Cosas que vuelven a suceder


Tenía apenas veinte años, calzaba unas botas de aviación adquiridas a buen precio en el rastro madrileño, estábamos llevando el grano al silo del pueblo y nos llegaba el momento de descargar el remolque en la tolva del servicio nacional del trigo. Entre el gentío allí apelotonado, haciendo cola desde la víspera, me disponía a desenganchar el tractor para el pesaje, cuando a los gritos de unos que tira y de otros que para, Félix arrancó y yo me quedé con el perno de la mano y el grito ahogado en la garganta. El pesado hierro que unía tractor y remolque cayó sobre mi pie izquierdo y yo no me caí al suelo sin sentido por puro milagro.
Algo se me ha roto, pensé, mientras intentaba mantener el equilibrio.
A partir de entonces, catorce de agosto de un año ya pasado, cojeé durante muchos meses. Agustín, el médico del pueblo, me lo untó de una pócima oscura y me aconsejó reposo absoluto, pero la cosa se curó cuando le pareció.
Hace diez días ese mismo pie ha vuelto a magullarse, esta vez por una torcedura. Va mejorando, pero aún le queda horizonte que alcanzar.
Esta vez no ha habido reposo, y he podido hacer todo lo que he querido, cojeando no porque me doliera, sino para que no molestara.
Esto es lo que me ha traído este día de la exaltación del cuerpo, –del mío, del tuyo y del de más allá–, fiesta de la Asunción en cuerpo y alma de María a lo alto de los cielos.
Icono de la Dormición, Koimesis. Theophanes the Greek
No viene nada mal, en estos tiempos de culto a la belleza externa y de admiración por la fuerza muscular, hacer caer en la cuenta de que un cuerpo sin alma es como una caja de zapatos vacía, pero que un espíritu desencarnado… es una zapatilla encerrada en una jaula, nunca cantará. Tomen, pues, papel y lápiz, no sólo los que miden logros en céntimos, segundos o milímetros. Tomen, también, nota, aquellos otros que desprecian este saco de huesos que habitamos. Somos una unidad indisoluble, nuestro destino está por calcular… y ni sospechamos la gloria que nos espera.
No lo supo, no sólo expresar, tampoco imaginar, un alto personaje como Pablo, que hace numeritos en su primera a los corintios (15, 35-53) para explicarnos cómo serían los cuerpos resucitados. También le costó un riñón a la teología oficial católica. Sin embargo, mucho antes de que Pío XII, –uno de noviembre de 1950–, proclamara el dogma de la asunción, ya la gente sencilla hablaba del Tránsito, –dormición– de María, y esta creencia popular hunde sus raíces muy al principio.
Somos polvo de estrellas, pura materia espiritual, o si ustedes prefieren, un precioso tejido de sueños, sudor y lágrimas. Y de sonrisas, que no se nos olvide.
Aunque bien pensado, ¡qué es mi dolor de tobillo comparado con lo que ahora sienten Antonio Luis e Isamari! Y sólo cito a estos dos, pero podría seguir dando nombres…

2 comentarios:

  1. Cuídate Miguel Angel que tus pies han de sostenerte todavía mucho. Mi madre con su reparado fémur da unos pasitos de pie. Si es que con voluntad y ganas todo avanza.
    Besos

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  2. ¡Cuánto me alegro de que tu madre se resista a ser vencida por la adversidad! También yo voy a poco mejorando. Se ve que estamos hechos para superarnos frente a los elementos. ¿Quién dijo que no podemos?

    Besos

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