Propiamente no debería estar aquí en estos momentos. Quienes son de mi estado y condición aprovechan estos días de verano, entre julio y agosto, para hacer reflexión. Se dice ir de retiro o hacer ejercicios. Multitud de lugares se ofrecen y presentan condiciones más que adecuadas para cumplir sobradamente tales cometidos.
Por ejemplo, acabo de recibir la nota que me envían los jesuitas de Cataluña para hacerlo en la Cueva de Manresa, lugar más que apropiado. Más cerca tengo, también de los jesuitas, Villagarcía de Campos, con su impresionante colegiata.
Por ejemplo, acabo de recibir la nota que me envían los jesuitas de Cataluña para hacerlo en la Cueva de Manresa, lugar más que apropiado. Más cerca tengo, también de los jesuitas, Villagarcía de Campos, con su impresionante colegiata.
También los hay en la montaña o junto a la playa, dentro de ciudades o en sus alrededores.
Pero estoy aquí, y con la tranquilidad que implica agosto y todo el personal, o bastante, de vacaciones por ahí, hay tan poco movimiento que tengo tiempo y silencio como para reflexionar, meditar y ejercitarme en el cuerpo o en el espíritu. Porque de eso se trata.
Y ya que reflexiono y medito, hoy vengo acá con la pregunta que enmarca este escrito. Qué hace un chico como yo -es un decir- en un lugar con éste.
Bien pudiera parecer poco pudoroso plantearlo aquí, un blog público, donde todo está a la vista y quien lo desee además también puede intervenir. No es eso lo que hacen en los lugares a que antes me he referido.
Sin embargo, aunque en los principios sí me dio cierta cosa, he llegado a considerar este pequeño mundo como mi lugar recoleto en el que expreso lo que me pasa, sin pensar si los visillos están echados o la luz encendida puede convertir en transparente lo que dentro suceda. No me importa que me miren, ni que me escuchen. Si lo hago mal existe la posibilidad de que me lo avisen y así poder cambiar. Si lo hago bien, ya está, no hace falta más. Si no sirve para nadie, con volver a salir, asunto terminado. Y si sirve, pues qué bien.
¡La de veces que me habré hecho esta pregunta! Si ahora empezara a recordar los momentos y situaciones en que me he dirigido a mí mismo con este interrogante tendría que irme casi al principio de mi vida consciente.
Por ejemplo, un día en casa con visita de importancia. Los extraños, parientes de mi madre, primos carnales suyos por vía paterna, mirándome con una sonrisa educada pero fría, y yo, recién entrado por la puerta sabiendo ser objeto de sus miradas. Sospechaba lo que habría ocurrido; mi madre habría contado alguna de las gracias o desgracias –trastadas, hablando claro- que un servidor solía llevar a cabo y ahora esperaban, estaba seguro, que repitiera alguna o innovara otras. ¡Tierra trágame!, seguro que pensaría yo. No lo sé bien a ciencia cierta, pero sí recuerdo la situación. Es que aquellos tíos míos, segundos eh, sólo segundos, eran tan serios y tan honorables…
Otra por contar, entre las muchas, pero con más transcendencia, ocurrió mucho tiempo después. Fue en el convento, que era lugar muy socorrido para estar en mi época, con la venia de los de casa. Había un acto muy solemne que se titulaba, creo recordar, “corrección fraterna”. Esto era que todos juntos y en unión, íbamos pasando de dos en dos delante de todos, y, frente a ellos pero con la cabeza gacha, recibíamos llamadas de atención sobre nuestro comportamiento poco adecuado, con la pretensión de que sabiéndolo, nos enmendáramos. Aquel día, como era natural, también yo me situé frente al personal y esperé. Dijeron alguna cosilla, que yo reconocí como pequeña falta. Tras un cierto silencio, alguien, a quien por supuesto identifiqué, se levantó, digo yo porque no miraba, y dijo en voz alta algo gordo que me dejó helado. Inmediatamente el hermano director, en tono seco y duro dijo, después de terminar léase usted en el reglamento lo que se dice acerca de lo que se le acusa, y pásese por mi despacho. No me asusté del director, temblé al escuchar lo que aquel individuo había mentido sobre mí en público y en acto tan importante. Fue entonces cuando me dije, Miguelangel, qué haces tú aquí, en este sitio.
Tras la charla con el hermano director, que por cierto me quería a rabiar, todo quedó en nada, pero no en el olvido. Salió la cosa un poco más tarde, vaya si salió.
Para volver a reseñar otra circunstancia que sea de especial importancia en la que volví a interrogarme he de dejar pasar muchos años y situarme un domingo, día 15 de junio de 1975, en la catedral de Valladolid. Ese día me iban a ordenar de cura.
Tras un tiempo largo dudando, al fin me decidí y pedí órdenes. Se cursó la petición y me dijeron que ya tendría noticias. Las noticias se demoraron. Tres largos años estuve en el limbo de los justos o en la inopia, no lo tengo nada claro. Cuando requería alguna información la respuesta era, no es el momento, hay alguna cosa que no está clara, dicen que tienes novia, al parecer aún no has madurado suficiente, faltan informes tuyos de los tiempos en que estuviste fuera… Una sola vez pude hablar con el jefe. Fue un desastre. Lo único en lo que se fijó fue en el atuendo que en ese momento vestía. Fíjese usted, cómo se presenta, con pantalón de pana…
Luego de él, llegó otro, rubio dorado, sotana limpia y tersa como una patena, sonriente, me recibió a la primera y tras cuatro palabras de nada va y me dice, dentro de una semana te ordeno. Acababa de llegar justo el día antes. Yo aluciné.
Y con dos, allí estaba él el domingo siguiente de su entrada en la diócesis, dispuesto a hacerme cura. Pero yo estaba flotando, y en ese estado de ingravidez me estaba preguntando: tío, ¿que te crees que pintas tú en este sitio?
Y no me fui.
Me volví a dirigir parecido interrogante muchas veces más, sería cansino decirlas todas.
Paso años, para terminar, y me encuentro mucho después con que no tengo nada, ni iglesia, ni oficio, ni cargo, ni beneficio. Pero muchas ganas y algo de feligresía. Decidimos ir y pedir, que así no podemos seguir, no tenemos dónde meternos. Salgo delegado, quién si no, con el encargo de ir y hablar. Llego, planteo el asunto y la respuesta es, mira a ver si encuentras algo que merezca la pena, pero no te hagas ilusiones, que no hay dinero para vosotros. Sabiendo como sabía cómo se estaban gastando los dineros, aquella respuesta me asentó fatal, y la maldita pregunta de marras volvióseme a repetir, ¡pero qué diablos haces aquí que no te largas!
La respuesta que me debí dar casi ya todo el público presente se la puede imaginar, porque yo sigo aún en esto. Pero no estoy vacunado, quiá, y esa preguntita me volverá a repetir, estoy seguro, se ha convertido en recidiva.
El caso es que estaba yo dándole vueltas a la pelota, mientras braceaba en la piscina mi ración diaria de natación, sobre todo esto para ponerlo en este artículo. Generalmente no sé hacer dos cosas al tiempo, pero nadar y guardar la ropa sí. Termino, salgo del agua y el socorrista se acerca y me dice, ¿ya se terminó?, pues sí por hoy, pues a mí todavía aún me queda para rato. Eran las cinco y cuarto y allí clavado hasta las diez y media de la noche, y ¡que no haya ningún percance!
Salí algo tocado de la piscina. El pan de cada día cada uno se lo gana como puede, pero casi en la generalidad con sudor y malamente. No tengo ningún derecho a hacerme esa pregunta que tantas veces me ha asaltado. Soy un privi, y me va la mar de bien. ¡Mamón, no te quejes!
Ahora sólo tiene derecho a ello el que llega de nuevas, me ve, pregunta por el cura, y ante la respuesta va y dice, ah, es usted. Como diciendo, pero con otras palabras, ¡ostras, qué hace este tipo en este lugar!
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Al reeditar esta entrada, que había perdido todas su fotos, he tenido que echar mano de mi almacén, y no he logrado encontrar las que pudieran corresponder a la ideal original. El texto, sin embargo, permanece.
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Al reeditar esta entrada, que había perdido todas su fotos, he tenido que echar mano de mi almacén, y no he logrado encontrar las que pudieran corresponder a la ideal original. El texto, sin embargo, permanece.
Huy esto tiene demasiada enjundia para un pequeño rato de cobertura y además no soy nadie para opinar pero me ha gustado tu narración, ya me la repasaré en mejor momento. Ah, y que me das sana envidia, por donde ando tienen la pisci cerrada, pero hubiera dado lo mismo con esta tendinitis. Me das envidia esta vez cochina, puedes nadar y yo estoy en el dique seco. Si es que....jo....vives como un cura! Un abrazo.
ResponderEliminarMira, colega, acabo de estar (anteayer) con un primo carnal que es canónigo. Seguramente se ha hecho esa pregunta alguna vez, pero pocas.
ResponderEliminarSi quieres te doy su dirección, para que te explique cómo se hace.
emejota, pues la envidia hay que curarla, no se vuelva tiña. Y la tendinitis se calma mucho con nadar a espaldas en agua caliente. Una pena que no la tengas abierta. Y no lo dudes, vivo como tal. Un abrazo.
ResponderEliminarmariajesús, no esperaba de ti otra cosa, favor que me haces. Siempre es bueno tener sombra donde cobijarse, que con estos calores…
No diré nada más, tú ya lo has explicado muy bien.
ResponderEliminarUna cosa solamente ¿por qué has cambiado el look del blog? este color berenjena no me gusta nada, te lo digo, el anterior era más chulo, que lo sepas.
Besos
Julia, corregido, que está muy bien que a uno le digan las cosas.
ResponderEliminarDe regalo, un par de besos, por lo menos