Aquella teología liberadora



Empleé un buen rato en buscarlo. Trasteé de aquí para allá entre las estanterías que contienen mis no demasiados libros.Tardé en verlo, y… por fin lo encontré: lo tenía delante de mis narices, en primera fila. Eso sí, cargado de polvo y haciendo migas con un volumen de recetas de cocina por la izquierda y con otro de Fernando Altés Bustelo por la derecha.



Mucho hacía que no lo tomaba en mis manos, bastante más que no lo abría, y vaya usted a saber cuándo leí algo de su contenido. Ahora he podido comprobar que lo trabajé a conciencia y subrayé cuanto de significativo y notable consideré digno de destacar.

Estoy hablando del siglo pasado. De Gustavo Gutiérrez y de su obra “Teología de la liberación. Perspectivas”, editada en Sígueme, Salamanca, 1975. De unos años cargados de ilusiones, dificultades, movimientos sociales, cambios de paradigmas y oposiciones desde muchos frentes, porque la realidad se empezó a ver en toda su verdad y crudeza, porque una parte significativa de la sociedad de aquí y de otras muchas partes se puso del lado de quienes habían estado estructuralmente ninguneados por siglos y siglos, porque hay también una buena parte de la sociedad que no quiere que nada, nada, nada cambie.

A lo que se ve, o más bien se supone, dejé de leer y estudiar porque la práctica me fue llevando más allá, y juzgué que ya no era necesario tomar más ideas ajenas, porque con las que me llegaban a pie de calle me bastaba.



Sí, ahora que Gustavo Gutiérrez acaba su carrera descubro que la mía anda ya bastante recorrida. Que me sirvieron sus cosas, y las de tantas otras personas que antes, durante y después, también pusieron por escrito y publicaron sus descubrimientos, experiencias e intuiciones. Y no sé cómo decirlo…, pero me muevo entre la vergüenza y el orgullo cuando llega alguien y suelta: “eres de la liberación esa ¿no?”. Y me cabreo también porque me espeten de vez en cuando “eso ya es muy antiguo, está ‘pasao’”.

Más me aprovecharon su tesón y su sufrimiento, “la letra con sangre entra”, porque lo que vale de verdad cuesta, porque en esta vida “trabajarás la tierra con el sudor de tu frente. Y no como ahora, que parece que se hace todo con AI y hay ya determinado un algoritmo que todo lo prevé, lo decide y lo ejecuta. ¿También la teología?

Gustavo Gutiérrez era de la tierra, un quechua de los pueblos originarios, más allá de los límites civilizados, culturizados y del “grupo de los nuestros”. Que además quiso ser libre, que iluso, y tuvo que buscar refugio (los dominicos lo acogieron) para que no le pudieran.

Gustavo conocía el Evangelio, y lo puso como trama de su vida. Ha supervivido, afortunadamente, cosa que no logró casi nadie de los que como él pretendieron, con su “pacto de las catacumbas”, hacer que el concilio Vaticano II no quedara en “agua de borrajas”.

Aquel curilla limeño, ya casi centenario, ha ido a descansar donde se merece. Que bien ganado lo tiene.


Nunca someteré al cedro a semejante comparanza

Esto es que en el Norte de Castilla han publicado hoy un artículo titulado “El árbol de Valladolid que vale más que un Lamborghini”. Como nunca se dice quien peca cuando se habla de una acción mala o indecorosa, no diré qué mano lo escribió, o lo tecleó, que es lo que ahora se usa.


El arbol al que se refiere es un magnífico cedro del Líbano, en el Campo Grande, que presenta cara a la trompeta de la “Fuente de la Fama”.

Habré pasado por debajo de su rama más baja e inmensa cientos o miles de veces. Y siempre, siempre, siempre, me he sentido impresionado por la majestuosidad, y armonía del árbol. Y también porque sobre esa precisa rama gustan los pavos reales subirse para sestear o para vigilar; que todo puede ser.

El caso es que quien firma el dicho artículo osa tasarlo, y cifra su valor en 358.000 euros.

Ya supongo que se trata de un simple juego literario, una manera como otra de ofrecer al público lector un texto sobre un tema muy de la ciudad, como es el parque más antiguo y más concurrido, lugar de paseo, flirteo y meditación al alcance de la ciudadanía.


Cedro del Himalaya de la parroquia, 40 años

Inmediatamente he bajado a mi realidad personal y he dado en pensar que si alguien se atreve a tasar el cedro del Himalaya parroquial de mi patio de vecinos, le condeno inmediatamente a las mazmorras de mi indiferencia y desconsideración.

Tengo el placer de ostentar a ese árbol amigo en la barra lateral de este blog, casi desde sus principios. Y consideraría una afrenta a mi persona que alguien cometiera semejante felonía.

Es solo un alto en el camino…

 


Así lo pensábamos y así lo vivimos. Éramos más jóvenes entonces, pero luego, cuando empezamos a madurar seguíamos pensando igual. No tenéis remedio, eso no suele suceder, nos decían. Hay que sentar la cabeza, parecéis chiquillos. Las personas evolucionan y maduran. Y conforme van haciéndose mayores pasan de progres a conservadores, de idealistas a sensatos, de inconformistas a condescendientes… de rojos a azules.

El pelo se nos ha ido clareando, y la piel arrugando; la columna inclinándose y la vista desgastándose; el apetito disminuyendo y el sueño haciéndose liviano. Sí hemos avanzando en edad, dignidad y gobierno hasta repetirnos, olvidar nombres y lugares, hablar sin saber cómo y dónde cortar, mantener silencios sin avergonzarnos de no decir nada y persistir en las ideas de entonces sin importarnos el qué dirán o pensarán de nosotros.

Ahora para ti ya esto terminó. Pero no el camino, que lo continuas en otra dimensión, lo sé. Con nuevas fuerzas, con las mismas ganas, con idéntica contundencia, y eso es lo mejor, recuperando antiguas amistades que nos adelantaron y ahora te salen al encuentro.

Cuando volvamos a encontrarnos, ya me contarás cómo te ha ido. Y yo comprobaré que a mí también ese camino terminará por desgastarme. Pero tú lo acabaste y a mí aún me reclama.

Nos volveremos a ver, claro que sí. Pero no me esperes que aún me quedan cosas por hacer, si me dan tiempo, porque las mimbres aún me sobran…

Tú presi y nosotros con estos pelos…


Tierra de Campos



Buenos días. Ya estaréis informados de que Luis, nuestro prelado, es ahora el presidente de los obispos de España. Menuda carga le ha sobrevenido. Ya le he dado el pésame, solo a título individual, porque no sé cuál es vuestro sentir y la opinión que os merece.

Digo esto ahora porque estoy dando una vueltecita por la calle de internet, y hay opiniones y manifestaciones de todo tipo. Quien le alaba y quien le denigra. Hay incluso quien le pone como el muro español frente al que el papa Francisco se va a dar de cabeza.

Este es el panorama que ofrecemos como sociedad y también como Iglesia. Y en este medio, el lema del sínodo de la sinodalidad, CAMINANDO JUNTOS, es una realidad pero al mismo tiempo un sueño ilusorio.

Esta tarde nos reunimos en la parroquia para ofrecer el último testimonio que se nos pide antes de elevar todo el mogollón de aportaciones de la Iglesia Mundial a la consideración de los señores obispos en octubre próximo. Afortunadamente no es nuestra última palabra definitiva, es solo la de este momento. Por delante habrá otros muchos momentos en los que tendremos oportunidad de decir "últimas palabras".

Y ante esto se me ocurre una reflexión, que posiblemente ya la he expresado anteriormente, casi con toda seguridad que sí, pero ahora no recuerdo cuándo y cómo. Y es esta: sea lo que sea lo que el futuro nos depare, esta hora es la nuestra; quien calle, habrá callado, y nunca sabremos qué pudo haber dicho y por qué no lo dijo; quien se exprese, ahí estará lo que diga, y será para todo el conjunto, para bien o para mal, yo pienso que siempre será constructivo. Pablo dijo aquello de que uno aró, otro sembró, aquella regó y esta otra escardó… pero fue el Espíritu quien animó todo el proceso y el auténtico sujeto generador de esperanza. El Espíritu también actúa en el silencio, pero el suyo es atronador.

Habrá, por supuesto, quien quisiera mucho más, pero exigiéndoselo a otros. Y no faltará, y posiblemente sean multitud, una mayoría orante, que no se atreva ni a levantar la mirada, aunque la vista la tenga puesta en el horizonte, que le de igual lo que se exprese o se omita en este revolcón de ideas que pudiera terminar siendo el sínodo, porque su realidad es la que es y seguirá siendo en tanto habitemos este valle de lágrimas. Aceptará lo que se concluya, y le dará lo mismo: sabe que nada es definitivo hasta que el caminar concluya donde corresponde.

Si hay quien reza por el papa, para que se lo lleven pronto al cielo, hay también quien reza para que viva muchos años en la tierra. Pero nadie duda que a Francisco le seguirá otro, parecido, similar, diferente… que como todos recibirá el encargo de confirmar la fe de sus hermanos y hermanas. Sea como sea, una cosa, solo una es segura: Se nos examinará en el amor.

Ah, que con el rollo que acabo de escribir me olvidaba del motivo de esta entrada en el blog. Que sí, que aquel chaval que conocí en un pueblo de Tierra de Campos, estudiante universitario en Valladolid, ahora es el nuevo presi de los obispos. ¿Qué quedará en él de aquel zagal de los setenta? Es lo que dentro de muy pocos días podríamos comprobar, -si tuviéramos algún interés en ello-, en mi parroquia, porque tiene cita desde septiembre.

Luis, el arzobispo de Valladolid, viene a lo que viene, y no tiene que pasar ningún examen, al menos con nosotros. Gozosos celebraremos su presencia y aprovecharemos lo más posible lo que de él recibamos. Estoy seguro de que será mucho más de lo que merecemos.