Episodio Uno
Estaba Dios un día paseando por el cielo
cuando, para su sorpresa, se encontró con que
todo el mundo se hallaba allí. Ni una
sola alma había sido enviada al infierno.
Esto le inquietó, porque ¿acaso no tenía
obligación para consigo mismo de ser justo?
Además, ¿para qué había sido creado el
infierno, si no se iba a usar?
De modo que dijo al ángel Gabriel: «Reúne
a todo el mundo ante mi trono y léeles
los Diez Mandamientos».
Todo el mundo acudió y leyó Gabriel el
primer mandamiento. Entonces dijo Dios:
«Todo el que haya pecado contra este
mandamiento deberá trasladarse al
infierno inmediatamente». Algunas personas
se separaron de la multitud y se fueron
llenas de tristeza al infierno.
Lo mismo se hizo con el segundo
mandamiento, con el tercero, el cuarto, el
quinto… Para entonces, la población del
cielo había decrecido considerablemente.
Tras ser leído el sexto mandamiento, todo
el mundo se fue al infierno, a excepción
de un solo individuo gordo, viejo y calvo.
Le miró Dios y dijo a Gabriel: «¿Es ésta la
única persona que ha quedado en el cielo?».
«Sí», respondió Gabriel.
«¡Vaya!», dijo Dios, «se ha quedado bastante
solo, ¿no es verdad? Anda y di a todos que
vuelvan».
Cuando el gordo, viejo y calvo individuo
oyó que todos iban a ser perdonados, se
indignó y gritó a Dios: «¡Eso es injusto!
¿Por qué no me lo dijiste antes?».
Episodio Dos
El rico industrial del Norte se horrorizó
cuando vio a un pescador del Sur
tranquilamente recostado contra su barca
y fumando una pipa.
¿Por qué no has salido a pescar?»,
le preguntó el industrial.
«Porque ya he pescado bastante por hoy»,
espondió el pescador.
«¿Y por qué no pescas más de lo que
necesitas?», insistió el industrial.
«¿Y qué iba a hacer con ello?»,
preguntó a su vez el pescador.
«Ganarías más dinero», fue la respuesta.
«De ese modo podrías poner un motor a tu
barca. Entonces podrías ir a aguas más
profundas y pescar más peces. Entonces
ganarías lo suficiente para comprarte
unas redes de nylon, con las que
obtendrías más peces y más dinero.
Pronto ganarías para tener dos barcas…
y hasta una verdadera flota. Entonces
serías rico, como yo».
«¿Y qué haría entonces?», preguntó
de nuevo el pescador.
«Podrías sentarte y disfrutar de la
vida», respondió el industrial.
«¿Y qué crees que estoy haciendo en
este preciso momento?», respondió
el satisfecho pescador.
Episodio Tres
Cuando el Maestro de Zen alcanzó la iluminación,
escribió lo siguiente para celebrarlo:
«¡Oh, prodigio maravilloso:
Puedo cortar madera
y sacar agua del pozo!».
Episodio Cuatro
El discípulo se quejaba constantemente
a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme
el secreto último del Zen». Y se resistía
a creer las consiguientes negativas del Maestro.
Un día, el Maestro se lo llevó a pasear
con él por el monte. Mientras paseaban,
oyeron cantar a un pájaro.
«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.
«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que no te he estado
ocultando nada».
«Sí», asintió el discípulo.
Episodio Quinto
Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer
acerca de Dios.
Les dijo el Maestro: «Dios es el Desconocido
y el Incognoscible. Cualquier afirmación
acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas,
no será más que una distorsión de la Verdad».
Los discípulos quedaron perplejos: «Entonces,
¿por qué hablas sobre Él?».
«¿Y por qué canta el pájaro?», respondió el Maestro.
Episodio Sexto y Último
«Usted perdone», le dijo un pez a otro,
«es usted más viejo y con más experiencia que yo
y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame:
¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano?
He estado buscándolo por todas partes,
sin resultado».
«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde
estás ahora mismo».
«¿Esto? Pero si esto no es más que agua…
Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez,
totalmente decepcionado, mientras se marchaba
nadando a buscar en otra parte.
Estaba Dios un día paseando por el cielo
cuando, para su sorpresa, se encontró con que
todo el mundo se hallaba allí. Ni una
sola alma había sido enviada al infierno.
Esto le inquietó, porque ¿acaso no tenía
obligación para consigo mismo de ser justo?
Además, ¿para qué había sido creado el
infierno, si no se iba a usar?
De modo que dijo al ángel Gabriel: «Reúne
a todo el mundo ante mi trono y léeles
los Diez Mandamientos».
Todo el mundo acudió y leyó Gabriel el
primer mandamiento. Entonces dijo Dios:
«Todo el que haya pecado contra este
mandamiento deberá trasladarse al
infierno inmediatamente». Algunas personas
se separaron de la multitud y se fueron
llenas de tristeza al infierno.
Lo mismo se hizo con el segundo
mandamiento, con el tercero, el cuarto, el
quinto… Para entonces, la población del
cielo había decrecido considerablemente.
Tras ser leído el sexto mandamiento, todo
el mundo se fue al infierno, a excepción
de un solo individuo gordo, viejo y calvo.
Le miró Dios y dijo a Gabriel: «¿Es ésta la
única persona que ha quedado en el cielo?».
«Sí», respondió Gabriel.
«¡Vaya!», dijo Dios, «se ha quedado bastante
solo, ¿no es verdad? Anda y di a todos que
vuelvan».
oyó que todos iban a ser perdonados, se
indignó y gritó a Dios: «¡Eso es injusto!
¿Por qué no me lo dijiste antes?».
Episodio Dos
El rico industrial del Norte se horrorizó
cuando vio a un pescador del Sur
tranquilamente recostado contra su barca
y fumando una pipa.
¿Por qué no has salido a pescar?»,
le preguntó el industrial.
«Porque ya he pescado bastante por hoy»,
espondió el pescador.
«¿Y por qué no pescas más de lo que
necesitas?», insistió el industrial.
«¿Y qué iba a hacer con ello?»,
preguntó a su vez el pescador.
«Ganarías más dinero», fue la respuesta.
«De ese modo podrías poner un motor a tu
barca. Entonces podrías ir a aguas más
profundas y pescar más peces. Entonces
ganarías lo suficiente para comprarte
unas redes de nylon, con las que
obtendrías más peces y más dinero.
Pronto ganarías para tener dos barcas…
y hasta una verdadera flota. Entonces
serías rico, como yo».
«¿Y qué haría entonces?», preguntó
de nuevo el pescador.
«Podrías sentarte y disfrutar de la
vida», respondió el industrial.
este preciso momento?», respondió
el satisfecho pescador.
Episodio Tres
Cuando el Maestro de Zen alcanzó la iluminación,
escribió lo siguiente para celebrarlo:
Puedo cortar madera
y sacar agua del pozo!».
Episodio Cuatro
El discípulo se quejaba constantemente
a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme
el secreto último del Zen». Y se resistía
a creer las consiguientes negativas del Maestro.
Un día, el Maestro se lo llevó a pasear
con él por el monte. Mientras paseaban,
oyeron cantar a un pájaro.
le preguntó el Maestro.
«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que no te he estado
ocultando nada».
«Sí», asintió el discípulo.
Episodio Quinto
Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer
acerca de Dios.
Les dijo el Maestro: «Dios es el Desconocido
y el Incognoscible. Cualquier afirmación
acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas,
no será más que una distorsión de la Verdad».
Los discípulos quedaron perplejos: «Entonces,
¿por qué hablas sobre Él?».
Episodio Sexto y Último
«Usted perdone», le dijo un pez a otro,
«es usted más viejo y con más experiencia que yo
y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame:
¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano?
He estado buscándolo por todas partes,
sin resultado».
«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde
estás ahora mismo».
Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez,
totalmente decepcionado, mientras se marchaba
nadando a buscar en otra parte.
Tomado de El canto del pájaro, de Anthony de Mello, s.j., Sal Terrae, Santander 1982
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ResponderEliminarMiguel Angel...textos muy instructivos y con mensaje...
ResponderEliminarCuando entro aquí siempre salgo enriquecida...y me estoy un buen rato por la medida de los relatos.
La música tambien invita a quedarse...
En el episodio nº 1 se ha quedado la foto sin salir...se ve el código...
A ver cuando vuelves a mi blog a charlar como el otro dia(iré despacio)...y te reclaman una opinión tuya en los comentarios de mi última entrada.En la que has comentado con absoluto silencio.Tus palabras son siempre bien venidas.
Bueno, ven cuando quieras...
Recibe un saludo, amigo.
¿Sabes? Una amiga mía dice (no sé de dónde lo habrá sacado, pero de algún sitio bueno, seguro) que "El infierno existe, pero está vacío"... A mi me gusta pensar que así es :-)
ResponderEliminarBellos episodios. El pájaro canta porque no le importa dejar de hacerlo cualquier día. Se me ocurre, así a voz de pronto.
ResponderEliminarLa música resulta tan agradable como la letra. Un abrazo.
En el episodio uno, se quedaron algunos más, porque eran sordos y no se enteraron de lo que Dios preguntaba. Y es seguro que el Dios en el que yo creo los obligó a todos a vivir en el cielo porque su bondad no da para menos.
ResponderEliminarCreo que tienes razón. Sí, créetelo, tienes toda la razón.
Te lo dice una ancianita que sabe algunas cosas y está a las puertas de saber que no sabe nada.
El episodio dos es genial. Todos en general son muy bellos y didácticos.
ResponderEliminarAnna, cómo me alegra que te encuentres a gusto en este lugar; permanece en él el tiempo que te plazca. Lo de la foto ya lo he arreglado. Gracias por avisarlo, porque si no lo dices no me entero. Con Firefox lo veía bien, pero con Safari no. En cualquier momento paso a tu casa a charrar un rato. Saludos.
ResponderEliminarAssumpta, tampoco yo puedo saber de dónde lo habrá sacado. Supongo que del mismo sitio de donde sacaron lo demás sobre ese lugar, que ¿dónde demonios estará? Siéndote sincero, no puedo imaginarme a Abba, justo cuando nos hizo a su imagen y semejanza con tanto amor, pensara en un cuarto oscuro donde meternos a quienes fuéramos un poco burros, o zangalotones, o tocapelotas, o vividores, o buscadores, o inquietos inconformistas, o… Si está vacío y no va a ocuparlo nadie, ¿qué sentido tiene su existencia? Blanca y en botella…
emejota, letra y música juntas o separadas, como la danza y el baile, las risas y el llanto, el trabajo y el descanso, el silencio y la amable conversación, es nuestro canto. Así como el pájaro no puede evitar entonarlo, incluso como el pájaro espino hasta la muerte, tampoco nosotros podemos evitar cantar nuestra melodía, sin negarnos definitivamente. Un abrazo.
mariajesús, no estoy de acuerdo, Dios no obliga a nada ni a nadie. Aquello que dijo el otro: «Tú me sedujiste, y yo me dejé seducir; me forzaste, y yo consentí», se completa con esto más: «Porque había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía.» Somos mutuamente atrayentes, inevitablemente hemos de reunirnos, ni Dios ni nosotros podemos existir sin estar para siempre, siempre, juntos.
El día que acabes de saber que no sabes nada, entonces nada te será desconocido.
Arobos, si el dos no está nada mal. Aunque es muy viejo y está documentado. El resto no dejan de ser alegorías para entretener el tiempo. Leyéndonos nos brota una sonrisa que nos da un aura celestial. Casi ná.