Duende

 



 

Respondía por “Rex” aunque en la ficha dice “Duende”. Y ha tardado en aceptarlo, pero ya lo tiene asumido. Mi niño o duendecillo son los otros apelativos por los que me atiende cuando le requiero.

Este Jack Russell Terrier ha llegado como huido de la quema, y ha tardado un verbo en situarse, aclimatando el nuevo entorno a su manera.

No me gusta ni la palabra ni el concepto “substitución”, de modo que tampoco aquí lo usaré. Las cosas tienen su importancia y cada una se vale por sí misma, y Duende ha venido porque no tenía alternativa, pero sí personalidad. Ahora ocupa una plaza que estaba vacante, y que nadie antes utilizó. Bueno, sí, tal vez hace mucho, mucho tiempo, un tal Paul llegó en vísperas de la constitución. Era también perro con marca, de los que por entonces estaban de moda, y que no obstante se convirtió en una carga de la que prescindir.

Seguimos, pues, con la rutina que ya nos define, albergue de peregrinos, refugio de pecadores, qué se yo, tal vez puerto seguro. En fin, pensaré, si es que encuentro las ganas, qué denominación es la mejor para describir este zoo animal que es mi casa. También incluyo la gatada que habitualmente recorre el patio jardín parroquial. Los odio, pero les da igual.

Un año más estamos de fiesta, aunque a una buena parte le siente como un tiro. No entiendo qué les puede molestar. Este año no salgo, pero cuando lo hacía, tanto por Palencia, como por Madrid, y no digamos por Cáceres, los paisanos seguían con sus vacas, sus tractores, y sus ovejas, sin importarles la fecha memorable que se festejaba. Y si preguntábamos por la panadería, si la encontraríamos abierta, respondían que en la capital podíamos hacer lo que quisiéramos, pero que a ellos la constitución no les iba a ahorrar atender a sus ganados.

Yo, por mi parte, ya me he curado en salud, y he avisado e insistido en que hoy la constitución no es día de precepto. Que se puede quedar tranquilamente en casa o salir de paseo, porque ni en la tele encontrarán con qué distraerse.

Sí, Duende cumple tres meses con nosotros y parece estar satisfecho. No aspira a tanto como la carta magna, ni falta que le hace. Con que envejezcamos juntos tiene suficiente. Y yo también. La eternidades no nos pertenecen, afortunadamente. Qué cansado es soñar con ellas.

Ejerciendo…

Es lo que aparenta, y hay mucho más de lo que se ve.

El título es una petulancia mía, de las que soy habitual aunque luego me pesen. Pero como no me refiero solo a mí, esta vez me libro. Fuimos legión y cada quien ocupó su escaño.

La compañía no pudo ser más agradable, entendida y participativa.

¿El guión? Al pie de la letra.

El marco inconmensurable, muy cuidado y debidamente atendido.

Por supuesto es la propia tierra; aunque no es Campos, es Torozos.

Y fue un mes justo del Bautista.

El neófito no articuló palabra, ni falta que hizo. Lo dijo todo y todo se le entendió. A la vista está…

Estoy confiado en que crecerá y se robustecerá, se llenará de sabiduría y la gracia de Dios estará con él… todos los días de su vida.
 

Hoy ha hecho un sol espléndido

 



Pero hace poco más de quince días el invierno nos embutió en su abrazo y vivimos durante una semana cosas que ya casi había olvidado. Eran tiempos en que el agua se congelaba en las cañerías, de las tejas colgaban carámbanos y nos revolcábamos como niños en la nieve tras una feroz e incruenta guerra de bolazos.

Tuve la suerte de poder pisar la blancura impoluta recién caída de los cielos y también, hay que decirlo, de verme forzado a dar la vuelta ante la imposibilidad de poder seguir caminando.

Ante hechos tan sorprendentes no queda otra sino ofrecer testificación visual, que un documento es siempre un dato fiable, y puede que haya quien piense que fantaseo.

Así, pues, vean y crean. 









 

La primera flor de la nueva normalidad

 




Algo me hizo pensar que las cosas no volverían jamás a ser como antes, y tanto me convenció esa idea que ya casi desesperaba de tener experiencias como las que me han ido construyendo como persona.

Ciertamente habrá novedades adquiridas de las que no conseguiré descabalgarme en el resto de mi existencia. Por ejemplo, cierta desconfianza a aproximarme “en exceso” a personas, tanto conocidas como desconocidas. No salir de casa con una mascarilla puesta y otra por si acaso. Y no porque tenga miedo, que sí que lo tengo; es más bien por cómo reaccionen los demás; me aterra que me miren con espanto por acercarme demasiado, por cruzarse conmigo en la misma acera o por que me sorprendan con la boca descubierta como si la cosa no me importara.

Al encontrar esta mañana esta flor junto a la valla de una obra de mi barrio, que nadie ha plantado ni regado, que a nadie ha maravillado por su esbeltez y que de nadie requiere más cuidados, he dado en pensar que no todo está perdido y que tarde o temprano entraremos en una cierta normalidad que bien podemos decir que es la “nueva”.

Bien. Así las cosas, tengo que decir que soy un consumado “streamer”, especialidad que he desarrollado a lo largo de más de diez meses transmitiendo en directo por youtube la eucaristía de cada jornada. A ello me he visto obligado porque la mayor parte de mi feligresía no puede acercarse al templo parroquial para disfrutar presencialmente de lo que le apetece y en lo que yo puedo ayudarle.

También he desarrollado unas habilidades que nunca había probado, ante la prohibición de cantar, usar cancioneros y otras hojas de esas de pasarse unos a otros. Ahora todo va proyectado en la pared, hasta la música. No hace falta escuchar, basta leer; no hay que cantar, que lo hagan otros. ¿Que no nos podemos dar la mano? No importa, se proyecta un dibujito. ¿Que hay que ser breves en las homilías? Se pone el texto a la vista y uno se calla porque con la mascarilla hablar cansa demasiado.

En fin, ya estaba convencido de que las cosas no volverían a ser como antes. Pero me equivoqué. Llevamos casi un mes reducidos a la mínima expresión del 25 que ya experimentamos por el mes de septiembre. Y de cuya experiencia creía habernos liberado definitivamente.

Había olvidado que aprendí de muy pequeño un refrán, o proverbio, o máxima sapiencial que dice: “Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol. De algunas cosas se dice: «Mira, esto es nuevo». Sin embargo, ya sucedió”.

 Sí, esa flor que me ha sorprendido esta mañana cuando paseaba al amanecer me ha recordado que no todo está perdido aunque la memoria sea débil y no recuerde, o se muestre reacia a ello; porque la realidad es tozuda, pero la normalidad es nuestra vocación. En ella nos movemos como peces en el agua. Es el aire que respiramos, tengamos puesta o no la mascarilla.