Cumpliendo con el precepto




Al señor Santiago ya no se le tiene respeto. ¡Con lo que él fue!  Y con lo bien que nos venía esa fiesta laboral que era también fiesta religiosa. ¿Quién no la celebraba? ¿Había algún lugar de nuestra piel de toro que se la saltara? Entonces nadie me preguntó si era día de precepto; se sabía o no importaba que lo fuera. Ahora las cosas son de otra manera, y, sabiéndolo o no, a la mayoría, con trabajo o sin él, no le parece ya un día a tener en cuenta, ni Santiago un señor que deba recibir atención alguna.
No por ello Santiago ha dejado de ser el patrón de España, ni su día una solemnidad en la Iglesia; dos motivos más que sobrados para que, salvando los imponderables, el día 25 de julio no pase como si nada. Así me expresé en público, y así lo entendió el personal. Y tuvimos nuestra misa de precepto en horario de día laboral con asistencia más que respetable.
Esto del precepto es un asunto que me gusta muy poco, más bien nada. No sólo en este tema, también en los demás, vamos en la mayoría de las situaciones. Así que cuando alguien me empieza diciendo “es preceptivo…” me pongo en guardia. Hay cosas que hay que hacer sí o sí, otras deben hacerse, y luego está el mogollón de lo que puede o no puede hacerse… Y que cada cual valore el sentido de esas acciones y la pertinencia de realizarlas del modo o manera que juzguen más adecuado.
Comienza agosto y toca pasar hoja, del calendario de pared por supuesto. No es de precepto, pero de no hacerlo, seguir en julio en bobada. ¿No es vana ilusión y vanidad sin sentido intentar retener así el verano?
En el corsa se ha vuelto a estropear el cierre automático de la puerta trasera izquierda, y van dos; puedo circular así sin que la autoridad correspondiente me llame la atención; pero qué fastidio y qué fácil olvidar apretar la palanquita cada vez que abandono a la suerte el buga con sólo apretar el mando a distancia.
Toca formar gobierno. Seguimos con la duda pendiendo sobre nuestras dos votaciones realizadas de si agosto nos dará gobernantes no en funciones sino por derecho. Al parecer nadie, nadie, o sea ¿nadie?, desea volver por tercera vez a votar para romper este desagradable empate, o lo que sea. Pero, según dicen, nadie puede sentirse obligado a presentarse porque leyendo la constitución no es preceptivo que quien reciba el encargo termine por nominarse; nada le obliga.
Ya digo, los preceptos son para ser cumplidos. ¡Y qué cansinas resultan las normas que obligan!

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