Tarde, demasiado tarde. Pero siempre a tiempo



El refrán dice «nunca es tarde si la dicha es buena», pero a mí me sale ahora de esta manera. Y desde que ocurrió hasta se me ha cambiado el gesto.
Hace la friolera de casi tres años, en jueves santo, extravié o se traspapeló la tapa roscada del portador de óleos, –crismeras–, que utilizo en la parroquia. Por más vuelta que di, no lo encontré. Tuve que inventarme algo para subsistir, y con un corcho lo apañé. No sirvió de mucho, y era feo a conciencia. Tampoco era útil, porque el aceite lo impregnaba todo, por dentro y por fuera; debía llevar el artefacto envuelto en papel absorbente, y aún así manchaba.
Esta mañana, revolviendo en la cocina, apareció “milagrosamente” la tapadera que había dado ya por más que perdida. Por fin está completo. Y estoy contento.
Juro que no me volverá a pasar, pero sé que lo hago en vano. El día que tengo que recoger los Santos Óleos hay demasiado jaleo en la catedral. Además de participar en la Misa Crismal, he de hacer cola ante una capilla lateral para que me lo suministren y esperar cuando me atienden a que acierte con las enormes basijas de utilizan. Al tiempo entra una procesión y la salida se pone imposible. Tengo prisa, porque esa tarde la tengo muy llena y todos son obstáculos a superar. No es de extrañar que algo se tuerza. ¡Cómo asegurar que no volverá a suceder!
Por si volviera a ocurrir, guardaré el corcho. Un telar más a conservar.
Como este Cristo que he puesto ahora sobre el altar, en espera de que llegue el restaurado. No hay prisa. También éste lo tenía por si acaso. Lo traje del antiguo hospital provincial, una vez que un diputado me ofreció lo que tuviera utilidad, porque iba a entrar la piqueta en el viejo edificio y no había interés en conservar nada. De allí vino una barandilla de escalera, varios armarios y vitrinas, sillas, mesas, incluso una caja entera de soperas con las que suministraban caldo a los enfermos. Creo que ya no queda ninguna; se las han ido llevando como regalo.
Es bueno tener almacén de cosas. Nunca sabes qué puede hacer falta. Propiamente no acopio, cada cosa tiene su lugar. Este Cristo, por ejemplo, lo tenía en mi casa, en un lugar digno de una pared de mi despacho. Los armarios, en uso; y la barandilla, instalada desde hace treinta años. O sea, funcionando.
Nada que ver con las fotos, vídeos y grabaciones de voz que atesoran emisoras de radio y televisión. Se llaman hemeroteca, videoteca, o fototeca según la cosa. Y son un gran baúl que contiene lo que temen quienes piensan que somos tontos y desmemoriados. Van de perfectos y salvadores. Tirar de recuerdos supone para estas personas hacer público su mentiroso verbo y sus promesas hechas en vano.
Esas sí son un pecado grave y un delito de lesa majestad. La real dignidad de un pueblo al que representan tan mal y del que se ríen sin contemplaciones. Y al que ciscan con la mayor de las desvergüenzas. E impunidad… por el momento.
Yo prefiero mi almacén. Esta mañana mismo he encontrado un tornillo caído y me lo he traído. Para por si acaso.



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