Se llama Astou Pilar y tiene diecisiete meses. Nació un 14 de diciembre, de padres senegaleses, inmigrantes en esta España en crisis. Él es camionero; ¡qué tío!, en apenas dos años aprendió el castellano, sacó todos los carnés de conducir que se permiten y encontró trabajo fijo en una empresa de fuste. Cuando volvió a su país, Senegal, contrajo matrimonio con su novia de toda la vida, y se la trajo para acá. Antes ya había, previa hipoteca, comprado un coqueto piso en las cercanías de la gran ciudad y estrenado coche, porque enseguida vio que los inmigrantes suelen habitar casas viejas y conducir cacharros inservibles, eso sí a precio de oro, que los aborígenes hispanos les endiñan en beneficio propio.
Al año, poco más o menos, llegó Astou Pilar, ya digo un catorce de diciembre. Ella, la madre, inexperta y sin familia, y él todo el tiempo viajando con el camión por la Europa de los pueblos. Dominar el francés le permite moverse por allá con soltura, pero le fuerza a estar ausente, demasiado ausente.
Así pues, Astou Pilar estrenó abuelos, abuela y abuelo, ambos solteros, inexpertos, sin hijos y por lo tanto doblemente ignorantes, pero sin miedo a llevar en brazos en donde sea y ante quien sea a una preciosidad oscura como el betún negro, que ha ido creciendo según su natural, y lo ha ido haciendo también con ayuda y también a pesar de las innumerables pruebas médicas que en este país civilizado y a la altura de los mejores se exigen y son de recibo para los enanos, no importa qué sexo, color o religión.
El caso es que hoy tocaba alergólogo en el hospital a las 11:00. Resultó una consulta abundante, más digo, superlativa. La reacción alérgica al huevo ha ido disminuyendo, pero sorprendentemente ha surgido una nueva reacción alérgica a la leche de vaca; así pues hay que cambiar de alimentación, controlando todo cuanto haya que controlar. Y a esto otra vacuna, y ya van… ni me acuerdo, lo cual retrasa otra vacuna que debería tomar a continuación, pero que en su momento llegará, porque no se debe ni se puede olvidar.
Lloró Astou Pilar, porque los pinchazos más que doler la asustaban. Lloró cuando su mamá se fue a tomar un tentempié y ella se quedó en brazos del abuelo, porque la reacción tenía que controlarse in situ, y esa pequeña separación la ponía en temor. Lloró como nunca volverá a llorar, ojalá sea esto verdad, cuando por fin la pusieron la vacuna entera, a la vista de que no había reacción.
Pero cuando salíamos a las 14:00, ella agarrada del dedo índice del abuelo, por el largo pasillo y el enorme parking hospitalario, Astou Pilar iba sonriendo, feliz de saber que no entendía otra cosa sino que volvía con quienes la quieren, y la llevan y la traen, y su mamá está más relajada, y hasta sonríe entre tanta bata blanca y gentes que hacen cosas que algún día le explicarán que es por su bien.
Ella entonces sabrá que si hubiera estado en otro lugar, no la habrían pinchado ni la habrían hecho esperar tanto para rellenar una cartilla rara llena de sellos y fechas, pero estaría mucho más pequeña, tal vez con dolor de tripa, o sencillamente ya no viviría, porque allá eso, morir, es natural.
Dedicado a Astou Pilar, a su mamá, a su papá, a su abuela, y a cuantas y cuantos os paseéis por aquí va dedicado esto tan precioso:
Al año, poco más o menos, llegó Astou Pilar, ya digo un catorce de diciembre. Ella, la madre, inexperta y sin familia, y él todo el tiempo viajando con el camión por la Europa de los pueblos. Dominar el francés le permite moverse por allá con soltura, pero le fuerza a estar ausente, demasiado ausente.
Así pues, Astou Pilar estrenó abuelos, abuela y abuelo, ambos solteros, inexpertos, sin hijos y por lo tanto doblemente ignorantes, pero sin miedo a llevar en brazos en donde sea y ante quien sea a una preciosidad oscura como el betún negro, que ha ido creciendo según su natural, y lo ha ido haciendo también con ayuda y también a pesar de las innumerables pruebas médicas que en este país civilizado y a la altura de los mejores se exigen y son de recibo para los enanos, no importa qué sexo, color o religión.
El caso es que hoy tocaba alergólogo en el hospital a las 11:00. Resultó una consulta abundante, más digo, superlativa. La reacción alérgica al huevo ha ido disminuyendo, pero sorprendentemente ha surgido una nueva reacción alérgica a la leche de vaca; así pues hay que cambiar de alimentación, controlando todo cuanto haya que controlar. Y a esto otra vacuna, y ya van… ni me acuerdo, lo cual retrasa otra vacuna que debería tomar a continuación, pero que en su momento llegará, porque no se debe ni se puede olvidar.
Lloró Astou Pilar, porque los pinchazos más que doler la asustaban. Lloró cuando su mamá se fue a tomar un tentempié y ella se quedó en brazos del abuelo, porque la reacción tenía que controlarse in situ, y esa pequeña separación la ponía en temor. Lloró como nunca volverá a llorar, ojalá sea esto verdad, cuando por fin la pusieron la vacuna entera, a la vista de que no había reacción.
Pero cuando salíamos a las 14:00, ella agarrada del dedo índice del abuelo, por el largo pasillo y el enorme parking hospitalario, Astou Pilar iba sonriendo, feliz de saber que no entendía otra cosa sino que volvía con quienes la quieren, y la llevan y la traen, y su mamá está más relajada, y hasta sonríe entre tanta bata blanca y gentes que hacen cosas que algún día le explicarán que es por su bien.
Ella entonces sabrá que si hubiera estado en otro lugar, no la habrían pinchado ni la habrían hecho esperar tanto para rellenar una cartilla rara llena de sellos y fechas, pero estaría mucho más pequeña, tal vez con dolor de tripa, o sencillamente ya no viviría, porque allá eso, morir, es natural.
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Nota: Astou Pilar tiene una cara preciosa, y un andar graciosísimo. Existen fotos que lo acreditan. Un conjunto enorme que recorre su corta vida, llena de momentos felices, y a través del cual se demuestra todo su desarrollo y crecimiento. Pero aquí, no. Y bien que lo siento, porque me gustaría, ya que estoy orgulloso. ¡Cómo no estarlo siendo yo su abuelo!
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Dedicado a Astou Pilar, a su mamá, a su papá, a su abuela, y a cuantas y cuantos os paseéis por aquí va dedicado esto tan precioso:
Enhorabuena, amigo. La abuelez es una de las grandes alegrías de la vida, que te lo digo yo, pero no hace falta, que ya veo que lo sabes por experiencia. Muchos besitos para esa preciosidad de nena, que me la puedo imaginar muy bien. Y menos mal que los blogs no sueltan babas, que si no hasta aquí habrían llegado. Lo mismico me pasa a mi cuando hablo de mis nietos. Es que no hay arreglo para abuelos embobados. Un abrazo
ResponderEliminarVolvi de mi ausencia de estos dias, mi querido amigo. Te ruego me disculpes por esta ausencia, ya sabes lo que ha pasado.
ResponderEliminarTengo que ponerme al dia contigo y con todos los demás bloggers. Pero ...¡ya estoy aquí de nuevo!
Un abrazo.
Nadie disfruta, padece, se alegra, llora, comparte y se emociona tanto con el abuelo, y sobre todo cuando el abuelo es generoso, sabe mirar al cielo, tiene los pies en la tierra y el corazón en todas partes. Deliciosa historia de cada día, entrañable, grata, a la búsqueda de la solución a un problema que el abuelo ayuda a resolver. Asi se construye la historia, qué caramba. A base de detalles que nos hacen humanos, que nos ponen en contacto con quienes nos necesitan y a quienes necesitamos y con quienes compartimos el pan nuestro de cada día.
ResponderEliminarClares, Cornelius, Fernando, estáis empezando a agrandar mi pequeño mundo.
ResponderEliminarGracias por vuestra presencia