Don Miguel Delibes y su bicicleta




«- Bueno, vamos allá.

Temblando enderecé la bicicleta. Mi padre me ayudó a encaramarme en el sillín, pero no corrió tras de mí. Sencillamente me dio un empujón y voceó cuando me alejaba:

- Mira siempre hacia adelante; nunca mires a la rueda.

Yo salí pedaleando como si hubiera nacido con una bicicleta entre las piernas. En la esquina del jardín doblé con cierta inseguridad, y, al llegar al fondo, volví a girar para tomar el camino del centro, el del cenador, desde donde mi padre controlaba mis movimientos. Así se entabló entre nosotros un diálogo intermitente, interrumpido por el tiempo que tardaba en dar cada vuelta:

- ¿Qué tal marchas?

- Bien.

- ¡No mires a la rueda! Los ojos siempre adelante!

Pero la llanta delantera me atraía como un imán y había de esforzarme para no mirarla…»


«De adolescente, cuando me lamentaba ante mis amigos de los procedimientos didácticos de mi padre, ellos decían que esa era la educación francesa y que la educación francesa estaba muy bien. Que ellos no sabían nadar, ni montar en bicicleta, ni distinguir un cuco de un arrendajo porque no habían recibido educación francesa y que era un atraso…»


«… En la ciudad, el deporte de las dos ruedas, sobre el ejercicio en sí, encerraba para un niño un singular atractivo: no dejarse cazar. Nos lanzábamos a tumba abierta en cuanto divisábamos un agente, doblábamos las esquinas como suicidas, de modo que cuando el guardia quería reaccionar ya estábamos a mil leguas…»



«… La plaza era un clamor. Los muchachos federados, que aún no habían salido de su asombro, cambiaban impresiones con sus fans, organizaban cabizbajos el regreso a Burgos, mientras mi hijo, achuchado por la multitud, era la viva estampa del vencedor. Pero cuando, tras ímprobo esfuerzos, logré aproximarme a él y le animé a que se sentara en el banco corrido de los soportales, se señaló las piernas (unas piernas tensas, rígidas, los músculos anudados aún por el esfuerzo) y me dijo confidencialmente:

- Espera un poco; si me muevo ahora me caigo.»

Son párrafos sueltos de “Mi querida bicicleta”, de Miguel Delibes.

Ya ni me acordaba de él, dormido en un rincón entre otros libros. Allí estaba, con casi veinte años de polvo encima. Regalo de Alicia Martín Baró, tengo olvidado por qué. En la primera página interior, pegado bajo el título, un papelito recortado en forma de estrella con esta palabra escrita en rojo con rotulador grueso: GRACIAS.

Y como guía de lectura un recorte de periódico con esta opinión: "10 razones para usar la bici", de Miguel Ángel Ceballos Ayuso.

Pedalear en la ciudad es:

Saludable: descarga tensiones, elimina toxinas y tonifica los músculos. Ahorra facturas del psiquiatra y economiza vendas y demás cataplasmas en los hospitales.
Deportivo: ¿alguien se ha preguntado por qué países como Bélgica y Holanda son fuente de tantos buenos ciclistas profesionales? Hay que crear cantera e imbuirse de espíritu olímpico.
Rápido: salva todos los atascos, aprovecha todos los espacios sin volverlos intransitables para los demás, no necesita semáforos. ni guardias, ni direcciones, ni carriles, ni códigos de circulación.
Barato: no precisa matrícula, ni impuestos, ni carnet de conducir, ni gasolina, ni costosas reparaciones y revisiones.
Ecológico: no despilfarra recursos naturales, ni envenena el aire, ni hace ruido. Racionaliza el consumo de energía y petróleo y contribuye a una ciudad y a un planeta más limpio y habitable.
Educativo: percibimos de otra manera las calles, sus casas, sus barrios y la gente que las transita, y nos ayuda a comprender críticamente la ciudad, qué es y cómo funciona.
Popular: de Cuba a China, pasando por Holanda y Alemania, cuando se ha dado la oportunidad a la gente para que se mueva en bici, el éxito ha sido total. Las marchas ciclistas populares reúnen a miles de personas, sin limitación de sexo o edad.
Subversivo: trastoca todos los esquemas de unas ciudades pensadas y hechas al servicio del coche, ataca los intereses de las multinacionales del automóvil y el petróleo, y también los del Estado que las ampara, y nos saca de la vorágine consumista.
Sensual: nos devuelve el gusto por el cuerpo y la vida, y tiempo libre para disfrutarlo (que no hay que emplear en trabajar para pagar las letras del coche). Convierte los engorrosos desplazamientos diarios en placenteros paseos y recupera el gusto por la relación y la comunicación entre las personas.
Solidario: hace una ciudad más humana y habitable para todos, conductores, peatones y ciclistas. Contribuye también a conservar el planeta, menos contaminado, sin «guerras del petróleo» ni diferencias entre países ricos y pobres.

1 comentario:

  1. Hay que ver la cantidad de cosas que te unen a D. Miguel.

    Está claro que la bici, y al amor por Castilla y sus pueblitos, también los perros y las caminatas por Pucela y como él el deseo de permanecer en la tierra que os vio nacer.

    Bonito homenaje. Besos

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