“No sé si podrá pasar por ahí, -dijo el pastor-. El sendero hace mucho que no se utiliza, y estará cerrado. Cuando hicieron el depósito del agua para el pueblo, con las obras se destrozó esa parte de la ladera y dejamos de subir por este lado. Ahora lo hacemos por aquel otro o por la parte de atrás, al final del arenal”.
Lo que yo estaba pretendiendo era subir a los campos de fútbol que usábamos por aquel entonces, en lo alto del monte que dominaba el conjunto del convento.
Pero voy a empezar por el principio. Estamos en Bujedo, Burgos. Tengo once años. He ingresado como aspirante en el centro vocacional que los Hermanos de la Salle tienen en este monasterio, que otrora fue premonstratense, y que ahora alberga religiosos del Instituto que fundara San Juan Bautista de la Salle.
Una tarde a la semana salimos de paseo por los montes. Si el tiempo lo permite, es habitual que subamos a los campos altos, provistos de pucheros, pastillas de chocolate, harina y otros utensilios menores; y los balones, por supuesto.
Una vez arriba, divididos en grupos más o menos proporcionados, jugamos al balón, o sea al fútbol, tal como estamos, y con unas piedras por todo acompañamiento: son las porterías.
Tras el partido, cada grupo recoge leña y agua, y al fuego de las ramas de boj prepara un rico chocolate caliente que nos zampamos con bizcochos bajo el sol y al aire libre.
Fuime de Bujedo cuatro años después, y dejé de jugar al balón en aquellos campos, y también de degustar el chocolate con bizcochos de factura tan artesana. Pero esta mañana de fiesta comunera y autonómica, me ha dado el gustirrinín de volver a pisar aquellos prados altos y volver a andar aquel sendero abierto entre el boj y el carrasco áspero de aquellos montes burgaleses. Y para allá me he dirigido.
Imposible subir por donde pretendía. Tuve que hacerlo por donde me indicó el pastor. “Así que quiso ser fraile, ¿no?”. “Pues sí, pero no se me logró. Ahora soy cura”. “Pues, la verdad, no tiene pinta de ello”. “Es que he salido así, no tengo pinta de nada”. “¡Quiá!, no se confunda, aquí donde me ve, yo también estudié ahí, en la gratuita”.
Recorrí, pues, la carretera que circunda la tapia norte del convento, dirección a Foncea, hasta llegar a un paraje de donde extraíamos arena y piedra con que hicimos los patios. Sí, entonces trabajamos: en la huerta, en el fregadero, en la cocina, en la limpieza de las innumerables dependencias de la casa, y también con el hormigón y la piedra que pisábamos en nuestros juegos. El camino que partía de la carretera se hacía sendero a media altura y al llegar a lo más alto había que adivinarlo entre matojo y matojo. Los llanos de arriba, monte cerrado y prado ya no son lo que fueron; ahora son sembrados y encerradero de ganado. Pero para que uno no quede por mentiroso, aún se mantiene tal cual una pequeña parte de la campa, y yo creo que esas piedras siguen ahí sin haberse movido una pizca en los cincuenta años transcurridos.
Ya de bajada disfruté de Peña Mayor, de aquellas rocas picudas que dibujan una V contra el cielo y del embreado camino que tantas veces recorrimos en tardes de paseo y juegos compartidos.
No podía marcharme sin intentarlo. De modo que probé si era posible una visita al convento y a su huerta. Y fue posible, y además en visita guiada y dialogada.
Lo sustancial se mantiene, pero han cambiado tantas cosas… La fuente sigue allí con sus cuatro caños, y el cementerio, y la capilla, y la huerta que ya no es huerta, sino jardín y paseo, y el claustro, y los comedores, y también los dormitorios, que no pude ver, ¡qué pena!
La piscina en la que aprendí a nadar era la alberca para el riego riego, y allí sigue. Ahora hay piscina reglamentaria, justo donde jugábamos a marro, o balón-tiro, o a balón mano.
Y el patio interior donde le dábamos al croquet, entre los árboles, ahora contiene un elegante jardín, con agua corriente y olivos. Pero el reloj en lo alto de la torre da las horas vía Logroño, que desde allí está controlado.
La enfermería sigue estando igual que entonces, sólo que mucho mejor, para albergar a una quincena de ancianos religiosos. Allí supe lo que es echar mercromina en las rodillas heridas, o linimento en las contusiones que siempre nos acompañaban. El hermano enfermero encontraba seguro cómo calmarnos el dolor o rebajarnos la fiebre, y nunca tuvimos cosas mayores.
El gallinero aún está de pie, pero en desuso, y la ebanistería, y también el lavadero. Pero ya no existe la granja, ni hay vacas ni cerdos, aunque sí varios pavos reales y algunos gansos descomunales, que casi parecen ocas. Y una pajarera ruidosa, llena de jilgueros, canarios y periquitos. La gruta de Fátima, tal cual. Y lo mismo el viaducto que conducía las aguas hacia la central eléctrica, ahora supongo que ya sin uso.
En silencio lo encontré, después de dejarlo lleno de chiquillería. Me fui casi a hurtadillas, sin volver la vista atrás, quizás también sin dar la cara. Nunca me arrepentí. He tardado mucho en volver a visitarlo. Allí pasé una parte de mi niñez. No guardo sino buenos recuerdos.
Lo que yo estaba pretendiendo era subir a los campos de fútbol que usábamos por aquel entonces, en lo alto del monte que dominaba el conjunto del convento.
Pero voy a empezar por el principio. Estamos en Bujedo, Burgos. Tengo once años. He ingresado como aspirante en el centro vocacional que los Hermanos de la Salle tienen en este monasterio, que otrora fue premonstratense, y que ahora alberga religiosos del Instituto que fundara San Juan Bautista de la Salle.
Una tarde a la semana salimos de paseo por los montes. Si el tiempo lo permite, es habitual que subamos a los campos altos, provistos de pucheros, pastillas de chocolate, harina y otros utensilios menores; y los balones, por supuesto.
Una vez arriba, divididos en grupos más o menos proporcionados, jugamos al balón, o sea al fútbol, tal como estamos, y con unas piedras por todo acompañamiento: son las porterías.
Tras el partido, cada grupo recoge leña y agua, y al fuego de las ramas de boj prepara un rico chocolate caliente que nos zampamos con bizcochos bajo el sol y al aire libre.
Fuime de Bujedo cuatro años después, y dejé de jugar al balón en aquellos campos, y también de degustar el chocolate con bizcochos de factura tan artesana. Pero esta mañana de fiesta comunera y autonómica, me ha dado el gustirrinín de volver a pisar aquellos prados altos y volver a andar aquel sendero abierto entre el boj y el carrasco áspero de aquellos montes burgaleses. Y para allá me he dirigido.
Imposible subir por donde pretendía. Tuve que hacerlo por donde me indicó el pastor. “Así que quiso ser fraile, ¿no?”. “Pues sí, pero no se me logró. Ahora soy cura”. “Pues, la verdad, no tiene pinta de ello”. “Es que he salido así, no tengo pinta de nada”. “¡Quiá!, no se confunda, aquí donde me ve, yo también estudié ahí, en la gratuita”.
Recorrí, pues, la carretera que circunda la tapia norte del convento, dirección a Foncea, hasta llegar a un paraje de donde extraíamos arena y piedra con que hicimos los patios. Sí, entonces trabajamos: en la huerta, en el fregadero, en la cocina, en la limpieza de las innumerables dependencias de la casa, y también con el hormigón y la piedra que pisábamos en nuestros juegos. El camino que partía de la carretera se hacía sendero a media altura y al llegar a lo más alto había que adivinarlo entre matojo y matojo. Los llanos de arriba, monte cerrado y prado ya no son lo que fueron; ahora son sembrados y encerradero de ganado. Pero para que uno no quede por mentiroso, aún se mantiene tal cual una pequeña parte de la campa, y yo creo que esas piedras siguen ahí sin haberse movido una pizca en los cincuenta años transcurridos.
Ya de bajada disfruté de Peña Mayor, de aquellas rocas picudas que dibujan una V contra el cielo y del embreado camino que tantas veces recorrimos en tardes de paseo y juegos compartidos.
No podía marcharme sin intentarlo. De modo que probé si era posible una visita al convento y a su huerta. Y fue posible, y además en visita guiada y dialogada.
Lo sustancial se mantiene, pero han cambiado tantas cosas… La fuente sigue allí con sus cuatro caños, y el cementerio, y la capilla, y la huerta que ya no es huerta, sino jardín y paseo, y el claustro, y los comedores, y también los dormitorios, que no pude ver, ¡qué pena!
La piscina en la que aprendí a nadar era la alberca para el riego riego, y allí sigue. Ahora hay piscina reglamentaria, justo donde jugábamos a marro, o balón-tiro, o a balón mano.
Y el patio interior donde le dábamos al croquet, entre los árboles, ahora contiene un elegante jardín, con agua corriente y olivos. Pero el reloj en lo alto de la torre da las horas vía Logroño, que desde allí está controlado.
La enfermería sigue estando igual que entonces, sólo que mucho mejor, para albergar a una quincena de ancianos religiosos. Allí supe lo que es echar mercromina en las rodillas heridas, o linimento en las contusiones que siempre nos acompañaban. El hermano enfermero encontraba seguro cómo calmarnos el dolor o rebajarnos la fiebre, y nunca tuvimos cosas mayores.
El gallinero aún está de pie, pero en desuso, y la ebanistería, y también el lavadero. Pero ya no existe la granja, ni hay vacas ni cerdos, aunque sí varios pavos reales y algunos gansos descomunales, que casi parecen ocas. Y una pajarera ruidosa, llena de jilgueros, canarios y periquitos. La gruta de Fátima, tal cual. Y lo mismo el viaducto que conducía las aguas hacia la central eléctrica, ahora supongo que ya sin uso.
En silencio lo encontré, después de dejarlo lleno de chiquillería. Me fui casi a hurtadillas, sin volver la vista atrás, quizás también sin dar la cara. Nunca me arrepentí. He tardado mucho en volver a visitarlo. Allí pasé una parte de mi niñez. No guardo sino buenos recuerdos.
Bujedo se escribe con g
o con j.
Tiene esta estampa desde la vía del tren,
imagen que repito, para que se vea bien.
Esta puerta de la iglesia siempre la conocí cerrada. Entrábamos por otras desde el interior del claustro.
Una placa en medio del claustro, afea el lugar y la piedra. Pero es de la Diputación de Burgos y eso es importante.
La Capilla de los Mártires de Turón recoge ahora las reliquias que yo conocí en el cementerio.
Nuestra Señora del Buen Consejo preside ahora exenta el presbiterio. El altar se ha adelantado para adaptarlo a la liturgia del Vaticano II y la sillería ha desaparecido, porque aquí nunca hubo monjes ni canónigos que la ocuparan.
A la izquierda el ambón que nunca tuvimos nosotros. Para leer sujetábamos la Biblia sobre nuestras manos.
La huerta
Los frutales florecidos
Los pájaros cantores
Los cuatro caños de la fuente. ¡Cuánta agua acarreada hasta las mesas!
El río que atraviesa todo el recinto, y donde nos lavábamos los pies tras las jornadas de paseo.
La flamante piscina que ahora es dueña y señora de nuestros juegos de antaño.
La entrada al cementerio está bien avisada,
y mejor reflexionada.
Aquellas rocas que siempre me impresionaron, levantándose altivas contra el firmamento.
Una carretera que parece que desaparece,
porque no conduce a ninguna parte,
bordea Peña Mayor,
se hace camino,
junto a praderas con flores,
boj, margaritas, bocas de dragón,
sube cogiendo altura,
se desdibuja en la espesura del bosque,
ofrece panorámicas abiertas sobre los montes Obarenes,
para terminar, justo, justo, frente a lo que fue portería
de un campo de fútbol,
otro campo de fútbol,
y otro campo de fútbol.
Y por ahí, entre las encinas y robles, aún quedará algún atisbo de hoguera, dos piedras para soportar el puchero, y ¡quién sabe!, es posible que aún se pueda encontrar algún resto de cacharro roto manchado de chocolate. A veces nos salía con grumos, otras se nos quemaba, muchas se nos rebosaba, y siempre, siempre, siempre, nos lo comíamos hasta terminarlo.
Interesantes fotos, y lo de con g o con j un puntazo.
ResponderEliminarHablando de otro tema: ¿Conocéis algo de esto?
http://www.slideshare.net/utenalf/el-yunque
http://tus-noticias.abc.es/tu_noticia_ver/yunque/13363/1.htm
http://lacajadebajodelacam.blogspot.com/2010/04/la-guerra-entre-los-ultracatolicos-y-un.html
http://la-falange.mforos.com/692694/7681690-se-prepara-un-partido-catolico-con-disidentes-del-partido-popular/
¡Qué preciosidad de relato y, supongo, de excursión! Me han encantado, Míguel, estos recuerdos tan claros y felices de otros tiempos. El prado con las margaritinas es mi debilidad de la primavera, aquí en Madrid empiezan a salir por todas las praderas de la Dehesa de la Villa que, como es mi paisaje madrileño, me alegran y me recuerdan también otros tiempos felices de la niñez en el pueblo.
ResponderEliminarEspero que a la vuelta te hayas cocinado un buen chocolate para quitarte el regusto del de antaño.
Besos y abrazos
Porterías de piedras, campos con bojes, excursiones sencillas, trabajos y trabajos que hacian del estudio casi una delicia.
ResponderEliminarComo se parece la infancia de estas tierras mías, a la de Castilla. Tal vez las almas se forjan, no sólo en lo que ven, sino en la forma que lo miran.
Gracias Miguel Angel, pensaré lo de mi perfil, aunque no estoy seguro de lo que has querido decir.
Un abrazo desde Navarra.
Castellano de pura cepa, pues ya ves que como suena igual, da lo mismo hacer ji, ji, ji, que gi, gi, gi.
ResponderEliminarEn cuanto a lo carteles, hay que tener en cuenta que uno estará puesto por la DGT u OP, y el otro por el Ayuntamiento del pueblo. Y será por la rivalidad, será por la idiosincrasia, será por fidelidad a los principios inamovibles, el caso es que yo siempre vi en la general I con g, y a la entrada del caserío con j.
En cuanto al yunque por el que preguntas, no tengo mayor información que la que existe en Internet. En México parece ser algo como secreto, y en España, que yo sepa, ni ha llegado, ni se le espera…
Julia, es que así de repente me entraron ganas de recordar cosas de mi olvidada niñez. Alguna más iré sacando, si consigo hacer memoria, que ya me va quedando poca.
Y sí, por supuesto, ahora tras la cena me tomo una rica taza de chocolate, pero no me molesto en hacerlo, que ahora lo venden ya hecho y no está tan malo. Dicen que suaviza el ánimo y predispone para el sueño. Pero yo para eso utilizo la lectura y a Berto, que se me sube a la cama y con sus ronquidos me acuna. ¡Ventajas de llegar a viejo y de ser un solterón que hace lo que le da la gana!
Tantos besos como margaritas consigas contar en la foto del prado florecido. Y como no te vas a molestar en hacer el cálculo, ahí va un mogollón de ellos.
izara, no caviles, que no hay ninguna pretensión. Tal como lo tienes está bien. Pero una cosa sí te digo: la profundidad de tu pensamiento a mí me lleva, más que a los espacios siderales, a los adentros más abisales. Manera de ser que me adorna.
Y sí, tienes razón, la infancia parece que nos pone a todos en una misma dimensión; luego crecemos, y empieza la diáspora…
Por cierto, Navarra estará preciosa en este primavera tan feraz y rabiosa. En Castilla, este año, hay algún rincón que se le aproxima, pero el verano ya amenaza con estos calores, y mucho me temo que se quedará a distancia.