Y con esto se zanja el tema

Ha pasado más de una semana desde el evento que originó mi incursión en el blog. Y las cosas han vuelto a su cauce de siempre.
Me equivoqué; simplemente me equivoqué. Inicié esto buscando ideas, experiencias, incluso confidencias. Como si internet fuera un paño de lágrimas o la solución a cualquier tipo de problema. Y sí que lo es en cierta manera. Busques lo que busques, lo necesites o no, ahí está; alguien lo "colgó" en algún momento y nadie se ha molestado en suprimirlo aunque el autor ya ni se acuerde de ello; aunque ni se haya ocupado en comprobar si sirvió de algo a alguien; si fue útil, o un mero artificio caprichoso.
Pues, eso, que me equivoqué invocando a la red de redes. Nadie respondió. Empecé tarde, es verdad, casi sin tiempo; pero había oído que en internet las cosas vuelan, las respuestas son inmediatas, todo se propaga al instante.
Iluso de mí; el tema no importa, no llega a la gente, preocupada o interesada por otras cosas.

Si así están las cosas, volvamos al principio.
Han pasado ya unos días como para que tenga perspectiva suficiente de hacer una valoración pausada y moderada.

Mereció la pena reunirnos; sin peros. Mereció la pena recordar que fuimos niños y que ya no lo somos. Mereció la pena comprobar cuánto hemos cambiado y cuánto ha cambiado el resto: la ciudad, la sociedad, la cultura, la religión…

Una sola cosa voy a destacar. El colegio de Lourdes era el mismo en cuanto al edificio. El resto era irreconocible. Los ex-compañeros, -conservaban de alguna manera la fisonomía de la infancia-, son ahora abuelos respetables, jubilados algunos; gente situada: médicos de prestigio, profesores universitarios, empresarios de renombre. Los ex-profesores (hermanos de La Salle - baberos) ancianos beneméritos que perdieron el empaque que yo recordaba. Los patios (3) donde jugábamos están acondicionados para nuevos deportes. Las aulas de 60 chavales son ahora cómodas dependencias dotadas de sofisticada tecnología para no más de 20 privilegiados alumnos y alumnas. El cine no lo vimos, seguro que está apolillándose. El comedor de los internos, aquel tétrico lugar que olía a fritanga, es ahora una sala diáfana y luminosa donde se huele y se come lo que alguna empresa cocina desde algún otro lugar. El despacho del hermano director, la sala de la comunidad, -donde íbamos a recibir el castigo merecido-, la portería, la enfermería, la librería… ¿dónde los han metido?
Pero ¿la capilla? Era la misma. Es cierto que habían realizado cambios: el altar de cara al pueblo, los confesionarios disimulados, los reclinatorios de los hermanos suprimidos, megafonía moderna; y para de contar. Entrar en ella era entrar otra vez en aquella misma capilla donde de pequeños, en ayunas, los primeros viernes asistíamos a misa a primera hora, saltándonos la clase de turno; donde los domingos asistíamos a la misa de mañana y a la exposición del santísimo en la tarde, antes de asistir a una película por 1 peseta (o eran 50 céntimos, ya no me acuerdo). Incluso era la misma donde se lucían los congregantes y el coro del hermano Julián, la ESCOLANÍA.
Que tenga la sensación de que no ha cambiado nada no significa que no haya cambiado. Claro que lo ha hecho. Y esto me produce una sensación de cierta perplejidad. ¿La Iglesia no cambia? ¿La Iglesia no tiene que cambiar?
Si 49 años no son suficientes para olvidar algunas cosas es posible que no haya que desfallecer ni desanimarse cuando lo que intentamos no sale tan pronto como quisiéramos. La historia es muy larga y da para todo.

Para terminar: comimos juntos, rato muy agradable en el que hablamos más del presente que del pasado; lo normal, dónde andas, que tal la familia, los tiempos han cambiado, ahora es distinto, etc. Para irnos, al final, cada uno a nuestro sitio.
Del pasado habló, mejor hablaron, Quintín e Ignacio en el flamante salón de actos del Colegio.

Y como esto sólo me interesa a mí, voy a poner a continuación las cosas que me da la gana.

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