Bienve, mi alegre compañero periquito, lleva tiempo
preocupándome. Durante los siete años que está conmigo ha demostrado hasta la
saciedad que no quiere irse de esta casa. He intentado que saliera de su jaula,
pero la puerta abierta no le tienta. Lo he sacado para que experimentara el
vuelo en libertad, y se ha negado a planear por la cocina, dando estridencias
que no he dejado de interpretar como producto de su enfado por mi insistencia.
Tampoco ha mostrado alegría cuando alguna vez he puesto su jaula en el patio,
tanto al sol como a la sombra; está claro que el aire libre no le preocupa, ni
es aspiración que entre en sus cálculos. De modo que se limita a avisar cuando
entro o salgo, dando grititos o batiendo sus largas alas, pero bien protegido
tras las rejas de su habitáculo.
Hace unos quince días le sorprendí, al entrar a
desayunar, no en lo alto de un palo como acostumbra, sino acurrucado en el
suelo junto al comedero. Me extrañó. Nunca le había visto así. Ignoro desde cuando
lo estaba haciendo, pero decidí no hacer nada y ver qué era lo siguiente.
Siguió haciéndolo durante varios días, y empecé a preocuparme. ¿Estará en las
últimas?, me pregunté. Voy a informarme.
Y entré en Internet a ver qué conseguía. Como enciclopedia que tiene vocación de
totalidad, diome información hasta para aburrir. Un periquito vive entre 6 y 8
años. Puede alcanzar los 12 ó 14, y excepcionalmente llegar a los 20.
Bienve llegó hace siete años, pero ignoro qué edad
tenía entonces; de modo que si los datos fueran ciertos, se encuentra en estos
momentos al final de su vida. Veamos más cosas.
Seguí encontrando, en relación con su nueva postura
para dormir y en la larga duración de su ensueños, multitud de señales y de
posibles enfermedades que podrían estar minando su salud. Imposible
reproducirlo, sólo cito pérdida de peso, caída de plumas, hinchazón del cuerpo,
inapetencia, descomposición…
A parte de dormir acurrucado en un rincón, en lugar
de hacerlo donde acostumbra, no le veo ninguno de los síntomas que se enumeran.
Es cierto que está más apagado, y que no se me enfrenta amenazante cuando me
acerco a reponerle agua o alimentos.
Esta mañana, tal vez porque anoche hubo eclipse de
luna, he podido comprobar que ha vuelto a dormir arriba, y a mirarme de frente
y vigilante. Y por la tarde, desperezándose, ha emitido sus acostumbrados
chirridos que he interpretado como tranquilizadores.
Puede que esto que cuento no signifique nada, y
Bienve simplemente altera alguna de sus costumbre. Puede que se esté haciendo
mayor, y solo busque dormir asegurado para no caerse de lo alto. O puede que…
En fin, el tiempo lo dirá.
Por mi edad ya debiera estar curado de espanto, y
por consiguiente no preocuparme por aquello que ni comprendo ni está en mi mano
evitar o provocar.
En esto como en tantas otras cosas, —Venezuela por
ejemplo o nuestra política nacional—, sé lo que me dicen, y no me dicen toda la
verdad, o yo no soy capaz de percibirla. Por tanto me debería conformar con el
papel de testigo, espectador tal vez, algo más que mirón y no tanto como
cómplice.
Mi amiga Michel me dice de tarde en tarde que por
allá las cosas no están nada bien, y tengo que creerla. Don José Zorrilla
escribió hace mucho, para que yo leyera ahora, unas letras muy agradecidas
hacia Cataluña. Y también tengo que creerle.
No sé si viene o no viene a cuento, pero me apetece
poner aquí, en honor de Bienve, mi compañero periquito, que no sé si está
cambiando de costumbres o se acerca lentamente a su final, unos versos
entresacados de un largo poema de mi paisano poeta.
Mas Barcelona…
Barcelona es la reina del mar
Tyrreno,
cuyas ondas azules cubre de lona;
y á los hijos activos que da su seno
la posesión del mundo dar ambiciona.
Barcelona es un águila de vuelo
altivo,
fénix que, renaciendo de sus cenizas,
torna jardín su suelo duro al cultivo
y en palacios sus viejas casas pajizas.
Barcelona, á quien nutre vital
esceso,
late con los volantes de sus talleres,
se remonta en las alas de su progreso,
brilla con la hermosura de sus mujeres:
y cuando Dios se ausenta del paraíso
y duerme Barcelona de noche, al peso
del trabajo rendida, sin su permiso
baja un ángel por todos á darla un beso.
Porque del cielo los moradores,
mientras los mundos Dios
inspecciona,
al noble pueblo que en sí
amontona
turbas de pobres trabajadores,
cuyo trabajo con Dios le abona,
como á una virgen limpia de
amores
cuya alma el cuerpo casto
abandona,
del huerto Edénico
con lauro y flores
tejen los ángeles
una corona:
y esa, señores,
cae de sus manos
en Barcelona.
Barcelona es el cráter donde
fermenta,
con el hierro fundido y el tufo denso,
el espíritu hermano de la tormenta
que se pasea, de ellas sin tener cuenta,
sobre el móvil abismo del mar inmenso.
Barcelona es Minerva ya
desarmada;
cuyo manto, que lame la mar bravía
salpicando de perlas su orla murada,
lleva en lugar de armiños y pedrería
la greca de su vuelo y cáuda bordada
con rieles y máquinas de ferrovía,
con espolones, hélices y anclas de Armada.
Barcelona, valiente, ruda payesa
con timbres y con fueros de gran señora,
labra, teje, cultiva, destila, pesa,
funde, lima, taladra, cincela y dora;
y ejemplar solo de alta noble condesa
con corazón de obrera trabajadora,
con el trabajo nunca de latir cesa:
y apresurada siempre tras ardua empresa,
hierve como encendida locomotora:
cuando se mueve, asombra; cuando anda, pesa:
respira fuego y humo cual los volcanes,
y estremece la tierra, como si dentro
de ella fuera la raza de los titanes
queriendo de la tierra cambiar el centro.
(José
Zorrilla. Barcelona y Valencia,
lectura hecha por el autor en Barcelona. Recuerdos del Tiempo Viejo, tomo I)