Cuando bendecir está prohibido
y
A mí también me perturba verlas de esa guisa



Son dos cosas bien diferentes, pero responden a la misma actitud humana inhumana: la intransigencia.
Cada vez que veo a Halima toda enfundada en ropa a pesar del calorazo de estos días, sonrío pero callo. No me atrevo a incitarla a romper con sus costumbres, sean religiosas o sociales, pero en mi fuero interno no me muevo de mis ideas: estaría mucho más cómoda, y bastante más guapa, mostrando algo más de su piel moruna. Imagino que tiene un pelo negro azabache que harían delirar a mis sentidos. Pero si ese es su destino felizmente aceptado, me aguanto. Nunca jamás se me ocurriría apremiarla a desvestirse. ¡Líbreme Dios! Pero… ¡ojala Dios la ayude a liberarse!
Y ¡qué decir de esa bendición “maldecida” por la autoridad competente! No entiendo cómo puede un jefe actuar de esa manera. Tampoco comprendo al subordinado desdiciéndose. ¿Tan alegremente tomó la iniciativa que no cayó en la cuenta de lo que podía avecinarse?
Si ver en una playa a una mujer tapada llama la atención, qué más da esté embutida en neopreno o en un burka, sea kini sea total. Tampoco disfruto viendo desnudos integrales, que muchos de ellos repelen más que atraen. Pero, ¡benditos sean porque es lo que tienen!
«Bendecid, sí, no maldigáis», –que escribió san Pablo (Romanos 12, 14) al hilo de las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas (6, 27-38) y que hasta san Pedro se apropia diciendo «responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición» (1ª de Pedro 3, 9b), es además de un buen consejo una práctica saludable. Para quien la emite y para quien la recibe.
A ese señor obispo que riñe por bendecir lo que no comprende, y a la autoridad que ordena a esos municipales multar a troche y moche a inofensivas bañistas, que les alcance aquella antigua bendición para que dejen de ser y de actuar tan mostrencamente:
«El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.
El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz». (Libro de los Números 6, 24-26).
En cuanto a quienes han sufrido el tremendo azote de la naturaleza en Italia, decirles que no hay terremoto capaz de anular la bendición con la que en su momento, y perdura a día de hoy, fueron consagrados. Renacerán de sus cenizas, estoy completamente seguro.

Cumpliendo con el precepto




Al señor Santiago ya no se le tiene respeto. ¡Con lo que él fue!  Y con lo bien que nos venía esa fiesta laboral que era también fiesta religiosa. ¿Quién no la celebraba? ¿Había algún lugar de nuestra piel de toro que se la saltara? Entonces nadie me preguntó si era día de precepto; se sabía o no importaba que lo fuera. Ahora las cosas son de otra manera, y, sabiéndolo o no, a la mayoría, con trabajo o sin él, no le parece ya un día a tener en cuenta, ni Santiago un señor que deba recibir atención alguna.
No por ello Santiago ha dejado de ser el patrón de España, ni su día una solemnidad en la Iglesia; dos motivos más que sobrados para que, salvando los imponderables, el día 25 de julio no pase como si nada. Así me expresé en público, y así lo entendió el personal. Y tuvimos nuestra misa de precepto en horario de día laboral con asistencia más que respetable.
Esto del precepto es un asunto que me gusta muy poco, más bien nada. No sólo en este tema, también en los demás, vamos en la mayoría de las situaciones. Así que cuando alguien me empieza diciendo “es preceptivo…” me pongo en guardia. Hay cosas que hay que hacer sí o sí, otras deben hacerse, y luego está el mogollón de lo que puede o no puede hacerse… Y que cada cual valore el sentido de esas acciones y la pertinencia de realizarlas del modo o manera que juzguen más adecuado.
Comienza agosto y toca pasar hoja, del calendario de pared por supuesto. No es de precepto, pero de no hacerlo, seguir en julio en bobada. ¿No es vana ilusión y vanidad sin sentido intentar retener así el verano?
En el corsa se ha vuelto a estropear el cierre automático de la puerta trasera izquierda, y van dos; puedo circular así sin que la autoridad correspondiente me llame la atención; pero qué fastidio y qué fácil olvidar apretar la palanquita cada vez que abandono a la suerte el buga con sólo apretar el mando a distancia.
Toca formar gobierno. Seguimos con la duda pendiendo sobre nuestras dos votaciones realizadas de si agosto nos dará gobernantes no en funciones sino por derecho. Al parecer nadie, nadie, o sea ¿nadie?, desea volver por tercera vez a votar para romper este desagradable empate, o lo que sea. Pero, según dicen, nadie puede sentirse obligado a presentarse porque leyendo la constitución no es preceptivo que quien reciba el encargo termine por nominarse; nada le obliga.
Ya digo, los preceptos son para ser cumplidos. ¡Y qué cansinas resultan las normas que obligan!