Asombrado estoy de la normalidad con que nos hemos despertado. El
silencio resulta benefactor. Sin resaca, veo a mis amiguitos tan relajados que
resulta muy difícil imaginarlos tal y como los tuve entre mis brazos durante la
refriega del paso al nuevo año.
Decían que la bomba de neutrones produciría los mismos efectos de
explotar: todo quedaría en pie, menos la vida, que desaparecería. Sería, según
se estila decir ahora, no muerta, fallecida.
Pero nada ha fallecido según hemos podido comprobar. Al contrario, la
calma reina por doquier, Gumi y Luna tras retozar descansan, y Tano no se ha
molestado en gastar innecesariamente energías como diciendo que tiempo tendrá
de emplearlas con utilidad. Los vecinos de ambos lados de la calle y el barrio
entero dormita placenteramente. Es tiempo de paz.
Ojala todas las guerras acabaran así, con una declaración de paz después
de una carnicería incruenta, por más que el ruido hubiera dominado el universo
entero.
¿Habrá estallado en verdad una paz definitiva? Bendita sea la bomba que
produjera la aniquilación de los instintos asesinos, dejando en pie todo lo
demás. Esa sí que sería la invención de todas las invenciones.
Pero mientras la ciencia no llegue a tanto, tendremos que conformarnos
de momento con paziencia. A ver si 2016 es el año nuevo que todos esperamos.
La vieja profecía de Miqueas es el mejor referente que ahora se me
ocurre, por más utópica que parezca:
“De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
Cada cual habitará bajo su parra y su higuera,
sin sentirse molestado por nadie.” (4,
3b-4)
Igualmente Míguel, que 2016 sea el año de la pacificación del mundo, es mi deseo aunque sé que es demasiado para lo que realmente se barrunta.
ResponderEliminarBesos