¡Ya estamos!



Anteayer me descargué la carta de papa Francisco y por la noche empecé a leerla. Voy despacio porque tengo otras cosas entre manos. Me llego a la página 21 de las 133 totales, porque la mía no tiene 300 como dicen por ahí. Se quejan de que es muy larga, pero en realidad son 100 folios netos, si descontamos las últimas con las notas*. Y estoy disfrutando.
Para orientarme en su lectura he picado leyendo comentarios y opiniones, y como es de suponer he encontrado de todo. No me hacía falta, pero la curiosidad no siempre la he sabido reprimir. El caso es que voy a seguir con la lectura, pero no con las críticas, sean positivas o negativas, buenas o malas, interesadas o leales. Y me voy a quedar sólo yo con la mía.
Y ya lo adelanto, aunque esté en la página 21 de 133: ¡Todo depende! Salvo sorpresas, veo que papa Francisco dice en su Exhortación Pastoral Postsinodal Amoris Laetitia, más o menos, lo que venimos practicando la mayoría de quienes nos tenemos que valer con el evangelio y el sentido común sobre la mesa, dejando el Ius Canonicum y los documentos doctrinales, incluso el Catecismo oficial, en la estantería del despacho parroquial.
Puede que me equivoque, y tenga que escribir otra cosa, correré ese riesgo. Sigue vigente, –¿esperaba alguien lo contrario?– toda la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia. Pero, y no es un pero cualquiera, deja en su lugar a la propia conciencia; y resalto propia, porque es la de cada uno, no una mandada hacer por encargo de la superioridad para todos.
Hay palabras que se pueden decir, pero ojito con ellas, porque tienen doble dirección: responsabilidad, misericordia, amor, verdad… En atención a ellas, desgajándose uno mismo de su propio ser y sentir, puede hacerse de una manera y de la contraria, curar o matar, acoger o rechazar, acertar o meter la pata.
Voy, pues, a seguir con su lectura, confiado en no toparme muros insalvables, aunque tampoco espere encontrarme puertas abiertas de par en par. Con que simplemente no esté echada la llave me basta.

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