María Magdalena llorando. Anónimo Flamenco (s XVI) |
Es decir, llorar. Porque no siempre ocurre que se llore de verdad. Se
hace también de mentirijillas. Lágrimas de cocodrilo, suele decirse. Llorar
tiene su superlativo cuando las lágrimas son de sangre, como también su ínfima
expresión cuando a los pucheros no le sigue absolutamente nada.
A La Magdalena se le atribuyen lágrimas en exceso, según el relato
evangélico, y tal vez por eso sirva ese dicho para quien llora y llora sin
pausa ni consuelo. Así, que yo recuerde, y porque la tradición en esto también
juega, María Magdalena enjugó a Jesús los pies con sus lágrimas, lloró junto a
otras en el camino del Calvario, en el Descendimiento la sitúan también al pie
de la cruz llorosa, y luego en el huerto, junto a la tumba vacía, vuelve a
llorar, de manera que un a modo de hortelano la pregunta ¿por qué lloras?
Luego, el resto de su vida, y tal como la describen pintores de tronío, lloró y
lloró a más no poder, no debió hacer otra cosa. La pecadora arrepentida. Pues
eso.
Sin embargo, no creo yo que eso la haga justicia. No me imagino así a
María la de Magdala. Si Jesús se fijó en ella, y si ella tal vez se fijara
antes en Jesús, tuvo que ser por otra cosa. Esta persona, de sexo femenino, a
buen seguro no era de lágrima fácil, ni abundante; incluso yo diría que era de
llorar en seco. Casi como las Dolorosas de mi tierra, con el llanto en los
adentros.
Tal vez llorara al modo de Jesús en la muerte de su amigo Lázaro, con el
corazón en la garganta, o ante Jerusalén y su terrible destino, o en el diálogo
tenso con el Abba al decir de la carta a los Hebreos. A Jesús nadie lo consideró
llorón pero sí de tener entrañas que se conmovían ante el dolor ajeno. También el
relato evangélico lo dice.
Sí, Magdalena llora y lo hace de verdad. Llora como cualquier ser humano
puede hacerlo cuando es feliz, cuando se le han roto todas las esperanzas,
cuando ve a la persona querida maltratada, cuando se enfrenta a la decisión
fundamental de su existencia, cuando el corazón se le ha inundado de paz. Llora
por el vacío, por la injusticia, frente al sinsentido y la barbarie, por pura
misericordia.
Pero hoy no se trata de eso. Hoy, que es su fiesta, lo que Jesús le
repite, luego de habérselo preguntado los ángeles, es que es bobada llorar, que
ni es momento ni hay razón; que lo único que cabe en ese encuentro es el mutuo
reconocimiento:
- ¡María!
- ¡Rabbuni!
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