglo XX" según muchos, "Padre de la Iglesia del siglo XX" según algunos. Lo cierto es que nada es igual después de Rahner. Transformó la teología de una escolástica decadente en una ciencia viva. "Rahner hasta de la piedra saca teología", recuerdo que me dijo un día Ignacio Ellacuría, mi condiscípulo en Innsbruck. Este año 2004 se cumple el centenario de su nacimiento y el vigésimo aniversario de su muerte. Con este motivo universidades y revistas le dedican un justo homenaje.

HOMBRE RELIGIOSO

Le preguntaron a Rahner poco antes de morir si esta etapa de su vida, llena de homenajes y honores pero ya en plena jubilación, tenía todavía mucho sentido para él. Rahner contestó que, al contrario, estaba en el momento más apasionante de su vida, pues se acercaba lentamente al encuentro definitivo con el Misterio Absoluto. Esta anécdota histórica muestra algo muy característico de Rahner, que marca su filosofía y teología: la apertura del ser humano al Misterio Absoluto de Dios.

La palabra Misterio, despreciada por pensadores racionalistas de siglos pasados, es retomada por Rahner como concepto límite y fundamental de la estructura humana, como horizonte Último del pensamiento y de la actividad humana. Todo ser humano, "espíritu en el mundo", se abre a este Misterio Absoluto, está ordenado al Misterio insondable, al Misterio santo y sin orillas, aunque no tenga conciencia de ello. Esta tensión es intelectual y se consuma en el amor.

Por esto todo ser humano está abierto a una posible revelación de Dios; es, como dice Rahner un "oyente de la palabra". Debe escrutar la historia para ver si este Misterio Absoluto se ha comunicado a la humanidad.

De esta especie de teología fundamental pasa Rahner a la dogmática sistemática. Para cuantos tenemos fe, este Misterio Absoluto se nos ha revelado en Jesús, que es la autocomunicación de Dios a la humanidad, el "sí" de Dios al mundo, el modelo del ser humano. En una célebre meditación sobre la Navidad, Rahner describe el silencio del corazón humano en espera de que la Palabra irrumpa con su luz en la noche del mundo. Rahner siente una gran ternura ante la humanidad de Jesús, a la cual da un valor permanente para nuestra relación con Dios que se nos ha revelado como Padre. Amar a Jesús significa algo fundamental para todo cristiano y para todo ser humano. La resurrección de Jesús es la victoria de la fuerza definitiva de Dios sobre la muerte y el pecado. Esto lleva a Rahner a afirmar que el misterio de la Trinidad en su dimensión salvífica hacia fuera, nos revela el misterio más íntimo de su vida divina y viceversa.

Sin duda la espiritualidad ignaciana alimentó todas estas vivencias en Rahner. El sentido de la Divina Majestad, el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús, la búsqueda de la voluntad de Dios, el Dios que se comunica... son temas de los Ejercicios ignacianos que resuenan fuertemente en el pensamiento rahneriano. Rahner dedicó varias obras a profundizar la espiritualidad ignaciana, el discernimiento de espíritus y la elección, la alegría en el mundo de la espiritualidad ignaciana, lo que diría Ignacio a los jesuitas de hoy... Rahner no sería comprensible sin su pertenencia a la Compañía de Jesús.

HOMBRE DE IGLESIA

La Iglesia, como comunidad de la gracia victoriosa de Dios, es el símbolo y sacramento de Jesús en el mundo. Los siete sacramentos no son más que los momentos fundamentales de este sacramento radical que es la Iglesia de Jesús. Las afirmaciones del Vaticano II sobre la Iglesia como sacramento le deben mucho a Rahner.

La Sagrada Escritura es el libro de la Iglesia y está inspirada en la medida en que Dios quiere la Iglesia y se necesita la Escritura como su norma fundante. Rahner, fiel a su concepción del ser humano como abierto al Misterio, llega a afirmar que quien actúe conforme a su conciencia y ame a los demás está movido por la gracia de Cristo y de la Iglesia y llega al Misterio Absoluto, aunque no lo sepa nombrar ni diferenciar de otras experiencias humanas. Este es un "cristiano anónimo", noción que ha sido criticada por muchos, pero que marca una apertura de Rahner al diálogo interreligioso, superando el eclesiocentrismo que afirmaba que "fuera de la Iglesia no hay salvación". Las religiones no cristianas, sus fundadores y sus estructuras son "medios salvíficos" para la mayor parte de la humanidad. Dios se revela en el corazón de todos los seres humanos pero esta revelación alcanza su culmen en la revelación histórica de Jesús de Nazaret.

Estas afirmaciones de Rahner sobre la Iglesia le llevan a un profundo amor a la Iglesia y a una fidelidad a su misión y a su magisterio. No casualmente Rahner publicó una edición del Denzinger, compendio de definiciones y…


*  *  *

De este pensador profundo, díficil tantas veces de leer, complicado de entender, pero sabrosísimo cuando se llega a conseguir lo uno y lo otro, es esta plegaria, una oración recogida por Karl Lehmann en el libro "Karl Rahner. Oraciones de vida", Publicaciones Claretianas, Madrid 1986, págs. 181-186.


DIOS DE LOS VIVOS





     Quiero recordar delante de ti a mis difuntos. Señor, a todos aquellos que alguna vez me pertenecieron y se han apartado de mi. Son muchos; tantos que de una mirada no puedo abarcarlos todos, sino que otra vez debo recorrer el camino de mi vida con el recuerdo, si mi dolor quiere volver a saludarlos a todos.


     Cuando así lo hago es como si en la calle de mi vida pasara un desfile de hombres y en cada momento, alguno de ellos, calladamente y sin decir adiós, se desviara de este desfile, y apartándose del camino se perdiera en la negrura de la noche. Mi comitiva se vuelve más y más pequeña porque sólo aparentemente hombres nuevos aparecen en el camino de mi vida para viajar conmigo. Ciertamente muchos van por la misma calle, pero propiamente conmigo peregrinan tan sólo los que en otro tiempo comenzaron juntamente conmigo, los que ya estaban allí cuando yo comenzaba mi ruta hacia ti, Dios mío, los que estaban muy cerca de mi corazón y aún lo están. Los otros son camaradas de viaje en el mismo camino, y de éstos hay muchos: nos saludamos y ayudamos mutuamente y siempre vienen nuevos y se retiran. Pero propiamente el desfile de mi vida, formado por aquellos que se aman, se hace cada vez más pequeño y callado, hasta que por fin también yo, silenciosamente, me desvíe del camino y me aparte sin despedida ni regreso.


     Por eso mi corazón está con ellos, con aquellos que ya se alejaron de mí. No hay otro sustituto para ellos: no existe ningún otro hombre que pudiera rehacer un grupo de hombres que verdaderamente se aman, cuando repentinamente, y sin esperarlo, alguno de ellos ya no existe. Porque tratándose de amor verdadero, ninguno puede sustituir al otro. Porque el verdadero amor ama al otro con aquella profundidad que es característica de cada uno. Por eso, cada uno de los que se fueron se llevó un trozo de mi corazón -sí, cuántas veces el corazón entero-, cuando la muerte pasó a través de mi vida. Para quien verdaderamente amó y ama, la vida se torna, ya antes de la muerte, en un vivir con los muertos. Porque el que ama, ¿podría olvidar a sus muertos? Y si alguno verdaderamente amó su «haber olvidado» y su «haber llorado», no es un signo de estar ya consolado, sino del carácter definitivo de su luto, un signo de que una parte del propio corazón realmente murió con ellos y ahora está muerto en vida, y por eso ya no puede seguir lamentándose.


     Así vivo con los muertos, con aquellos que me precedieron hacia la oscura noche de los muertos donde ninguno puede ya hacer cosa alguna.


     Pero, ¿cómo puedo vivir con los muertos en la idéntica realidad de un mismo autor, mío y de ellos? Respóndeme Tú, Dios mío, que te has llamado Dios de los vivos y no de los muertos. ¿Cómo puedo vivir con ellos? ¿De qué me sirve cuando digo -e inclusive los filósofos me demuestran- que todavía existen y siguen viviendo? ¿Están conmigo? Porque amaba a los muertos y todavía los amo, debo estar con ellos. Pero ¿están ellos también conmigo? Ellos ya se fueron, están en silencio. Ni una palabra suya llega a mi oído. Ni una suave muestra de su cariño vuelve a llenar mi corazón. ¡Cuán callados están los muertos! ¡Cuán muertos están los muertos!


     Entonces, ¿quieren ellos que los olvide, como se olvida uno de cualquiera con quien accidentalmente se encontró en un viaje y cambió un par de palabras indiferentes? Si aquellos que en tu amor partieron de este mundo no perdieron la vida, sino que se transformó en vida eterna, ilimitada y sobreabundante, entonces ¿por qué para mí son como si ya no existieran? ¿Acaso la luz -tu luz, Dios mío- en la cual penetraron es tan débil que no puede bajar hasta donde estoy? ¿Sólo pueden estar contigo a condición de que también su amor, no sólo su cuerpo, me abandone? Mi pregunta se vuelve de ellos a ti, Dios mío, que quieres ser llamado el Dios de los vivos y no de los muertos.


     Pero ¿cómo he de preguntarte? Tú estás tan mudo como los muertos, aunque también te amo a ti como amo a mis muertos, aquellos lejanos y silenciosos desaparecidos que entraron en la noche. ¿Qué respuesta perceptible das a mi amor cuando te llama y pide una señal de que tu amor hacia mí vive y está conmigo? ¿Puedo quejarme de mis muertos cuando su silencio no es más que el eco de tu silencio? ¿O es tu silencio una respuesta a mi queja de su silencio?


     Así ha de ser, porque eres la última, aunque incomprensible, respuesta a todas las preguntas de mi corazón. Yo sé por qué guardas silencio: tu silencio es la estancia sin límites en la cual mi amor sólo puede existir en tu amor por la acción de la fe. Si tu amor hacia mí se me hubiera revelado en esta vida terrena, manifestándome claramente que soy amado por ti, ¿entonces cómo podría demostrarte un ánimo osado y la fidelidad de mi amor? ¿Cómo podría salirme por la fe -mediante el éxtasis de la fe y del amor- de este mundo, y amando salirme hacia tu mundo y entrar dentro de tu corazón?


     Para que mi amor se descubra en la fe, tu amor se ha ocultado en el silencio de tu quietud. Me has abandonado para que yo te encuentre. Porque si estuvieras conmigo siempre me encontraría sólo a mí al buscarte a ti. Debo salir de mí si he de encontrarte allí donde Tú puedes ser Tú mismo. Porque tu amor es infinito, únicamente puede vivir en tu infinitud, y porque me quieres mostrar tu amor infinito, me lo has escondido en mi finitud y me llamas para que salga de ella. Y mi fe en ti no es otra cosa que el oscuro camino en la noche, entre la casa desamparada de mi vida, con sus reducidas y pobremente iluminadas estancias, y la luz de tu vida eterna. Tu silencio en este tiempo de mi vida terrena no es otra cosa que la manifestación terrena del Verbo eterno de tu amor.


     Así mis muertos imitan tu silencio: porque entraron en tu Vida, están ocultos para mí. Porque las palabras de su amor se confundieron con el júbilo de tu amor infinito, ya no penetran en mi oído. Viven la infinitud de tu vida y de tu amor, por eso su amor y vida ya no entran en el estrecho recinto de aquello que yo llamo mi vida y mi amor. Vivo una vida que no es más que una larga agonía -«prolixitas mortis», llama tu Iglesia a esta vida-, por eso nada experimento de su vida eterna que no recuerde la muerte.


     Pero así es precisamente como viven también para mí. Porque su silencio es su clamor más agudo. Porque es el son de tu silencio. Porque es el son que vibra al unísono con tu palabra que nos habla mientras nos envuelve a nosotros y nuestras palabras en su silencio frente al fuerte ruido de nuestra actividad y de las angustiosas y precipitadas protestas mediante las cuales los hombres aseguramos nuestros recíprocos amores. Así tu palabra, llamándonos, nos introduce en tu vida. Así nos ordenas, por medio de la obra del amor, que es la fe osada, dejarnos a nosotros mismos para encontrar una base eterna en tu vida. Y exactamente así también llama y ordena el silencio de mis muertos que viven en tu vida y por ello me dirigen juntamente conmigo tu palabra, Dios de mi vida, la cual está lejos de mi muerte. Porque están vivos callan, así como nuestras ruidosas conversaciones nos deben hacer olvidar que somos moribundos. Y su silencio es la palabra de su amor a mí, la palabra de amor que me dirigen.


     Dios silencioso, Dios de los muertos silenciosos. Dios vivo de los vivos, que hablas mediante el silencio. Dios de aquellos que mediante su silencio quieren llamarme hacia tu vida, haz que no olvide a mis muertos y a mis vivos. Que mi amor hacia ellos, mi fidelidad a ellos sea testimonio de mi fe en ti, Dios de vida eterna. Haz que no oiga en vano su silencio, el silencio que es la palabra más última de su amor. Que ésta su más íntima palabra me acompañe cuando partan de mí, para que su amor, penetrando en ti, esté más cerca de mí. Alma, no olvides a los muertos. Viven. Viven tu propia vida, que aún está encubierta por ti, ya sin velo en la luz eterna. Que tus vivos, Dios de los vivos, no me olviden a mí que soy un muerto. Concédeles, Dios, que ya les has concedido todo y a ti mismo, también esto: que su silencio se convierta en la expresión más explícita de su amor hacia mí, que se transforme en una palabra que conduzca mi amor hacia ellos, hasta su vida y su luz.


     Si mi vida es y se vuelve cada vez más una vida con los muertos que me han precedido en la oscura noche de la muerte, en la cual nadie puede ya obrar, entonces tórnese mi vida, por obra de tu gracia, cada vez más una vida de fe guiada por tu luz en la noche de mi vida. Entonces yo vivo con los vivos que se me han adelantado con el signo de la fe hacia el día luminoso de tu vida, en el cual ya ninguno debe obrar, porque Tú mismo eres este día, Tú, plenitud de toda realidad, Dios de los vivos.

     Cuando digo: Señor, dales el descanso eterno y alúmbreles la luz eterna, que mi oración sea solamente el eco de la palabra de amor, que ellos mismos hablan por mí en la quietud de su eternidad: Señor, dale al que amamos en tu amor, como nunca antes, dale, después de la lucha de su vida, el descanso eterno y también alúmbrele tu luz eterna como a nosotros. Alma, no olvides a los muertos. Dios de todos los vivos, no te olvides de mí, muerto, para que algún día también tú seas vida. Amén.

Cambiando tebeos en Cantarranillas


Mira tú por cuanto esta mañana El Roto me ha revuelto los papeles. Y yo que los tenía tan ordenaditos.

Yo me estrené en las letras leyendo Roberto Alcázar y Pedrín. Con El Jabato dibujé la historia. Zipi y Zape que ayudaron en mis pillerías. Disfruté con El Llanero Solitario y La cabaña del Tío Tom me concedió enterarme de otras muchas cosas. Me dormía ojeando las riberas de mi río con Tom Sawyer, y al despertar sacaba de bajo la almohada la portada coloreada del Capitán Trueno y con Crispín me disponía a encararme a la aventura de un nuevo día, teniendo a Goliath a mis espaldas.



Los domingos, bien de mañana, cogíamos mi hermano y yo el montón de sobados cuadernillos de aventuras, primero fue en el Poniente, y luego ya en la Plaza de Cantarranillas, y para allá nos dirigíamos a buscar nuevas historias a cambio de las ya leídas y sabidas. Íbamos al trueque, a permutar lo viejo por lo nuevo, a recambiar usado por usado, a reponer historias frescas, a rellenar el depósito de la aventura. Y tras un tira y afloja por aquí, un te cambio estos dos por ese otro, me das treinta céntimos y ése por este mío que es más nuevo, volvíamos a casa para devorar en la tarde tranquila del domingo lo que ya atesorábamos en taco bien apretado al sobaco, no fuera que alguno, por exceso de sebo, se nos perdira en el camino.



Así me desbravé en la lectura, que luego fui haciendo más selecta, y que terminé por depurar con mi encuentro con la Colección Historias.


Pero había una serie de novelas en dibujos, de apretada letra y carboncillo muy oscuro; trazo complicado el de aquellas páginas acuarteladas, donde el enemigo era alemán o japonés, y el héroe siempre, siempre, americano. Era puro dualismo: los malos tan malos que parecían perversos; el bueno, todo ternura, no tenía inconveniente en disparar y ganar, matando, porque al final todo debía ser perfecto, como la vida que vivía en la realidad. Todo estaba bien así, nada había que quitar ni que poner; las cosas son como son, y el que ose cambiarlas tendrá su merecido. Se llamaba "Azañas bélicas", y ¡eran de gordas…!
Eran historias de combates, de lucha cuerpo a cuerpo, de ejércitos contra ejércitos, en posiciones casi imposibles, porque el mal era tan grande y tenía tantos recursos, que ya desde el princpio tenía uno que prepararse para lo imposible: que ganara el bien fuera como fuese. Y lo hacía, claro que lo hacía, porque al final el malo siempre pierde.

No dejó en mí aquello ninguna huella. No tuve que acudir a psiquiatría. Tampoco me pusieron tiritas en la mente. No hube de lamentar tener malos sueños. No fui agresivo, y eso que jugábamos a indios y vaqueros, policías y ladrones, cristianos contra moros…

Aquello sólo quedó en el mundo de mis lecturas, como un paso obligado para otras cosas, entre ellas, vivir mi propia vida.

Lo que entonces leí con inocencia, ahora me salta a la cara despiadadamente. Y vengo a descubrir que el periódico de hoy me arrea este sopapo:

Y yo, palabra, que nunca quise hacer ningún daño a nadie. Yo sólo pasaba el rato, cambiaba mis tebeos ya gastados y me dedicaba a jugar en serio, como sólo lo hace un niño, aunque bien sabía que todo era una simple mentirijilla.

Bien diferente es ahora que, cuando paseo cada amanecer con mis politos, recorro un camino de herradura, tan viejo como el reino de Castilla, bordeado a diestra y siniestra de tierras yermas, desoladas, baldías; otrora fueron feraces vergeles que nutrieron de frutas y verduras el mercado popular de mi ciudad. Ahora sólo duermen, esperando que sobre ellos se eleven construcciones. Campo llano al que el pelotazo de la especulación condenó sin remisión; tarde o temprano terminará perdiendo del todo cualquier parecido con lo que ahora veo. Y al mirarlo, entre las sombras de la noche que se va y los empujones del día que se abre, percibo que esto es bien real, en tanto lo otro, lo que soñé leyendo y lo que leí jugando, no tiene nada que ver con lo que El Roto me pueda estar recriminando.

¡Que yo no me inventé ninguna guerra, que no quise ser de los buenos ni de los malos! Yo sólo jugaba, y jugando hacía amigos, y entre tanto crecía. Así que no me mires, que no tengo la culpa y mucho menos quiero tener mala conciencia, aunque esto último sea un tanto complicado, y por más que me lave la conciencia no consiga quitarme del todo una como roña que la empaña.

Y ahora que termino de escribir miro hacia atrás y veo que empecé hablando de tebeos, y lo dejo con un mal sabor de boca, por culpa de aquellas hazañas, no tan lejanas, y de este progreso que nos barre; mal viento se lo lleve, ojalá lo parta un rayo.

Roto, me has roto un poco el alma. Sanson, también tú has contribuido a tirar de las columnas, no te hagas el sueco. Pero tranquis, a lametazos y con ayuda conseguiré recomponerla. Amigos y tiempo, no me faltan.

Sintonía, compañerismo, complicidad, solidaridad


O de cómo una canción que parece ensayada puede, sin embargo, ser en verdad puritita empatía espontáneamente desbocada.


Parece una canción de amor que el cantautor dedica a algún amor de los posibles en su vida. Y alguien afirma convencido que ese amor fue el de una mujer que ni le correspondió ni le volvió a mirar.

Parece un lamento por algo no alcanzado, y que ante el público se convierte en acto de comunión por todas las pérdidas que los seres humanos vamos almacenando en nuestro camino vital.

Parece un deseo expresado en voz alta de lo que se ansía alcanzar y, que tal vez algún día, deje de ser utopía porque sea ya posesión plena.

Alguien opina que esta canción está dedicada a una muchacha, que sí, que la conoció en el ejército, hace…

Otro va y dice que su fin es nombrar a Pinochet…

Aquel de allá replica que ni hablar, que el no nombrado no es otro que Batista… y este de más cerca, rotundo, le contesta que el aludido es en verdad Castro.

Para resolver este conflicto no tengo a mano ningún medio, es posible que entre todos lo encontremos. Pero no es esa mi intención ahora, sino una muy otra.

Me di de bruces con esta canción y esta concreta versión trasteando por youtube para hacer un comentario en el blog de una amiga. Y me pareció sencillamente precioso. Ya lo dice el subtítulo de la pieza: Mano a mano.

Yo más bien diría, -dejando a un lado el término y su matiz taurino-, que se trata de un acto de comunión entre cantante y público que, haciendo un alarde de saberse y conocerse muy por dentro, se alterna, se invade, se asume y se incluye en ese ¡ojalá!, que no sabemos muy bien en qué consiste, pero en el que nos gustaría sentirnos también contenidos, para no estar al margen de ese deseo, más que común, totalizante.

¡Cuántos ojalás pronunciamos y al tiempo que suspiramos nos decimos que no tendremos suerte esta vez tampoco, que la suerte juega a esquiva, o que ni siquiera pasamos por ventanilla para adquirir la dichosa papeleta!

En cualquier caso, con la diosa fortuna a favor o en contra, escuchar esta canción es una auténtica delicia. Ñoras, ñores, ¡va por ustedes! Con todos nosotros, Silvio Rodríguez y ¡Ojalá!:


Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo.
Ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos.

Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve,
ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones:
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.

Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.
Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,
a tu viejo gobierno de difuntos y flores.

Valladolid, una ciudad de leyendas

     El otro día mi gente fue de visita a la ciudad. Era un paseo guiado de la mano experta de la no menos experta y culta Paz Altés Melgar. Se trataba de descubrir en rincones de Valladolid aquellas huellas que el tiempo y la historia han dejado ahí, semiocultas, en forma de leyendas, casi olvidadas, poco conocidas pero con muchos visos de haber ocurrido.

     No hay fantasmas en mi ciudad, tampoco creo en ellos, pero a la vista de lo que me contaron luego, parece que sí los hubo en el pasado. ¡Mira que si aún están por estos espacios haciendo de las suyas!

     Os dejo esto que fue lo que Paz Altés les relató, lo que disfrutaron viendo y oyendo y paseando, mientras la ciudad se desperezaba de la siesta en un día soleado de este otoño.



Un paseo por el Valladolid "de leyenda" Cuatro mágicas historias de nuestro pasado
Jueves 21 de octubre de 2010
16.30 h I punto de encuentro: Plaza de San Pablo, esquina Palacio de Pimentel Duración aprox.: 2 horas
Itinerario: Plaza de San Pablo - Puente Mayor - Palacio de Fabio Nelli - Campo Grande

La leyenda del bautizo del Rey Felipe II



En el siglo XVI, la plaza de San Pablo y sus zonas aledañas eran el centro neurálgico de la villa de Valladolid. La vida cortesana se desarrollaba en esta zona, flanqueada por los edificios más emblemáticos de aquel momento.
Un noble de la época Bernardino Pimentel y Enríquez, marqués de Tábara, consiguió por aquellos años comprar uno de los palacios del entorno, hasta entonces propiedad de otro noble: el marqués de Astorga.
Se trataba de uno de los palacios mejor situados, a un paso del convento de San Pablo; por eso, el emperador Carlos I (o Carlos V, padre de Felipe II) lo eligió como residencia (el Palacio Real no existía aún y el rey no tenía casa propia en Valladolid) y en él estaba alojado junto a su esposa, Isabel de Portugal, y su personal de servicio, cuando se produjo el nacimiento de Felipe II, el día 21 de mayo de 1527.
En el palacio de Pimentel (hoy sede de la Diputación Provincial de Valladolid) los preparativos para el bautismo del recién nacido, príncipe heredero, comenzaron de inmediato. y la primera cuestión a decidir fue "en qué iglesia" tendría lugar el acontecimiento.
La presunta "duda" (origen de la leyenda) estuvo en si elegir la iglesia de San Martín, que sí era parroquia, pero su condición era ciertamente humilde; o elegir la iglesia del flamante y señorial convento de San Pablo, a pesar de no ostentar función parroquial alguna. No obstante, si se hubiese tratado de dilucidar entre "dos parroquias", el debate hubiese estado entre San Martín y San Benito "El viejo", colindante a la Casa del Sol (palacio del marqués de Gondomar). Pero no. El tema no era ese; la cuestión era que el templo que 'acogiese la gran ceremonia de un bautizo tan importante debía "estar a la altura".
La leyenda cuenta que si el niño y su "comitiva bautismal" salían del palacio de Pimentel por la puerta principal que da a la entonces Corredera de San Pablo, la parroquia con competencia jurisdiccional habría sido la de San Martín; de ahí que los organizadores del evento se las ingeniaran para hacer salir al príncipe por la fachada este del palacio, aunque ello supusiera "sacarlo por una ventana". Se cuenta que la reja que protegía la ventana hubo de ser cortada y retirada parcialmente y que, posteriormente, para volverla a su estado inicial se utilizó "una cadena" que, además, sirve desde entonces para recordar el lugar por el que Felipe II "salió al aire libre por primera vez en su vida".
Por su parte, las crónicas históricas lo que nos transmiten es que, tan sólo 1 hora después de que se produjese el alumbramiento, el emperador Carlos cruzó hasta la iglesia del convento de San Pablo para dar gracias a Dios por su heredero (lo cual ya nos pone sobre la pista de qué templo tenía en mente el padre de la criatura ... ); y que los preparativos para erigir el pasadizo hasta la iglesia comenzaron también con mucha diligencia.

Se trataba de levantar un pasadizo que impidiera que la muchedumbre se abalanzase sobre la comitiva. Esta arquitectura efímera nacía del sexto o séptimo peldaño de la escalera principal del Palacio (no iba, pues, a ras de suelo) y salía del edificio por una de las ventanas bajas de la fachada que da a San Pablo. El pasadizo estaba cubierto de ramas y flores de muchos matices, rosas, limones, naranjas y otras frutas exquisitas y en los arcos triunfales se dispusieron muchos retablos e imágenes de bulto, préstamo del vecino Colegio de San Gregorio. El pasadizo entraba en la iglesia del convento de San Pablo y se dirigía hasta su altar mayor.
El "romper la reja" fue real pero el motivo no fue burlar la competencia jurisdiccional de la parroquia de San Martín, sino eliminar las barreras físicas que los operarios fueron encontrándose al abrirse camino para construir el pasadizo.
En el zaguán del palacio de Pimentel hay instalado un magnífico zócalo de 12 azulejos (fueron colocados entre 1939 y 1940; son obra del ceramista talaverano Juan Ruiz de Luna), que ilustran distintos pasajes de la historia de Valladolid. Dos de ellos se refieren, precisamente, al pasaje que acabo de narraros. Uno nos muestra cómo era el "pasadizo" y el otro representa el momento de la ceremonia bautismal, ya dentro de la iglesia


La leyenda del Puente Mayor 




Hasta 1865 (mediado el siglo XIX) este puente fue la única manera de cruzar el río Pisuerga a su paso por Valladolid. El Puente Mayor fue durante muchos siglos -tantos como ocho- un elemento urbano tan característico como lo es la torre de La Antigua o la fachada del convento de San Pablo.
Hoy en día, son 11 los puentes que unen las dos orillas del Pisuerga en este mismo tramo urbano:
De norte a sur:
Puente del Cabildo, Puente de Doña Eylo, Puente Mayor, Puente de Fernández Regueral (también "del Poniente"), Puente del Cubo (que toma su nombre de un viejo puente que atravesaba la Esgueva a la altura de la calle Doctrinos), Puente García Morato, Puente Colgante, Puente de El Corte Inglés, Puente de la División Azul, Puente de la Hispanidad…
Además de 1 pasarela peatonal que une Parquesol con la plaza de Juan de Austria. En estos momentos hay otra pasarela en construcción que arrancará desde el callejón de La Alcoholera... y 1 puente, sólo para tráfico rodado, recientemente inaugurado, que corresponde al paso de la Ronda Exterior Sur sobre el río.
Pero, como decíamos, esto no ha sido siempre así y esta precisa situación es la que ha ocasionado que en torno al Puente Mayor hayan surgido diversas leyendas que tratan de explicar lo que rodeó su construcción.
En 1872, una dama de nombre María de Feijóo escribió una leyenda en la que narraba que el mencionado Puente Mayor fue construido por orden de la condesa doña Eylo Alfonso, primera esposa de don Pedro Ansúrez, nombrado primer señor de Valladolid por el rey Alfonso VI, a finales del siglo XI. La leyenda cuenta lo siguiente:
En el transcurso de uno de los viajes que el Conde tenía que realizar, su esposa, doña Eylo permaneció en Valladolid acompañada de sus cinco hijos y de su fiel esclavo moro Mahomed. El moro Mahomed estaba profundamente enamorado de otra de las asistentes de la Condesa, llamada Zaida Fátima; pero los condes, sus señores, no veían con buenos ojos esta relación.
Así las cosas y ausente don Pedro, Mahomed decidió hacer algo que pusiera en su favor al Conde cuando éste regresara. El moro tuvo noticia de que la Condesa tenía grandes deseos de contar con un paso sólido sobre el río que le evitase tener que cruzarlo vadeando las zonas de poca profundidad y corriente, en balsas que no dejaban de ser incómodas y poco seguras. Mahomed puso manos a la obra y consiguió construir un puente de piedra, diseñándolo muy estrecho, con idea de que sólo pudiese atravesarlo a la vez un puñado de hombre y la población no quedase al pairo de incursiones y ataques enemigos.
Sin embargo, cuando don Pedro regresó a Valladolid, lejos de mostrarse contento y satisfecho por el trabajo de Mahomed y la estrategia aplicada en la construcción del puente, mandó llamar a un peregrino -que en aquel tiempo eran los grandes ingenieros de caminos- para que lo ensanchara. El peregrino, en principio "anónimo", resultó ser el caballero Hugo de Moneada, conde y señor de L1obregat; y, cuando la obra de ensanche del puente estuvo finalizada pidió a cambio al Conde Ansúrez la mano Zaida Fátima y se casó con ella (después de haber conseguido bautizarla...).
En 1892, Antonio Martínez Viérgol recogió por escrito una segunda leyenda sobre la construcción del Puente Mayor, que dice así:
En los siglos medievales, el gobierno local de la villa de Valladolid estaba repartido entre dos linajes (familias) llamadas "los de Reoyo" y "los de Tovar". Y sucedió que un joven perteneciente a "los de Tovar" se enamoró perdidamente de una joven que vivía al otro lado del río Pisuerga, junto a su padre, un viejo soldado. Un día, cuando el muchacho se dirigía a la cita con su amada, se encontró en el camino a un opositor suyo, perteneciente al linaje de Reoyo. Ambos se retaron a espada y el de Tovar hirió de muerte al de Reoyo.
Era una tarde de tormenta y el de Tovar, dispuesto a continuar con sus intenciones, se dispuso a cruzar el río Pisuerga para encontrarse con la bella Flor. Comprobó entonces que el viento y la lluvia habían dañado considerablemente su barca dejándola inservible y aquello le enfureció tanto que comenzó a blasfemar, maldecir y, finalmente, invocar a Satanás, prometiéndole que le entregaría su alma si le ayudaba en aquella situación.
La leyenda dice que en aquel preciso momento las aguas del río comenzaron a escupir una espuma roja que fue tomando la forma de un ser demoníaco que, en breves momentos, tendió un puente sobre el río Pisuerga para que el de Tovar pudiese atravesarlo. Pero cuando éste llegó a la otra orilla, el joven encontró a su amada Flor muerta, abrasada, calcinada. Aquel puente tendido por el Diablo sería el actual Puente Mayor...
La Historia real nos dice que el Puente Mayor fue efectivamente construido a instancias del matrimonio Ansúrez, en algún momento de finales del siglo XI; y que el ensanche y el refuerzo que se identifican al observar sus arcos, corresponden a siglos posteriores. 


La leyenda del "Sillón del Diablo" 




Estamos en el Palacio de Fabio Nelli. Se trata de un edificio de mediados del siglo XVI, para cuya construcción, su propietario, el banquero Fabio Nelli, mandó contratar a los mejores arquitectos del momento: Diego de Praves, Juan de la Lastra y Pedro Mazuecos. Es un palacio de aire muy italiano y marcado estilo clasicista. Desde 1968 es la sede del Museo de Valladolid, de titularidad estatal y gestión autonómica. En la actualidad el museo lo dirige Eloísa Wattenber García.
En este lugar os hablaré de la tercera leyenda de nuestro recorrido: la leyenda del "Sillón del Diablo".
Aunque os he traído hasta este lugar, la historia que voy a contaros comienza en un rincón de Valladolid muy distinto, concretamente el antiguo edificio de la vieja Universidad de Valladolid. De este edificio, hoy llama sobre todo la atención su fachada barroca del siglo XVII!... Sin embargo el complejo constructivo tenía muchísimo fondo y exactamente donde ahora se erige el edificio llamado "Rector Fernando Tejerina" (Facultad de Derecho) estuvo la magnífica capilla de la Universidad, consagrada, por cierto, a San Juan evangelista. Pues bien: en la sacristía de dicha capilla, derruida en 1909, podía verse, en una posición muy extraña colgado por la pared boca abajo, con unas abrazaderas de hierro, un "viejo sillón frailero".
Eloísa Wattenberg García, a quien antes he hecho mención, lo describe así:
"Está formado por bastidores de madera de sección rectangular con ensamblaje a espiga. Tiene brazos curvos y montantes lisos, rectos los delanteros y ligeramente inclinados hacia atrás los traseros para dar comodidad al respaldo. Los travesaños inferiores muestran borde recortado. Las chambranas, más alta la delantera, son caladas, talladas en esquema decorativo de riñoncillos, propio de la segunda mitad del siglo XVI. Respaldo y asiento son de cuero, van al aire y se fijan en la estructura con clavos de hiero formado, de cabeza redondeada. El asiento está decorado con labor gofrada de diseño geométrico a base de líneas entrecruzadas que determinan espacios romboidales decorados con florón. El respaldo muestra decoración pespunteada, con tema vegetal en la zona externa y composición geométrica almohadillada en el centro".
¿Y qué hacía este sillón, así colocado, en dependencias de la Universidad...? Veamos qué dice la leyenda:
El primer propietario de este sillón fue un médico que vivió en el Valladolid del siglo XVI. Residía en la calle Esgueva y su nombre era Andrés Proaza. Al parecer, Proaza no alcanzó nunca el grado de doctor al que aspiraba, no porque sus conocimientos no resultasen suficientes, sino porque carecía de "limpieza de sangre". Se decía que practicaba la hechicería y ritos extraños en su casa, frente al Hospital de Esgueva (fundado, por cierto, por el Conde Ansúrez).
"En la noche cerrada se veían luces y se escuchaban gemidos, y el Esgueva, muchas veces, a partir de su sótano cuyas paredes lamía, llevaba teñidas sus aguas de rojo, como sangre que en él se hubiera vertido y se hubiera coagulado en largos filamentos que flotaban y se perdían en la corriente" (Saturnino Rivera Manescau: "Tradiciones universitarias (historias y fantasías)", 1948.
En cierta ocasión, desapareció en Valladolid un niño de corta edad, que había sido visto por última vez en la casa de Andrés Proaza. Cuando la policía registró su casa encontró en el sótano un auténtico laboratorio para la realización de disecciones anatómicas (muy en boga en aquel tiempo). La justicia (el rector) detuvo al médico, que fue procesado y condenado a la horca.
"Sea puesto en la cárcel real de esta villa, sea della sacado caballero en una bestia de albarda, con soga de esparto a la garganta y con pregoneros que publiquen su delito, sea traído por las calles públicas y acostumbradas de esta villa y llevado a la plaza pública de ella, a donde mando se levante una horca de dos estrados de alto y de ella sea ahorcado y ahogado hasta que muera naturalmente". (Saturnino Rivera Manescau: "Tradiciones universitarias (historias y fantasías)", 1948.
Durante su declaración, el acusado había confesado que nunca había practicado la hechicería pero que un nigromante navarro le había regalado un sillón, el de su despacho, que conservaba en su casa. El sillón procedía del convento de El Abrojo (Laguna de Duero) y, presuntamente, tenía "poderes": ninguna persona que no fuese médico podía sentarse en él, puesto que, de hacerlo, a las tres veces moriría. Además, el sillón no podía ser destruido porque quien lo destruyera también moriría.
Cuando el juicio hubo finalizado, la Universidad se quedó con los bienes del médico condenado pues, aunque fueron embargados y subastados, nadie pujó por ellos. Por supuesto, uno de aquellos bienes era el mencionado sillón, que fue arrinconado sin que nadie tuviese en cuenta las advertencias que sobre él había hecho Proaza.
La leyenda cuenta que, en una ocasión, un bedel de la Universidad encontró el sillón y se sentó en él a descansar. Tres días después lo encontraron muerto. Poco tiempo después, otro bedel volvió a sentarse en el sillón y corrió la misma suerte que su compañero. Esto hizo que surgieran rumores que vinculaban ambas muertes y se decidió situar el sillón cerca de un lugar sagrado para contrarrestar su efecto diabólico; además de colgarlo en una extraña posición, de forma que nadie pudiese sentarse en él.
Con el tiempo, el "sillón del diablo" pasó a formar parte de la sección de bellas artes de la colección del Museo de Valladolid, cuyo origen hay que buscarlo en el Museo Provincial de Antigüedades fundado en 1879. 


La leyenda del Campo Grande 




El Campo Grande, en otros tiempos conocido como "Campo de la Verdad" o "Campo de Marte" es uno de los rincones más carismáticos de la ciudad de Valladolid. Su aspecto actual se lo debemos a las gestiones del alcalde Miguel Íscar quien, durante su mandato, contrato al famoso jardinero barcelonés Francisco de Paula Sabadell (primero de una larga saga de jardineros... ) para que transformara el lugar en un vergel urbano, de inspiración romántica, como correspondía a los tiempos.
Y si romántico es el diseño de nuestro querido Campo Grande, romántico hasta las últimas consecuencias es también el gran poeta cuya escultura flanquea su entrada: Don José Zorrilla Moral, nacido en Valladolid en 1817.
Aunque quizás sea Don Juan Tenorio la obra que hizo universalmente famoso a nuestro paisano, es preciso recordar que una de las partes más bellas e interesantes de su literatura lo constituyen sus... "leyendas".
Una de estas leyendas, titulada, primero, Recuerdos de Valladolid y, finalmente, Justicia de Dios, tiene como escenario principal nuestro querido Campo Grande. y cuenta lo siguiente:
Corría el siglo XVI (o quizás el XVII). Ana Bustos de Mendoza y Tello Arcos de Aponte iban a casarse al día siguiente y, cuando aquella tarde el novio abandonó la casa de su prometida, despidiéndose de ella por unas horas, se encontró en la calle con Juan de Vargas, un pretendiente de su futura esposa a quien, al parecer, ésta le había prometido esperar durante un año sin que dicho plazo hubiese aún expirado. Tello y Juan se reconocieron y, tras la consabida disputa, se retaron en duelo en el Campo Grande aquella misma noche. En pleno lance, Tello Arcos se dio cuenta de que Juan de Vargas no era un rival fácil y le engañó para que volviese la vista hacia otro lado y aprovechar su desventaja para clavarle entonces su espada. Allí acabó sus días el infeliz Juan de Vargas.
Algunos años después (tengamos en cuenta que en aquel tiempo la Acera de Recoletos era una auténtica sucesión de conventos...), un fraile capuchino que estaba asomado a la ventana de su celda, vio cómo un hidalgo perseguía a otro espada en mano por el Campo Grande, hasta alcanzarle y darle muerte. En ese mismo instante, un tercer caballero se acercó con intención de auxiliar al herido; pero justo en ese momento apareció la Justicia y apresó a éste último al considerar que había sido él quien había dado muerte al hidalgo.
El hombre acusado y detenido no era otro que Tello Arcos de Aponte quien, durante el juicio, se declaró inocente de la muerte de aquel hombre, pero culpable de la de otro caballero al que había asesinado.
Mientras tanto, el fraile capuchino que conocía la verdad de lo que había acontecido (pero no toda...), comenzó a meditar sobre la injusticia que se estaba cometiendo con Tello Arcos y tanto se obsesionó con el asunto que comenzó a repetir sin cesar durante sus largos paseos a orillas del Pisuerga: "No hay Dios donde no hay justicia". Una de aquellas veces, mientras repetía su letanía, vio acercarse flotando en el agua hasta la orilla del río una balsa con el cadáver del mismísimo Tello Arcos. Cuando lo tuvo a su vera, el fraile vio que, bajo el cuerpo de Tello Arcos yacía un segundo cuerpo para él desconocido: era el de Juan de Vargas. Entonces, Tello Arcos se incorporó y explicó al capuchino cómo tiempo atrás había matado a traición a Juan de Vargas:
"En duelo injusto los dos, a traición le asesiné; no preguntéis el porqué de la justicia de Dios".
Y tras estas palabras, la leyenda recogida por José Zorrilla en su obra concluye describiendo cómo los dos cadáveres se alejaron flotando por el río Pisuerga.



     Ahora ya no me queda sino decir que mi gente volvió a casa encantadísima de la tarde tan estupenda que pasó, diciendo que cómo podían imaginar que esos sitios que tanto han frecuentado pudieran encerrar tales historias; la de veces que pasaron por ellos sin apenas sospechar que fueran así, y que si antes lo hubieran sabido ¡de dónde, por dios, iban a pasar por ellos con tanta prisa! (sic).

Que sí, que he dicho que de parte del señor alcalde, se hace saber…

Los comentarios que se han hecho a mi último artículo me animan a volver al asunto de unas palabras nada admisibles, o sea IN-TO-LE-RA-BLES, que ha dirigido el alcalde de Valladolid a la nueva señora ministra de sanidad del gobierno español.

Conociéndome como me conozco, voy a contenerme para no empezar a escribir por el principio del principio, cuando en filosofía (es un decir) estudiábamos (otro decir) aquello de que el poder viene de Dios, que nos gobierna soberanamente por métodos particulares. Y que luego se dijo que no, que el poder Dios se lo dio al rey, porque el pueblo exigió uno en lugar jueces, que no era cuestión de no saber nunca a ciencia fija quién iba a dirigir las huestes propias contra las enemigas, que ya estaban asomando sus crestas por aquellas colinas. Y mucho luego después, llegó lo del pueblo que elige quién le ha de gobernar, votando animada o sumisamente, o quedándose a la orilla, no sabiendo o no contestando a la encuesta de marras.

Total, que cuando en el 78 en las elecciones municipales entraron en el gobierno de la ciudad las fuerzas populares, se hizo en nuestros barrios una señora fiesta. Salió un dibujo muy guay de toda la ciudad en plan naif, que aquello parecía mismamente el paraíso. Y recuerdo que cuando volví a entrar en el edificio del Ayuntamiento todas eran caras conocidas, y sonrisas, y gente dispuesta a hacerte la gestión que fuera; todo como si lo de antes hubiera sido historia de la caverna. Entras en tu casa, venían a decir, es la casa del pueblo.

Y así fue, o al menos lo pareció. Ahora ya no lo veo así, o lo valoro con otra medida. El cuerpo de funcionarios de la gestión municipal, en estos tiempos que habitamos, es todo de la cosa democrática, o sea que ya no hay que pensar en el pasado. Todo el mundo reciclado.

Como no vivo en Madrid, no visito el Congreso, lugar sacrosanto donde reside la soberanía del Pueblo. Aunque lo he puesto con letra mayor, soy un iconoclasta, que conste, y pienso que porque mucha gente piense y hable igual no por eso tiene razón, ni hay que dársela. Pero lo políticamente correcto es decir que sí.

Y como no estoy en Madrid, sólo me entero por la tele de cuando los señores y las señoras congresistas, en quienes se expresa la soberanía popular, se insultan, se sacan la lengua, se patalean y abuchean, se mienten, se acusan, se difaman, se ridiculizan exagerando esto o lo otro, se alían y se venden, reniegan del voto recibido o se lo acaparan antidemocráticamente, manipulan, trapichean y donde dije digo digo diego.

Pero volviendo a lo que vivo en mi cada día, mi ayuntamiento… pues, según. Hay personas que sí, y personas que no. Hay gente de partido y también hay gente que pertenece a un partido. Hay trato afable y buenas maneras, y cómo iba a faltar: trato zafio, altivez, prepotencia, gilipollez, pijerío, desprecio puro y duro, y lameculos que se acercan a solicitar el voto que ya están próximas las elecciones y qué os hace falta en el barrio que os lo damos cuanto antes.

Francisco Javier León de la Riva es un político que nos merecemos, que méritos hemos hecho más que de sobra. Que ofrece una imagen tan poco agradable de nosotros mismos que para no sentirnos avergonzados, miramos para otra parte o silbamos distraídos mientras él suelta de las suyas. Que ahora está en la picota porque ha hecho méritos suficientes. Y que a buen seguro, volverá a salir reelegido, para que purguemos los pecados que aún tenemos sin redimir.

Pero ello dicho, también digo que representa a toda la ciudad cuando está en un acto oficial. Y si no me pareció por educación que mi presidente de gobierno no se levantara para honrar una bandera de país amigo, a quien recibíamos en nuestra casa, tampoco me parece educado que una señora ministra del gobierno en curso se excuse de estar presente, cuando la ocasión así lo exige.

Y termino. Ahora sólo falta que dijera “lo cortés no quita lo valiente”. Lo he escrito, pero no lo digo. Lo dicen otros y otras. La machada de León de la Riva la aplauden en sus reductos partidiles los junos y los jotros, y así nos va. ¡Cómo no va a escapársele a este buen señor una pequeña parte de lo que rumian todo el día!

¡Qué falta nos hace a todos esa asignatura tan venturosa! Yo exigiría desde ya EPC en todas partes, en el autobús, en la calle, en casa y hasta en el Campo Grande. Y no te digo el otro día, en el campus de ciencias, donde dicen que hubo un macrobotellón…