El fuego y yo. Uno


      Mi infancia corresponde con el ocaso de la cocina de paja. Es natural, pues, decir que, primero, soy de pueblo; y, segundo, que entonces el fuego era lo que calentaba al tiempo que también alumbraba.
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     Si para cocinar era la paja trillada en la era el combustible habitual de todo hogar en mi tierra, para calentarnos teníamos la gloria y los manojos que las viñas aportaban.
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     De modo y manera que mis primeros pasos los di guiado por quinqués y candiles, pues la electricidad ya hacía mucho que estaba inventada, pero eso en mi pueblo no contaba demasiado visto la de veces que no llegaba o lo hacía con tan poca fuerza que las bombillas pelonas que entonces se usaban apenas alumbraban.


     Las hogueras son otra circunstancia que recuerdo. En tiempos de la matanza, al cerdo se le churruscaba al fuego de una hoguera. Había que hacerlo así para que la piel quedara limpia de las cerdas, esos pelillos molestos que le salen por todas partes, una depilación a lo bestia, pero socorrida y necesaria. Y ya que le agarrábamos del rabo, las orejas tostadicas qué ricas estaban.
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     Por San Juan también se hacía fuego, para saltarlo, unos a pie, otros en burro y los menos a caballo. Menuda juerga.


     Luego me hice urbanita y pasé al gas ciudad y a la calefacción de carbón. O sea que lo de las hogueras como que pasó página.


     Tiempo después volví al campo. Con la chavalada nos fuimos de campamento. Esto es, se coge un prado, con arroyo cerca, y también con baño. Se plantan las tiendas, se cavan letrinas, se monta el comedor y la cocina y, en el mismo centro, se apaña la plaza con su fuego.



     Pero eso es por las noches, ya cansados de jugar y de correr. Es el momento de las confidencias, las narraciones, los cuentos, las representaciones de teatro, los disfraces y los cantos. Y el fuego se eleva imponente, y todos, cautivados por las llamas que se mueven vivarachas, vamos terminando el día y llamando a las estrellas para que no hagan ruido mientras nos adormecemos.
     Muchas cosas llenaban los quince días en la pradera, para contar y no acabar. Pero de todas ellas, ahora sólo recordamos los fuegos del campamento. Siempre los terminábamos, con ascuas ya mortecinas, al canto de “Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad”. Y no se admitían excepciones.

     Ahora me conformo con hacer una hoguera en la noche de pascua, y en torno a ella aún se canta, también se narran historias y leyendas, no se salta pero se vibra con el crepitar de las llamas y se celebra a la vida que renace de sus propias cenizas.

6 comentarios:

  1. Que bello es estar sentado al amor de la lumbre en buena compaña. La vida entonces dicen que era dura, pero cómo eramos niños lo recordamos como nuestra raíz más preciada. Un abrazo.

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  2. Fogones, estufas a leña, junto al fuego siempre es buenos estar y en famila mejor.
    Por aca estufa a leña y unas buenas parrilladas nos mantiene el encanto de ver crepitar los leños y salir corriendo esos duendecitos que chispean juguetones

    Gracias po tus comentarios con risa amena.

    Cariños de te dejo con el deseo de un buen fin de semana.

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  3. Me encanta el fuego en el invierno: el fuego de mi chimenea francesa, el fuego que ahuma los chorizos, el fuego que quema la maleza y renueva la tierra.
    Me gusta ese fuego del invierno que evita los incendios del verano.

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  4. Contemplar como arde el fuego ante una chimenea es relajarse y disfrutar,sintiendo el contraste del crepitar del fuego en su comienzo y la paz en las cenizas...

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  5. Así que ha tocado el fuego, la luz, el calor, buen tema sí señor. También yo recuerdo mi niñez al "amor de la lumbre", el candil de la cocina del horno que era la de invierno y donde se amasaba (en el resto ya había luz eléctrica suficiente para ver). Bueno pues eso, que nos hacemos mayores Míguel, ¡qué le vamos a hacer!

    Besos

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  6. emejota, la dureza de aquella vida a mí no me lo pareció, era así, y fui feliz. Si ahora volviera a ello, tal vez no lo aguantaría, pero tampoco creo que lo de ahora sea muy diferente.

    Abuela, hay experiencias que traspasan cordilleras y océanos. Me alegro que se reconozca. Y sobre todo, que el buen humor no se eche de menos.

    mariajesús, me encanta que te guste el fuego, y ojalá ese fuego evite otros fuegos. Pero no creo, los peores no son evitables, son premeditados.

    Anna, bonita reflexión, es una experiencia muy placentera. Las cenizas ya me gustan menos.

    Julia, no va de añoranza, sino de reclamación. Ahora existen muchas medidas de seguridad, bomberos por todas partes, rótulos de evacuación y extintores en cada rincón. Y hay más siniestros que entonces. O somos más descuidados, o unos temerarios. O hay gato encerrado. El fuego merece respeto.

    Sabes que te mando besos.

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