Y han volado. Esta parte de mi vida ha cogido un ritmo de vértigo,
imposible de dominar. Noto que el tiempo se me escurre entre voy a hacer esto,
he de ir a tal sitio, tengo que hablar con tal persona, y no recuerdo qué he
venido a recoger a la cocina, se me pasó decirte, dónde habré metido mi
rosario. En fin, esas cosas de la edad que necesitaría que los días tuvieran
veinticinco horas, las semanas diez jornadas y los meses duraran medio año (y
alguien al lado que dijera ahora toca esto y luego, lo otro).
Pero no es mi edad la que requiere eso, son las cosas que quiero embutir
en un espacio que les viene muy pequeño. Se diría que conforme crezco, o
menguo, deseara abarcar más, llegar a otras cosas, estar en nuevas experiencias
sin dejar ninguna de las ya vividas.
¡Cómo me gustaría estar fuera del tiempo! Estoy seguro de que es la
mejor de todas las sensaciones, congelar el momento, atraparlo y exprimirlo
hasta las heces.
Te imagino sonriendo y murmurando “¡qué cosas tienes! ¡No cambiarás
nunca!” Pero sí he cambiado, y sigo haciéndolo. Lo percibo cuando me encuentro
con personas a las que hace tiempo no veía; lo primero que me dicen es que
dónde paro ahora, y que estoy muy delgado. Se extrañan de que esté en el mismo
lugar y de que no me duela nada. A mi edad ya debería haber emigrado y tener
males propios de la tercera edad.
¡Tercera edad! Es lo que me toca.
Tú también tardaste en aceptarlo. Tuvimos que hacer asamblea familiar
para convencerte, cedieras y consintieras en que alguien viniera a quitarte
cargas y trabajos. No te gustó, y tampoco te quedabas conforme de cómo lo
hacía. Yo, entonces, te sacaba de paseo y así, no viendo, como que no ocurría.
Esta mañana, mientras adecentaba el jardín que está muy descuidado desde
que se fue Felipe, pensaba si conseguiría hacerlo durante mucho más tiempo y si
lograría hacerlo tan bien como él. Lo primero no está en mi mano y no me
preocupa; lo segundo no lo voy a alcanzar. Así discurre ahora mi vida, entre lo
que es porque es así, y lo que nunca será porque ni siquiera me lo planteo.
Sabes que no soy conformista, que no me vale cualquier cosa, que termino
por lograr lo que me propongo. Pero me conoces, no suelo perseguir quimeras.
Solo me interesa aquello que pueda alcanzar por mis fuerzas, obtener de mis
amigos, realizar porque es posible.
No puedo ofrecerte lilas, que han sido pocas y de escasa calidad. Rosas
tampoco, que vienen muy atrasadas. Ayer, justo ayer, se abrieron las margaritas
del campo, y hoy he visto muchas amapolas. Esta vez se ofrezco una muestra de
lo que el domingo que viene será un gran ramo de florecillas silvestres.
Una última cosa, mamá. Diez años han pasado, que me parecen demasiados.
No sentí dolor por tu partida, incluso llegué a desearla para verte libre. No
tuve luto por ti, supe donde ibas. Con alegría y esperanza. No he pasado un
solo día sin recordar detalles, palabras y silencios tuyos. Con ellos vivo, son
mi mochila de colores, aparte del armario que tengo lleno de tus jerseis en
tonos imposibles, y un físico que cada vez se iguala más a la foto de tu padre,
el abuelo Marceliano en pose cazadora, que cuelga en el pasillo de casa.
Termino con un capricho que me ha dado ya en la madrugada. Esta canción
de Luis Mariano que tanto te gustaba y que ahora puedo rescatar del pasado
gracias a la técnica y a una buena persona que la ha colocado disponible para mí
y también para ti.
Besos y hasta la próxima.
Me uno a tu sentir. Es así de sencillo y así de complicado entender la vida, entender las ausencias.
ResponderEliminarBesos desde el corazón.
Míguel, un abrazo especial en este día de aniversario. Nos pasa, la madre siempre está presente, cada día, por cualquier cosa, cualquier gesto, cualquier ocurrencia... Me oigo a mi misma decir muchas veces "como diría mi madre...".
ResponderEliminarComo decías en la entrada anterior, la nostalgia nos invade.
Besos
Ando un poco liadillo, pero no me había olvidado de vosotras. Gracias por vuestros ánimos.
ResponderEliminarBesos