Una pared puede tener muchos usos y aplicaciones. Generalmente sirve para cerrar un espacio. Vale tanto para impedir que entren como para imposibilitar salir. A veces se utiliza para sujetar algo, por ejemplo mi casa, que está hecha hace tiempo y tiene paredes que son muros de carga, en expresión albañileril. Hoy día se construye de otra manera, y las paredes son como de adorno, y hasta se mueven sin te apoyas en ellas. Se pueden pintar y adornar, consienten que cuelgues estanterías y cuadros, incluso te dan la seguridad de estar protegido. No te fíes; puede que al otro lado alguien escuche tus pensamientos y trame algo gordo contra ti. No duermas tranquilo, esa pared es de papel o similar.
Un muro refiere a otra cosa. A mí, por ejemplo, me recuerda el de Berlín, que viví desde mi infancia. Ahora el de Gaza, que es otra monstruosidad consentida urbi et orbe. Vergüenza de vergüenza, se nos tenía que caer la cara a trozos…
Muros los hay que no tienen piedra, ni cemento, ni siquiera adobes. Son reales, pero no tienen apariencia física. Reciben diversos nombres, según cómo estén pergeñados: del silencio, de la indiferencia, de la exclusión… que dan lugar a separaciones en la sociedad y en las ciudades. Son barreras muchas veces más difíciles de evitar que las físicos porque no les vale ni el pico y la pala, sino un cambio de mentalidad, sí, cabeza y corazón. Y eso es harto complicado y exige mucho tiempo, demasiado.
Mi lugar, por ejemplo, antes era todo muy semejante, con casas entre huertas y tierras de cultivo. Cosas había, por supuesto, que separaban, pero también que unían. Ahora han venido urbanizaciones, con parcela y piscina propias, o sea particular. No entrar. Tampoco hace falta que lo digan, con tener la puerta cerrada es suficiente. Y lo está. Tienes que llamar para pasar al otro lado de lo que antes eran todo campo.
No hace tanto, apenas diez años, iba yo un día atravesando a través, por linderas y senderos, pasando de una finca a otra finca, de un poblado a otro poblado. Era lo habitual. Sin embargo aquel día me salió un seguridad que me dio el alto diciendo ¡dónde va usted! Perplejo le dije que como siempre caminando hacia mi barrio. Y él va y dice que la tierra que piso es propiedad privada. Ya lo sé, le contesté, pero eso no quita para que pueda pasar, que ni valla ni ná me lo impide. El otro con cara seria me dijo que eso se terminó, que aquella tierra ahora era de una gran constructora y que el libre paso se acabó. Pocos días después todo aquello quedó encerrado con una alambrada. Ahora ya no es alambre, es pared, eso sí, disimulada por la hiedra.
¿Dijo alguien alguna vez que no se le podían poner puertas al campo? Pues se equivocó.
También una pared sirve para adosar algo sobre ella o junto a ella. Por ejemplo, unas tomateras. Así lo ha hecho en su huerta mariajesús paradela.
Hay muros que obstaculizan. Hay tradiciones que imposibilitan hacer cosa distinta a lo que es usual y recibido de los mayores.
Hay una filosofía que habla de que todo da vueltas y vueltas, para volver siempre al mismo lugar, o sea, al principio. Los griegos pensaban así, eso dicen. No había salida, todo estaba encerrado en un fatídico e infernal círculo, y por más giros que se dieran, siempre se estaba empezando… y acabando. Eso se llama círculo cerrado. Una obviedad, porque si estuviera abierto ya sería otra cosa. Otros lo llaman círculo vicioso, y no sé por qué, pero es así. Tal vez porque si un niño pregunta por qué no puede hacer eso que quiere la respuesta fuera simplemente porque no. Y ante su insistencia recibiera como única explicación, porque ni tu padre, ni tu abuelo, ni tu tatarabuelo lo hicieron, no vas a ser tú más que ellos. También le podrían decir, yo lo he oído, porque si haces eso la gente te mirará raro, eso no se hace, nunca nadie lo ha hecho.
Otra cosa era lo que vivían los judíos, ese pueblo milenario que sufrió mil avatares, aventuras sin cuento, aunque lo parezcan, que haciendo eses, subiendo y bajando, dando dos pasos para alante y uno para atrás, fue progresando en la búsqueda de una tierra de promisión, donde serían felices y comerían perdices. Y las comieron, vaya si las comieron, pero de felicidad no creo que alcanzaran mucha, más que nada a juzgar por lo que cuentan en sus anales. Pero eso sí, miraban para adelante con uno de sus ojos, aunque con el otro echaran en falta muchas veces lo que dejaban a la espalda. Pero ellos concebían su historia como una línea, abierta al futuro, susceptible de infinitud. Esto, ya lo descubrieron los matemáticos, que dijeron que una línea no tiene ni principio ni fin; cosa distinta es el segmento, que es un trozo de línea acotada por ambos extremos. Y ojito que me estoy refiriendo a la línea recta; que si fuera otro tipo de línea ya no saldrían las cuentas.
También una pared sirve para adosar algo sobre ella o junto a ella. Por ejemplo, unas tomateras. Así lo ha hecho en su huerta mariajesús paradela.
Hay muros que obstaculizan. Hay tradiciones que imposibilitan hacer cosa distinta a lo que es usual y recibido de los mayores.
Hay una filosofía que habla de que todo da vueltas y vueltas, para volver siempre al mismo lugar, o sea, al principio. Los griegos pensaban así, eso dicen. No había salida, todo estaba encerrado en un fatídico e infernal círculo, y por más giros que se dieran, siempre se estaba empezando… y acabando. Eso se llama círculo cerrado. Una obviedad, porque si estuviera abierto ya sería otra cosa. Otros lo llaman círculo vicioso, y no sé por qué, pero es así. Tal vez porque si un niño pregunta por qué no puede hacer eso que quiere la respuesta fuera simplemente porque no. Y ante su insistencia recibiera como única explicación, porque ni tu padre, ni tu abuelo, ni tu tatarabuelo lo hicieron, no vas a ser tú más que ellos. También le podrían decir, yo lo he oído, porque si haces eso la gente te mirará raro, eso no se hace, nunca nadie lo ha hecho.
Otra cosa era lo que vivían los judíos, ese pueblo milenario que sufrió mil avatares, aventuras sin cuento, aunque lo parezcan, que haciendo eses, subiendo y bajando, dando dos pasos para alante y uno para atrás, fue progresando en la búsqueda de una tierra de promisión, donde serían felices y comerían perdices. Y las comieron, vaya si las comieron, pero de felicidad no creo que alcanzaran mucha, más que nada a juzgar por lo que cuentan en sus anales. Pero eso sí, miraban para adelante con uno de sus ojos, aunque con el otro echaran en falta muchas veces lo que dejaban a la espalda. Pero ellos concebían su historia como una línea, abierta al futuro, susceptible de infinitud. Esto, ya lo descubrieron los matemáticos, que dijeron que una línea no tiene ni principio ni fin; cosa distinta es el segmento, que es un trozo de línea acotada por ambos extremos. Y ojito que me estoy refiriendo a la línea recta; que si fuera otro tipo de línea ya no saldrían las cuentas.
Matemáticas, historia o filosofía, los judíos no deben saber demasiado, yo creo que más bien poco. A la vista está lo poco que han aprendido de sí mismos, que ahora están repitiendo, por activa por supuesto, lo que antes vivieron por pasiva. Les echaron de aquí, pues ellos echan de allá. Les arrinconaron en ghetos, pues ahora ellos encierran entre muros. Les privaron de suministros, pues ellos también dejan pasar con cuentagotas víveres y medicinas. Les masacraron con gas, pues ahora ellos aplastan con tanques. Y ojito, que no se muevan, que tienen energía nuclear. Y eso son palabra mayores.
Dejemos las matemáticas y la historia y hasta la filosofía. Yo sé de personas que se dejan encerrar entre paredes. Y también conozco gente que ni emparedándola la encarcelan. Toure y Yankhoba son dos ejemplos que me sirven. Son hermanos por parte de padre, que por allá hay muchas madres aunque no cuenten, y nacidos en Senegal, África, el continente de abajo.
El mayor vino a España hace ya ni se sabe, puede que más de quince años. Logró salir de allá, nadie sabe cómo, y llegó hasta acá. Y el arrojo que mostró viniendo lo perdería por el camino, porque aquí vive encerrado en sus limitaciones personales y en la pequeñez que se le ofrece. No hace sino mercadillo, aunque tenga que alimentar allá muchas bocas. No sé si es que no sabe hacer otra cosa, o no puede, o no le dejan. Y así está. Comparte casa con otros en la misma situación; aún no ha conseguido sacarse el carnet, y su español es tan deficiente que malamente se le entiende. Malvive, no puedo decir más.
Yankhoba, su hermano, le pidió venir. Como fuera, entre todos le tragimos. En cuanto llegó se puso en movimiento: aprender el español, estudiar el código de la circulación, conocer geografía e historia del país, leer libros de acá… Es verdad que mucho le ayudamos, pero él se propuso dejarse ayudar, y puso de su parte toda su carne sobre el asador.
Hace de esto cinco años. En tan poco tiempo ahora conduce por Europa un carísimo camión, contrajo matrimonio con su novia de toda la vida a la que se trajo para acá; compró casa nueva, aunque con hipoteca alta; hizo dos preciosos hijos y tiene frente a sí un futuro, si no seguro -quién lo tiene ahora-, bastante asegurado. Y Astou Pilar e Hibrahim, ya españoles de hecho y por derecho, no tienen por qué repetir historias que otros vivieron, sino que tendrán vida propia, decidiendo lo que tengan que decidir.
Y es que hay muros que separan y muros que unen; hay personas que se esconden tras los muros y personas que se sienten encerradas entre ellos; y hay seres humanos que por altos que sean los muros con que se topen, saltan por encima de ellos, escarban bajo sus cimientos o recorren medio mundo para darles la vuelta, y lo que pretendía ser obstáculo se convierte para ellos en ocasión de nuevas oportunidades.
Dejemos las matemáticas y la historia y hasta la filosofía. Yo sé de personas que se dejan encerrar entre paredes. Y también conozco gente que ni emparedándola la encarcelan. Toure y Yankhoba son dos ejemplos que me sirven. Son hermanos por parte de padre, que por allá hay muchas madres aunque no cuenten, y nacidos en Senegal, África, el continente de abajo.
El mayor vino a España hace ya ni se sabe, puede que más de quince años. Logró salir de allá, nadie sabe cómo, y llegó hasta acá. Y el arrojo que mostró viniendo lo perdería por el camino, porque aquí vive encerrado en sus limitaciones personales y en la pequeñez que se le ofrece. No hace sino mercadillo, aunque tenga que alimentar allá muchas bocas. No sé si es que no sabe hacer otra cosa, o no puede, o no le dejan. Y así está. Comparte casa con otros en la misma situación; aún no ha conseguido sacarse el carnet, y su español es tan deficiente que malamente se le entiende. Malvive, no puedo decir más.
Yankhoba, su hermano, le pidió venir. Como fuera, entre todos le tragimos. En cuanto llegó se puso en movimiento: aprender el español, estudiar el código de la circulación, conocer geografía e historia del país, leer libros de acá… Es verdad que mucho le ayudamos, pero él se propuso dejarse ayudar, y puso de su parte toda su carne sobre el asador.
Hace de esto cinco años. En tan poco tiempo ahora conduce por Europa un carísimo camión, contrajo matrimonio con su novia de toda la vida a la que se trajo para acá; compró casa nueva, aunque con hipoteca alta; hizo dos preciosos hijos y tiene frente a sí un futuro, si no seguro -quién lo tiene ahora-, bastante asegurado. Y Astou Pilar e Hibrahim, ya españoles de hecho y por derecho, no tienen por qué repetir historias que otros vivieron, sino que tendrán vida propia, decidiendo lo que tengan que decidir.
Y es que hay muros que separan y muros que unen; hay personas que se esconden tras los muros y personas que se sienten encerradas entre ellos; y hay seres humanos que por altos que sean los muros con que se topen, saltan por encima de ellos, escarban bajo sus cimientos o recorren medio mundo para darles la vuelta, y lo que pretendía ser obstáculo se convierte para ellos en ocasión de nuevas oportunidades.
mariajesús paradela ha limpiado primorosamente sus tomateras. El muro está ahí, pero es ayuda para crecer no barrera que limita. Apoyados en su firmeza los tomates no vencerán a la planta, engordarán y enrojecerán hasta reventar y se hará con ellos una ensalada festiva, que espero de su amabilidad, de mariajesús por supuesto, que nos haga partícipes a cuantos visitamos su lugar y nos deleitamos con sus peripecias junto a caballos, ranas, perros y demás parentela.
¡Si aquello parece el arca de Noé…!
¡Cuantos muros Miguel Angel!
ResponderEliminarEl muro del miedo, para encerrar la ilusión;
el miedo del porquesí, para tapar la razón.
EL yo me pongo de muro, yo lo interpreto mejor;
El amor que dejó Jesús, cuantos muros tiene que soportar a su alrededor.
Un saludo.
Me parece que el pueblo judío sabe mucho sobre matemáticas, filosofía y, sobre todo, sobre Historia, de eso, de lo que más. Es un pueblo con una gran memoria.
ResponderEliminarMucho trabajo tiene M jesús en Paradela, no sé como lo hace.
Saludos
Ese muro no es un muro que separa, sino que une. Buena entrada. Buen adversario.
ResponderEliminarMe ha gustado toda esta disertación acerca de los muros... y me quedo con la idea de transformarlos en obstàculos que hay que superar para poder seguir nuestro camino hacia la felicidad. Un saludo
ResponderEliminar""hay seres humanos que por altos que sean los muros con que se topen,... se convierte para ellos en ocasión de nuevas oportunidades.""
ResponderEliminarMe ha "enamorado" la última frase de tu texto.
Un beso
Hace muchos años, Miguel Angel , se cantaba una canción: "en el arca de Noé todos caben, todos caben/ en el arca de Noé todod cabe, yo también".
ResponderEliminarAplícatelo.
Nadie trata a Paradela con tanto cariño como tu.
Y se agradece.