Tardé mucho tiempo en conocer al fuego como enemigo… Pero llegó, y lo hizo en mal momento.
Los campamentos infantiles y juveniles se agotaron para nosotros ante la avalancha de ofertas mucho más completas y bastante apañadas de pelas que ofrecían ayuntamiento, junta, mec, diputa, etc. No podíamos competir con cursos de inglés, lecciones de basquet, paseos a caballo, o playas marineras. Y tampoco el barrio daba público suficiente para que saliera resultón y equilibrado el presupuesto.
Cambiamos pues de programa y nos inventamos el campamento para familias. El primer año salió muy bien, y eso que fue todo improvisado. Así que nos metimos en un segundo intento, mucho más organizado y programado. Esta vez el abanico de edades se dimensionó hasta lo imposible: desde recién nacidos hasta superjubilados. El acabóse.
El lugar ya era fijo. El que habíamos usado en los cinco últimos años: Trefacio, Zamora. Un prado de Mariano, que nos dejaba en total disponibilidad. Lo tenía todo: buena entrada de vehículos, discreto y recoleto lugar, arroyo al pie, río truchero y bañero cerca, sombra a destajo y pradera inmensa. Y por supuesto, a un paseo mañanero del Lago de Sanabria. Lo otro ya estaba fuera de tiro, el cañón del Tera, la presa rota de arriba y peña Trevinca, ni soñarlo. A lo más, y en vehículo a motor, la Laguna de Peces…
Cargamos el camión de mañana, comimos en casa y nos desplazamos a continuación. En la tarde, tras la llegada, montamos todo y nos preparamos para la cena. Todo era ji-ji, ja-ja, y el sol ya se había metido y la luna asomaba ya.
Casi a punto de dar el primer bocado, nos sobresaltó un ruido, un olor, un destello… Alguien comentó algo, otro se levantó y fue a mirar, otra se quejó inquieta, y al poco todos nos levantamos y vimos: por encima de las sombras de los árboles llamaradas inmensas subían amenazantes.
Se armó el desparrame. Ya no hubo orden ni concierto. O sí lo hubo, y también serenidad y aplomo. No sé cómo, pero sin que nadie mandara ni organizara, Domicio y Carmen recogieron al pequeño Juan y sus cosas; la Jose, Carmina, Rosa, Pilar, Juli y Mariángeles trasladaron a lugar seguro las vituallas; Ángel, Javier, Jesús, Cayo y Julio desmontaron y apartaron tiendas y comedor; y la juventud junto con la infancia acarrearon como pudieron ropas y sacos, cuanto podía ser destrozado por aquel vendaval de fuego. Y yo, ni sé lo que hice en medio de aquel aquelarre…
Cuando el fuego más amenazaba, no se sabe muy bien por dónde ni cómo, aparecieron los hombres de harrelson y calmaron el bosque y lo volvieron a dejar en silencio. Pero no consiguieron quitar el olor a quemado, ni la sensación de miedo que nos había entrado por el cuerpo.
Ya de madrugada, volvimos a montar la tiendas en la parte del prado que aún seguía verde, y nos aprestamos a descansar un poco, que de dormir, nada de nada.
A la mañana siguiente vimos el desaguisado. Las llamas nos lamieron, pero no nos devoraron.
El campamento discurrió con tranquilidad, más o menos, y terminamos felizmente lo que tan escabrosamente comenzó.
Después, con calma, reflexionando entendimos, pero no comprendimos; o al revés, pero qué más da.
En Sanabria los pastos altos son muy apetecibles para la ganadería. Los habitantes de la zona queman de siempre los pastos viejos para que broten nuevos, y las vacas y caballos disfruten de su frescura. Es habitual, pues, y así lo habíamos visto otros veranos, que al atardecer fumatas delataran incendios provocados y más o menos controlados. No suponían peligro, tan lejos de zona habitada estaban, y venían muy bien para limpiar de broza y maleza los montes. Lo que no podíamos imaginar era que en los abajos, justo al lado del río, a alguien se le ocurriera organizar un incendio y ya entrada la noche. Allí no había pastos viejos, sino robles de mucho empaque, y lo que luego también descubrimos, terrenos apetecibles para chalés y villas varias, y envidias y porfías de tiempo atrás, tal vez atávicas.
Otra razón también existía: el dinero que venía de no sé dónde para mantener jornales de temporada. Que si fue alguien a quien no contrataron para la cuadrilla, que si fue contra el alcalde y su política municipal, que si perdono pero no olvido y lo que tú me hiciste entonces ahora te lo hago pagar… En fin, cosas de pueblo, que a los extraños qué queréis que os diga, nos extraña. Pero nos pilló justo en medio de odios, intereses y venganzas. Con premeditación, alevosía y nocturnidad. Y otro agravante más: la presencia de menores -incluso infantes- entre las posibles víctimas.
No he vuelto por allá. No sé qué será de aquellos robles, ni del prado, ni de Mariano, ni del pueblo entero de Trefacio. Si he pasado, ha sido de largo, camino del Tera y su cañón, y de la Cueva de San Martín y de los saltos de agua que me gustan tanto y en donde me jorobé la rodilla, que desde que me caí allí me duele de vez en cuando.
Pero el fuego que tanto me gusta, desde entonces ya es distinto, mete miedo. Y si está por detrás una maquinación perversa, entonces ya es pavor.
Los campamentos infantiles y juveniles se agotaron para nosotros ante la avalancha de ofertas mucho más completas y bastante apañadas de pelas que ofrecían ayuntamiento, junta, mec, diputa, etc. No podíamos competir con cursos de inglés, lecciones de basquet, paseos a caballo, o playas marineras. Y tampoco el barrio daba público suficiente para que saliera resultón y equilibrado el presupuesto.
Cambiamos pues de programa y nos inventamos el campamento para familias. El primer año salió muy bien, y eso que fue todo improvisado. Así que nos metimos en un segundo intento, mucho más organizado y programado. Esta vez el abanico de edades se dimensionó hasta lo imposible: desde recién nacidos hasta superjubilados. El acabóse.
El lugar ya era fijo. El que habíamos usado en los cinco últimos años: Trefacio, Zamora. Un prado de Mariano, que nos dejaba en total disponibilidad. Lo tenía todo: buena entrada de vehículos, discreto y recoleto lugar, arroyo al pie, río truchero y bañero cerca, sombra a destajo y pradera inmensa. Y por supuesto, a un paseo mañanero del Lago de Sanabria. Lo otro ya estaba fuera de tiro, el cañón del Tera, la presa rota de arriba y peña Trevinca, ni soñarlo. A lo más, y en vehículo a motor, la Laguna de Peces…
Cargamos el camión de mañana, comimos en casa y nos desplazamos a continuación. En la tarde, tras la llegada, montamos todo y nos preparamos para la cena. Todo era ji-ji, ja-ja, y el sol ya se había metido y la luna asomaba ya.
Casi a punto de dar el primer bocado, nos sobresaltó un ruido, un olor, un destello… Alguien comentó algo, otro se levantó y fue a mirar, otra se quejó inquieta, y al poco todos nos levantamos y vimos: por encima de las sombras de los árboles llamaradas inmensas subían amenazantes.
Se armó el desparrame. Ya no hubo orden ni concierto. O sí lo hubo, y también serenidad y aplomo. No sé cómo, pero sin que nadie mandara ni organizara, Domicio y Carmen recogieron al pequeño Juan y sus cosas; la Jose, Carmina, Rosa, Pilar, Juli y Mariángeles trasladaron a lugar seguro las vituallas; Ángel, Javier, Jesús, Cayo y Julio desmontaron y apartaron tiendas y comedor; y la juventud junto con la infancia acarrearon como pudieron ropas y sacos, cuanto podía ser destrozado por aquel vendaval de fuego. Y yo, ni sé lo que hice en medio de aquel aquelarre…
Cuando el fuego más amenazaba, no se sabe muy bien por dónde ni cómo, aparecieron los hombres de harrelson y calmaron el bosque y lo volvieron a dejar en silencio. Pero no consiguieron quitar el olor a quemado, ni la sensación de miedo que nos había entrado por el cuerpo.
Ya de madrugada, volvimos a montar la tiendas en la parte del prado que aún seguía verde, y nos aprestamos a descansar un poco, que de dormir, nada de nada.
A la mañana siguiente vimos el desaguisado. Las llamas nos lamieron, pero no nos devoraron.
El campamento discurrió con tranquilidad, más o menos, y terminamos felizmente lo que tan escabrosamente comenzó.
Después, con calma, reflexionando entendimos, pero no comprendimos; o al revés, pero qué más da.
En Sanabria los pastos altos son muy apetecibles para la ganadería. Los habitantes de la zona queman de siempre los pastos viejos para que broten nuevos, y las vacas y caballos disfruten de su frescura. Es habitual, pues, y así lo habíamos visto otros veranos, que al atardecer fumatas delataran incendios provocados y más o menos controlados. No suponían peligro, tan lejos de zona habitada estaban, y venían muy bien para limpiar de broza y maleza los montes. Lo que no podíamos imaginar era que en los abajos, justo al lado del río, a alguien se le ocurriera organizar un incendio y ya entrada la noche. Allí no había pastos viejos, sino robles de mucho empaque, y lo que luego también descubrimos, terrenos apetecibles para chalés y villas varias, y envidias y porfías de tiempo atrás, tal vez atávicas.
Otra razón también existía: el dinero que venía de no sé dónde para mantener jornales de temporada. Que si fue alguien a quien no contrataron para la cuadrilla, que si fue contra el alcalde y su política municipal, que si perdono pero no olvido y lo que tú me hiciste entonces ahora te lo hago pagar… En fin, cosas de pueblo, que a los extraños qué queréis que os diga, nos extraña. Pero nos pilló justo en medio de odios, intereses y venganzas. Con premeditación, alevosía y nocturnidad. Y otro agravante más: la presencia de menores -incluso infantes- entre las posibles víctimas.
No he vuelto por allá. No sé qué será de aquellos robles, ni del prado, ni de Mariano, ni del pueblo entero de Trefacio. Si he pasado, ha sido de largo, camino del Tera y su cañón, y de la Cueva de San Martín y de los saltos de agua que me gustan tanto y en donde me jorobé la rodilla, que desde que me caí allí me duele de vez en cuando.
Pero el fuego que tanto me gusta, desde entonces ya es distinto, mete miedo. Y si está por detrás una maquinación perversa, entonces ya es pavor.
Ahí estamos.
ResponderEliminarCon M.Jesús estamos también.
ResponderEliminar-Que del agua brava ya me libraré yo- Ya te digo, ayer me levanté con una tendinitis en el hombro izquierdo, así, sin más, hoy domingo me duele más. Mañana ya se verá, no tengo asistencia médica por aquí, a ver como lo resuelvo, casi no puedo conducir y lo tengo que hacer para tener una horita de conexión.
Todos los elementos naturales, como bien hemos comprobado hacen gala de la dichosa polaridad, para darnos vida y para destruirnos. La cuestión quizás radique en ser capaces de hacer ambas cosas con "grasia y salero", total, va a dar lo mismo. Un abrazo.
¡Dios, vaya susto, Míguel!. Pues mira la que tienen montada en Portugal, en Rusia, en Galicia y en no sé dónde más. ¿Alguien comprenderá a los pirómanos?
ResponderEliminarPero... y en el lado opuesto, esos desbordamientos y riadas que hacen desaparecer pueblos enteros en China y allí por donde pasan. De verdad lo del cambio climático si alguien lo niega es un imbécil (como uno que yo me sé?.
Hasta mañana
mariajesús, qué bueno que hayas venido. Lo importante es estar, que el ser se da por supuesto. Mira tú por donde ser y estar será igual, pero no da lo mismo estar que no estar.
ResponderEliminaremejota, el agua, el fuego y el resto son simples elementos. Lo que importa es cómo estén y/o cómo les pongan. That is the question! (¡Cielos, qué hago yo hablando inglés, si no lo sé!)
Feliz la mañana que nos descubrimos en la cama al despertar sin que nada de nosotros se nos queje; porque ese día tal vez discurra como la seda y podremos terminarlo sin que él nos termine por completo.
Julia, no lo sabía, ¿también se dan inundaciones provocadas? Yo creí que el cambio climático era automático, tan natural como la vida misma.
Mañana aquí estaremos, de nuevo y con ganas renovadas. A pesar de todo…
Tambien estoy aquí...
ResponderEliminarhe leido tus visicitudes con los campamentos y el fuego...
Si que cambia de estar a no estar, mucho.
Pues claro que sí, Anna, aquí estamos.
ResponderEliminarSi va a resultar que al final de todo lo que único que va a contar es si estamos o no estamos. El “ahí” de mariajesús es el importante, pero ¡cómo llegar a él si no sabemos onde andará!
He disfrutado organizando y llevando el campamento de verano durante muchos años. Había muchas trabas, mucha letra pequeña que leer y cumplir, muchas zancadillas pueblerinas y poca ayuda de las instituciones. Aún así, lo hacíamos y para mucha gente menuda fue una experiencia única en su vida.
Gracias por venir a visitar este lugar.
En esos fuegos se manifiestan los sentimientos de los hombres.
ResponderEliminarFuego debidamente cuidado para dar calor y regozigo.
Fuego hecho para jugar hacer un asadito en el monte y olvidarse de apargar bien los carbones. imprudencia total.
Quema de podas, cuando se pueden utilizar como abono vegetal, son quemadas para trabajar menos.
Viajando tirando cigarrillos a las riberas, que no siempre estan acondicionadas.
Dejar a los niños solos con estufas prendidas fáciles de tomar fuerza propia.
Siempre el hombre....
Te deseo que la semana que amanece te sea portadora de buenos momentos.
Cariños
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"No se llega al alba sino por el sendero de la noche."
Khalil Gibrán
Abuela, tienes razón, el fuego es útil para muchas cosas. Pero no siempre somos responsables y cuidadosos usándolo. A veces, temerarios. Y a la vista está que incluso se utiliza para hacer daño.
ResponderEliminarGracias por recordarme a Khalil Gibrán
Muy gracioso tú con lo de las inundaciones provocadas, ¿pues no ves que los elementos están desatados en algunas partes del mundo y siempre pierden los mismos? A eso me refiero y al cambio climático debido al uso abusivo de todo aquello que ya nos supera y estalla por donde puede y, ya me gustaría a mi muchisimísimo, que lo hiciera en casa de los banqueros y del Sr. Aznar, por ejemplo, pero la naturaleza es tan cruel como bondadosa y hace lo que hace sin mirar a quien (los documentales de la 2 me están afectando).
ResponderEliminarYa te contaré...
Vale Julia, ya me contarás…
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