Se lo perdoné, por supuesto que sí, pero no lo he olvidado. ¡Cómo podía hacerlo!
Aquella mañana, alrededor del 6 de enero de hace más años de los que quisiera reconocer, mi hermano me descubrió que los Reyes no eran los Reyes.
Como soy muy difícil a la hora de “torcer mi brazo” se lo rechacé una y otra vez. Pero sus razonamientos, aunque infantiles, eran tan rotundos que tuve que reconocerlo.
Decir que se me hundió el mundo y que el cielo entero cayó sobre mí sería decir mucho. Pero de alguna manera muy seria mi pequeño mundo se desbarató.
Desde entonces no he vuelto a ser el mismo de antes.
Hay que crecer, hay que dejar de ser niño y madurar. Pero ¿eso equivale a perder la inocencia? ¿Tenemos que entrar a la fuerza en el mundo de la realidad?
Me reconozco incómodo ante los que alardean de saberlo todo, me desazona estar cerca o al alcance de quien con media sonrisa, más propia del que sabe más respuestas que preguntas, me amenaza con levantar los siete velos o correr el telón de la escena de la vida. Ante la ingenuidad me siento simplemente a gusto, cálidamente acompañado.
No. No tengo ninguna pretensión -¡ojalá nunca la tenga!- de negar los sueños, sepultar utopías, chafar ilusiones, matar creencias…
Si tienen consistencia, razón de ser, sentido de la manera que sea, mejor es dejarlas…, que si han de caer, ya caerán por sí solas o por la tozudez de la vida misma.
Aquella mañana, alrededor del 6 de enero de hace más años de los que quisiera reconocer, mi hermano me descubrió que los Reyes no eran los Reyes.
Como soy muy difícil a la hora de “torcer mi brazo” se lo rechacé una y otra vez. Pero sus razonamientos, aunque infantiles, eran tan rotundos que tuve que reconocerlo.
Decir que se me hundió el mundo y que el cielo entero cayó sobre mí sería decir mucho. Pero de alguna manera muy seria mi pequeño mundo se desbarató.
Desde entonces no he vuelto a ser el mismo de antes.
Hay que crecer, hay que dejar de ser niño y madurar. Pero ¿eso equivale a perder la inocencia? ¿Tenemos que entrar a la fuerza en el mundo de la realidad?
Me reconozco incómodo ante los que alardean de saberlo todo, me desazona estar cerca o al alcance de quien con media sonrisa, más propia del que sabe más respuestas que preguntas, me amenaza con levantar los siete velos o correr el telón de la escena de la vida. Ante la ingenuidad me siento simplemente a gusto, cálidamente acompañado.
No. No tengo ninguna pretensión -¡ojalá nunca la tenga!- de negar los sueños, sepultar utopías, chafar ilusiones, matar creencias…
Si tienen consistencia, razón de ser, sentido de la manera que sea, mejor es dejarlas…, que si han de caer, ya caerán por sí solas o por la tozudez de la vida misma.
Tarde o temprano la inocencia acaba cediendo el paso a la dura a la inevitable realidad. Es bueno mantener la ilusión, sabernos enriquecidos por esa sensación placentera que proporciona la esperanza por recibir, porque sí, lo que creemos merecer. Sin ilusiones la vida sería tediosa y seguramente acabaríamos tirando la toalla. Por eso, aunque los Magos no sean los que creiamos que eran, debemos esforzarnos en pensar que siguen estando ahí, que nos obsequian porque hemos sido buenos y porque al tiempo que nos agasajan a nosotros hacen lo mismo, porque son magor y nada les es imposible, con todos los que en el mundo se lo merecen, con independencia, eso sí también es magia poderosa, de los husos horarios. Un abrazo y que te echen todo lo que has pedido, incluso algo más en los zapatos.
ResponderEliminarTotalmente identificado con tu post.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un sobrino mio le preguntó a mi hermana, su madre, si el Ratoncito Pérez existía de verdad. Mi hermana le dijo: ¿Tú qué crees? Y él muy convencido le dijo: Yo creo que no existe, que son los Reyes Magos los que dejan dinero debajo de la almohada. Eso se llama resistencia total.
ResponderEliminarA mí me gustó saberlo, no me frustró nada. Mi padre me explicó que lo que hicieron los Reyes en Belén era una enseñanza para los adultos, que tenían que acordarse una vez al año por lo menos de ilusionarse y hacer regalos a los niños, que eran lo mejor del mundo. Me dijo también que era algo simbólico. Estuvo bien, porque a partir de entonces salía con mi madre o con mi padre a comprar los regalos de mis hermanos pequeños, y no veas cómo me sentía de mayor.
¿Has sido bueno? ¿Has dejado los zapatos en el balcón? ¿Has puesto una copita de anís para los Reyes? Mira que hace frío y estaŕán cansados...
He encontrado tu blog por casualidad y me he puesto a leerlo. Es, por lo tanto, mi primera visita. Y así a bote pronto, me ha gustado este espacio. Hablas de la inocencia, de aquella que la vida nos va cercenando y que no hacemos nada, o casi nada, por volver a recuperarla. Bendita sea la inocencia pura y natural, ya sea de un infante o de un adulto. Querer creer, y creer, quizá sea algo muy parecido a aquello que todos sentimos de pequeños con la llegada de los Reyes Magos.
ResponderEliminarUn saludo.
Fernando Manero: En efecto, esperar cosas buenas porque uno cree haber sido bueno, anima a ser siempre bueno o mejor. Tener ilusiones es sano, y perderlas casi equivale a perder el sentido de la vida. Los Magos son un mito de nuestra niñez que no tiene porqué faltar en nuestra vida adulta, siempre que los tengamos debidamente adecuados…, me refiero a los zapatos que pongamos junto a la ventana.
ResponderEliminarCornelius: Pues qué bien, ya estamos en pleno proceso de escribir esa dichosa a los reyes magos de nuestro mundo mundial. Qué duda cabe que lo hacemos con ilusión y esperanza…
Clares: Yo no pude hacer eso porque fui hijo pequeño. Pero luego me he desquitado sobradamente sorprendiendo a los enanos y enanas de miles de maneras. Y es una auténtica gozada…
Miguel: Bienvenido. Ya ves, hablo de cosas que me pasan según vivo y recuerdo… Como era la noche de reyes se me presentó esto, en tanto estábamos oyendo los cañonazos a la vuelta del mediterráneo y tratando de hilvanar un manifiesto contra el hambre de este triste mundo.
Creer y querer creer, en mi opinión, sólo tiene alguna analogía con lo de los magos…