Los fines de semana invaden nuestro sendero aguerridos biciclistas que,
con la pretensión de hacer deporte, ponen en peligro nuestras integridades. Dan
voces para que nos apartemos, imponiendo su preferencia, y ni siquiera lo
agradecen, como hacen los buses urbanos: “Gracias por ceder la prioridad”.
Para no volver del paseo de mal café, ayer decidí abandonar la senda y
transitar campo a través. Sorpresivamente había metido la máquina en el
bolsillo; de tal manera pude tomar esta instantánea:
En el pinar, en cuanto sales de la ruta trillada, puedes encontrar cosas
interesantes. En el pinar y en otras muchas partes. Es preocupante comprobar
que allá donde acuden masas, todo termina por ser plano.
El caso es que este hongo, –ignoro cómo se titule–, me llamó la
atención. Los que suelo ver cuando paseo son muy sencillos, y ya supongo que no
tendrán ninguna importancia culinaria. Lo digo porque sigo viéndolos algún día
después, ya prácticamente impresentables. Éste, sin embargo, está vistoso.
Dado que sobre este particular mi ignorancia es supina, ni se me ocurrió
tocarlo. Sólo me acerqué lo suficiente para fotografiarlo. Poco después
encontré otro, éste:
Esta mañana ya no los he
visto; puede que alguien los haya recolectado, puede que nuestros pasos inciertos no
atinaran con el recorrido anterior. Tampoco pasa nada. Las setas no me
interesan, ni en el plato ni en el campo. Será porque no sé nada sobre ellas.
¡Qué lejos estoy de los que atesoran en una sola jornada ilegales cantidades,
susceptibles de persecución a cargo de la benemérita!
Justo al final, ya de vuelta, aparece el enmascarado sobre ruedas, pasa
a unos metros de nosotros y ni se digna saludar. Él por el sendero, nuestra
tropa haciendo nuevo camino. Pero vernos, vaya que nos vimos. Como a las setas
presumiblemente venenosas, por muy bonitas que aparezcan, hay quien usa bicicleta, pero no son gente de paz. Lo más cerca, a la distancia.
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