Estoy a punto de retirarme y no sé qué hacer. No es
que la duda me corroa, pero modificar los relojes que están a mi cargo para
atender al cambio horario decretado oficialmente a simple vista parece fútil,
porque da lo mismo a qué hora me levante, no importa si duermo o dejo de dormir
una hora menos, nadie se va a incomodar si madrugo como siempre o me quedo
tumbado hasta las doce.
Y es que esta retención domiciliaria unida a la
inactividad comunitaria consecuente plantea interrogantes que a nada conducen y
nada significan.
Me iré a la cama como siempre, leeré un rato mientras aguante, y apagaré la luz para dejarle al sueño su lugar. Y mañana, a la
hora de costumbre, volveré a encender la lámpara de mi mesilla para reiniciar
otra jornada más llena de tiempo de libre disposición. Entonces ya encontraré
el momento de poner en hora los relojes.
Ahora no es momento, no lo es.
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