¡Pedro Casaldáliga vive!

 


No deseaba escribir, no quería hablar, tampoco me apetecía pensar… la muerte de Casaldáliga me ha llegado esperándola, casi pidiéndola que se apresurase. Una agonía como la suya, de más de veinte años, es demasiado larga para soportarla incluso a través de medio mundo.

Mucho mayor que yo, superándome en todo más de lo que indican esos veinte años del calendario que me llevaba de ventaja, ha sido sin embargo compañero mío de viaje desde que se publicó su “¡Yo creo en la justicia y en la esperanza!” en 1975.

Ahora dicen de él muchas personas. Sabios y eruditos que le conocieron y trataron. Creyentes y luchadores que compartieron afanes y esperanzas. Incluso quienes ven la ocasión propicia de apuntarse algún tanto en propio beneficio lanzando alguna loa…

Es curioso que ahora sólo recuerdo de él una plegaria a María y unas confesiones sobre la muerte. La oración mariana se titula “Señora de la muerte” y dice cosas como

“¡… Tú sabes qué es la Muerte, como nadie en el mundo lo ha sabido!
Tú conoces las muertes, una a una, como las caras mismas de tus hijos pequeños,
y las llamas, segura, por su nombre.
Junto al Cuerpo de Cristo, recostado en tu seno por la Muerte vencida, aquella tarde
todas las muertes de los hombres, juntas, descansaron su grito en tu regazo…

Y en cuanto a sus confesiones, son unas palabras que le sirven de justificación para su credo de Esperanza:

“Puedo decir que la muerte se ha hecho una sombra permanentemente proyectada delante de mi vida. Vivir dialogando con la Muerte no deja de ser una gracia… cuando se cree.

Lo que más me ha sobrecogido siempre en la muerte es su condición de «entrada en la Eternidad», de salto en el vacío. Después de eso, su característica de aventura humana en singular: cada hombre muere a solas.

¿Temo morir? Sé que no he huido de la muerte; quizás porque no podía huirla. Dije que la he venido pidiendo; como martirio, eso sí: tal vez para poder torearla más gloriosamente, porque es menos proceso fatal una muerte «matada» —como decimos aquí— que una muerte «morrida» como un deportivo supremo acto vital. (Quizás porque sea carisma de uno. Se tienen carismas para vivir; ¿no se podrán tener carismas para morir?)

En todo caso, estoy confesando mi Fe con todas sus idiosincrasias.

Ya en España, canté un día esta Profecía extrema que años más tarde ratifiqué, corregida y aumentada, con bastante verosimilitud, aquí, en este conflictivo Mato Grosso, donde no es tan extraordinario como eso morir matado. (Anoche fui a atender a un herido grave, de bala, policía militar, y entraron delante de mí un sargento de Aeronáutica y con él dos matones, él con la pistola en la mano y preguntando por un nuevo candidato a otro tiro; mezclados el cura y los pistoleros, las balas y el óleo, las enfermeras, los enfermos y los curiosos, en el corredor del hospital…)

Profecía extrema, ratificada

Yo moriré de pie como los árboles.
Me matarán de pie.

El sol, como un testigo mayor, pondrá su lacre
sobre mi cuerpo doblemente ungido.

Y los ríos y el mar
se harán camino
de todos mis deseos
mientras la selva amada sacudirá sus cúpulas de júbilo.

Yo diré a mis palabras:
—No mentía gritándoos.
Dios dirá a mis amigos:
—Certifico
que vivió con vosotros esperando este día.

De golpe, con la muerte,
se hará verdad mi vida.
¡Por fin habré amado!”

Puedo decir y digo que a Pedro Casaldáliga le mataron muchas veces, como canta Víctor Jara, “por levantarles la voz”. Pero sólo ha muerto cuando el buen Dios ha considerado suficientemente publicitado su grito esperanzado,

“con todos los que creen, con todos los que luchan, con Juan y con la Esposa, yo grito la más cierta palabra que se haya escrito en este Reino de la Muerte y de la Esperanza: «¡Ven, Señor Jesús!»”.

2 comentarios:

  1. En esa "paz" que le deseas habitaba desde hacía mucho tiempo.

    Él escribió «Tengo menos Paz que ira. Tengo más amor que paz». Pero tras decir: «Y llamo al Orden de mal, y al Progreso de mentira».


    La paz de Casaldáliga, la que él siempre deseó, no necesita escribirse con mayúscula, está a pie de calle, viste y calza como la gente sencilla, y no la da este mundo, porque no sabe cómo hacerlo…

    Beso

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