La verdad, papá, es que a ti te gustaba el campo cuando estaba así, todo segado y el grano recogido. No lo decías pero lo pensabas, cuando al mirar las cebadas verdes y los trigos acamados yo disfrutaba, que te callabas llamarme ingenuo. Los sueños nunca llenaron estómagos ni las paneras se colmaron de los cálculos de la lechera, sino a costalazo limpio, luego de segar, acarrear, trillar, beldar y ensacar. Muchos sudores eran hasta que, mediado el mes de septiembre, podías descansar tú y los tuyos haciendo balance de gastos y resultado.
Cinco años ha que te fuiste, ya poco te importa ahora si la cosecha es buena o es parca, si los nublados pasaron a dios gracias sin más sobresaltos, si la paja fue mucha o poca, y si la panera es capaz o no para lo recolectado.
Tú sí has cambiado. Aquí todo sigue igual. Sólo que ahora se va más deprisa. Ya todo es rastrojo. Las máquinas avanzan mucho y rápido hacen lo que entonces tanto costaba.
Y te lo digo sólo porque resulta como si fuera una broma. El trigo vale ahora menos que antes. No sé si es que se come poco pan o se trae grano de fuera o nos estamos volviendo todos un poco majaras. Seguro que si te tocara otra vez decidir qué querías ser, escogerías otra cosa. Esto, papá, no es vida.
Hemos de volver al campo. Será nuestra salvación. Creo yo.
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