Al ir iba llorando, llevando la semilla.
Al volver, viene cantando, trayendo sus gavillas. (Salmo 126,6)


No hubo ninguna gloria en su camino del destierro, y tal vez sí la hubiera en el regreso, no en vano firmó el decreto todo un rey, Darío. En ambos casos, hubo lágrimas.
Salir de la propia tierra, varía según sea el como. No tengo experiencia propia, no puedo describir qué pueda sentirse. Cuando dejé mi casa, con apenas diez años, sentí desgarro interior aún sabiendo que allá a donde iba sería acogido. Llegué en pleno día y sin temor.
Estos versos de un poema que acabo de encontrar indican otra cosa bien diferente:
Mas cuando parece
que todo está perdido,
cuando las fuerzas se desvanecen,
cuando ya prefiere dejarse llevar
por las garras de la impotencia,
y la blasfemia brota llena de rabia
hacia un Dios sin entrañas,
un potente reflector
deslumbra en la noche,
una mano que surge de la oscuridad
coge con fuerza la suya,
la eleva al abrigo,
y escucha delicadas, unas palabras
que invitan a entornar los ojos cansados,
dejándose acunar durante un instante
por sensaciones ocultas,
caricias que parecían olvidadas.

Es el final de un texto más largo que invito a leer en otro sitio. Miguel Ángel Mesa Bouza pone palabras sentidas a una experiencia que para muchas personas es una tragedia absoluta, porque termina en muerte. Las que sobreviven podrían llorar de alegría si encuentran por fin lo que buscan. Y no parece que esté ocurriendo, precisamente. Por algo el autor titula a su poema Noche oscura.

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