Sobrevolando el hedor



Me lo encontré panza arriba, rodeado de hijas y sobrinas. También la esposa. Sobre la cama blanca del hospital, entonces estaba relajado. Minutos antes, gracias a un “chute” había superado los dolores. Eran insoportables, dijo sonriente.
Ahora mismo le van a operar, de primeras, para hacerle un ano artificial. Luego vendrán las sesiones de quimio, y según el panorama, otra intervención para extirpar.
Y en perspectivas la boda de una hija. Porque así se ponen las cosas, cuando menos te lo esperas.
Si en principio hubo dejadez, y largas pruebas que no servían para nada, ahora todo es rapidez y pasos seguros y decididos.
Me tratan con cariño, se desviven; están en todo. Pero,  asustado. ¡Cómo no! Y ni ganas de leer, ni escuchar la radio; sólo rezar un poco, a ratos.
Fuera del centro hospitalario la vida discurre como siempre, pero dentro es otro mundo. Miré por el amplio ventanal y sólo percibí tejados y poco más. La gran ciudad está oculta a la mirada, y como ajena al inexorable ritmo que alterna el lento paso del tiempo con las prisas de cada imprevisto.
Lo peor que llevo es no poder llevarme nada a la boca. Cero. Y eso que está suficientemente alimentado, a juzgar por la enorme bolsa llena de una sustancia blanquecina que goteaba inexorable su contenido sobre él vía intravenosa.

En la breve visita no pude quitarme del pensamiento otros lugares semejantes cuyas imágenes habían volcado todos los informativos digitales, impresos y televisivos durante la comida. En Gaza no se da abasto, y en Torez no sirven de nada hospitales. Aquí se lucha contra la enfermedad; allí, es imposible.
Salí a una tarde de julio que había recuperado la calidez del verano, y llevaba conmigo la imagen de cientos de cuerpos destrozados, muertos sin saber por qué ni para qué.
Allí lo dejé, animoso, porque sabe que está en buenas manos. Lo que tenga que ser, será; y él va a poner de su parte todo y más. Tiene una boda a la vuelta de la esquina.

1 comentario:

  1. Querido Miguel Ángel, cuanto dolor, por variadas causas, siempre digo: que a una enfermedad se le puede plantar "cara" pero a la "insensatez" por unas cosas o por otras; duele mucho.
    Miles de abracicos desde el Cinca Medio

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