Se murió Joaquín

En un foro que edita Atrio, a una aportación mía, alguien me respondió preguntando sobre mi comunidad:
"¿Cómo es su historia? ¿Cómo son sus miembros? ¿De dónde vienen? ¿Qué les preocupa? ¿En qué andan? ¿Qué hacen cuando se juntan, de qué hablan, cómo se tratan, cómo se escuchan? ¿Qué interés tienen por el otro, por sus cosas? ¿Cómo y quién decide lo que van a hacer juntos? ¿Qué esperan de la Comunidad? ¿Cuál es su vivencia de Dios? …"

El asunto versaba sobre lo aburridas que son la mayoría de las celebraciones de la Eucaristía. Yo me permití advertirles que estaban hablando del "cielo" -por decir un lugar incierto y no terreno-, que la realidad humana y terrena es más terca y no se puede acercar uno a ella con ideas preconcebidas desde un incierto idealismo.

Bueno, pues resulta que esta mañana hemos celebrado el funeral de Joaquín, el del 8º como decía mi madre, el marido de Lola, con quien tantas labores hizo ella en casa de una o de la otra.

¿Resultó aburrido el ceremonial? ¡Qué gilipollez preguntar eso! Yo estaba muy sensible y emocionado; por mí, y por Lola, y por Isabel (la hija que adoptaron, que yo vi crecer, que fui observando cómo se iba "asemejando" milagrosamente a sus padres adoptivos, que ya está casada y es madre…), y también por mis padres que tuvieron tan buena amistad con ellos dos.

El funeral fue una acción de gracias "agradecida" por la cantidad de gente buena que me ha tocado en suerte conocer; fue un acto comunitario en la fe aunque no conocía a la mayoría de la gente que estaba allí; fue un momento liberador porque sé que la muerte no es nada terrible, sino una puerta abierta a la Vida; fue y sigue siendo -porque me está durando todavía en la tarde- un "kairós" (tiempo fuerte), un mojón, un punto kilométrico, una señal en el camino que me orienta y me asegura que la dirección no es demasiado incorrecta.

Me queda el recuerdo de aquel señor con bigote con quien coincidía tantas veces en el ascensor, serio, poco hablador, que de pequeño me daba cierto miedo, que resultó ser una persona encantadora, vitalista, simpática y comunicadora, que a sus 88 años sentía que ya no podía ir a nadar de madrugada a la piscina “por prescripción facultativa”…

Joaquín, recoge el fruto de tus trabajos, enjuga nuestras lágrimas y sigue estando junto a Lola e Isabel que te necesitan aún.

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