En caliente



Te has muerto, y has hecho un pantallazo de mi vida. Vayas si has sido rotundo. Te has muerto sin enfermar nunca. Te has muerto entrando por primera vez en un hospital. Te has muerto rebosando salud. Te has muerto dejando un patrimonio inmenso de cultura escrita y publicada. Te has muerto demasiado pronto.
¡Qué puñetería de mundo! Decir que esto es un pañuelo es poco. Nunca jamás de los jamases podría alguien inventar esta realidad. Más allá de toda fantasía, tu muerte ha provocado que a mi edad descubra el cúmulo de carambolas que se han ido dando a lo largo de mi existencia. Ver los hilos que estaban invisibles, y comprobar su número; reconocer y recordar momentos, personas, situaciones y decisiones; identificar secuencias y comprobar consecuencias; mirarme reflejado en la mampara de cristal que me separa de tus restos; convenir con ellos que tú y yo apenas sí habremos cruzado palabras dos o tres veces; decididamente, tú, que has sido mucho de escritura, y yo, parco en casi todo, nos hemos entendido a la perfección y con lo justo tirando a menos.
Estoy hablando de ti, Anastasio Rojo, catedrático después de profesor universitario, divulgador de ciencia y muchas otras cosas más. Tal vez ahora, en un momento libre que encuentres, te parezca interesante analizar los pasos perdidos que nos han hecho coincidir en el tiempo y en el espacio, y hacernos incluir en esta tupida red de afectos en que me veo. No te molestes en publicarlo, no es asunto cerrado a día de hoy.

P.D. Perdona que no ponga nombres. Por aquí aún andamos con remilgos sobre este particular.

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